De todos es conocida la existencia de la telepatía, de la clarividencia y de la precognición. Y seguro que algunos de
nosotros hemos tenido vivencias relacionadas con estas capacidades extrasensoriales. También es conocido el fracaso aparente de todos los intentos hechos hasta ahora para dominar estas facultades. Las consecuencias de este fracaso no vienen exclusivamente porque no sepamos utilizarlas, sino porque cuando a nuestro cerebro le estamos pidiendo que las utilice y no se dan las circunstancias para que funcionen, entonces se las inventa. Visionamos algo que no está sucediendo, prevemos cosas que no van a suceder o nos inventamos una conexión telepática que no existe. En los ámbitos espirituales esta capacidad de inventar escenarios virtuales se ha puesto de manifiesto a lo largo de la existencia de la Humanidad.
El ansia por explicarnos las experiencias de las percepciones extrasensoriales ha obligado a nuestra mente a crear mundos donde encajarlas, escenarios donde tuviéramos una visión más o menos lógica de tan ilógicas experiencias, y realidades virtuales que incluso nos obligamos a creer en ellas a golpe de dogmas de fe. Todo ello mediante religiones que pretenden satisfacer las inquietudes espirituales, sectas que poseen su particular realidad virtual donde toman protagonismo los impulsos psicológicos del grupo, mundos elegidos por personas cansadas de sus frustraciones en la dimensión tridimensional; esperanzas de vida que no existen, inventadas por la poderosa máquina de generar realidades virtuales: nuestro cerebro. Por lo tanto, los personajes, entidades, dimensiones y estados de los que nos hablan las religiones o las doctrinas esotéricas, no son creaciones fantasiosas sin ningún sentido. Tras ellas se ocultan esencias de nuestra humanidad. El impulso sexual, por ejemplo, es una fuerza esencial en los individuos con el que generamos las fantasías oníricas que nuestro cerebro construye en la dimensión de los sueños.
Lo dramático se produce cuando esas imaginaciones, que en un principio sirvieron para escenificar unas pulsaciones psicológicas o para explicarnos las percepciones extrasensoriales, acaben tomando cuerpo en la conciencia humana y campen a sus anchas, con vida propia, por la mente de los creyentes. Las sectas, que debieran de ser grupos de investigadores de lo oculto, acaban la mayoría de las veces atrapadas en sueños, en mundos de realidad virtual donde pretenden explicarse y satisfacer sus impulsos psicológicos espirituales. Su diferente visión del mundo llega en muchas ocasiones a ser tan diferente del mundo real que crean en su imaginación mundos aparte. Sofisticados escenarios esotéricos donde se protagonizan fantásticas tramas protagonizadas por las pulsaciones de la sombra humana.
Lo dramático se produce cuando esas imaginaciones, que en un principio sirvieron para escenificar unas pulsaciones psicológicas o para explicarnos las percepciones extrasensoriales, acaben tomando cuerpo en la conciencia humana y campen a sus anchas, con vida propia, por la mente de los creyentes. Las sectas, que debieran de ser grupos de investigadores de lo oculto, acaban la mayoría de las veces atrapadas en sueños, en mundos de realidad virtual donde pretenden explicarse y satisfacer sus impulsos psicológicos espirituales. Su diferente visión del mundo llega en muchas ocasiones a ser tan diferente del mundo real que crean en su imaginación mundos aparte. Sofisticados escenarios esotéricos donde se protagonizan fantásticas tramas protagonizadas por las pulsaciones de la sombra humana.
Tal es el grado de realidad que la conciencia del grupo sectario puede imprimir en esos mundos virtuales, que incluso puede superar el grado de realidad de la dimensión tridimensional. Y es entonces cuando se vive en una realidad no física, moviéndonos por este mundo como si viviéramos en otro. Nuestra ansia por descubrir nuevos mundos nos ha llevado infinidad de veces a inventarlos. ¿Qué otra cosa pueden ser, aparte de invenciones, los innumerables mundos espirituales contradictorios que nos enseñan las diferentes religiones, las vías esotéricas o las sectas? Si alguna de ellas hubiera descubierto la auténtica realidad espiritual, ésta se hubiera impuesto a todas las demás que la contradicen. No sucede así porque siempre se trata de imponer una realidad virtual sobre otra, algo que es imposible, porque cada sueño tiene su grado de realidad para quien lo sueña.
A Katherine, la protagonista de la novela de Dan Brown, le había fascinado el libro de McTaggart “El experimento de la intención”, así como su experimento global en Internet, cuyo propósito era descubrir cómo la intención humana podía afectar al mundo. Otro puñado de textos más habían terminado por despertar el interés de Katherine. Sobre esta base, la investigación de Katherine había dado un gran salto adelante, demostrando que el «pensamiento canalizado» podía influir literalmente en cualquier cosa: el crecimiento de las plantas, la dirección en la que un pez nada en la pecera, la forma en la que las células se dividen en una placa de Petri, que sirven para el cultivo de bacterias, mohos y otros microorganismos, la sincronización de dos sistemas automatizados independientes o las reacciones químicas del propio cuerpo. Incluso la estructura cristalina de un sólido en formación era mutable mediante la mente.
Katherine había creado hermosos cristales de hielo simétricos enviando pensamientos positivos a un vaso de agua mientras se congelaba. Curiosamente, lo opuesto también era cierto: cuando enviaba pensamientos negativos y turbios, los cristales de hielo se congelaban formando formas caóticas y fracturadas. A este respecto es interesante comentar las investigaciones a cargo de Masaru Emoto en que precisamente estudia el comportamiento del agua cuando es expuesto a ciertos sentimientos. Masaru Emoto estudia las formas de los cristales que se forman de agua que ha recibido diferentes tipos de pensamientos. En un cuarto pone un vaso con agua del grifo y coloca a varias personas alrededor del vaso. A dichas personas les pide que dirijan al vaso pensamientos de un solo tipo, ya sean felices o tristes, buenos o malos. Después de que el agua ha sido expuesta a estos pensamientos durante horas, Emoto congela el agua para después estudiar los cristales resultantes.
«El pensamiento humano puede literalmente transformar el mundo físico.». A medida que los experimentos de Katherine se fueron haciendo más atrevidos, sus resultados se volvieron más asombrosos. Su trabajo en ese laboratorio había demostrado, más allá de toda duda, que lo de «mente sobre materia» era algo más que un mantra de la Nueva Era. La mente tenía la capacidad de alterar el estado de la materia misma, y, lo que es más importante, tenía el poder de hacer que el mundo físico se moviera en una dirección específica. «Somos los dueños de nuestro propio universo». A nivel subatómico, Katherine había demostrado que las partículas mismas se originaban o no dependiendo únicamente de su «intención» de observarlas. Esto coincide sorprendentemente con la teoría cuántica. En cierto modo, su deseo de ver una partícula… hacía que esa partícula se manifestara. El físico alemán Werner Karl Heisenberg había dado a entender esta realidad décadas atrás, y ahora se había convertido en un principio fundamental de la ciencia noética. En palabras de Lynne McTaggart: «La conciencia viva es de algún modo la influencia que convierte la posibilidad de algo en real. El ingrediente esencial a la hora de crear nuestro universo es la conciencia que lo observa».
A Katherine, la protagonista de la novela de Dan Brown, le había fascinado el libro de McTaggart “El experimento de la intención”, así como su experimento global en Internet, cuyo propósito era descubrir cómo la intención humana podía afectar al mundo. Otro puñado de textos más habían terminado por despertar el interés de Katherine. Sobre esta base, la investigación de Katherine había dado un gran salto adelante, demostrando que el «pensamiento canalizado» podía influir literalmente en cualquier cosa: el crecimiento de las plantas, la dirección en la que un pez nada en la pecera, la forma en la que las células se dividen en una placa de Petri, que sirven para el cultivo de bacterias, mohos y otros microorganismos, la sincronización de dos sistemas automatizados independientes o las reacciones químicas del propio cuerpo. Incluso la estructura cristalina de un sólido en formación era mutable mediante la mente.
Katherine había creado hermosos cristales de hielo simétricos enviando pensamientos positivos a un vaso de agua mientras se congelaba. Curiosamente, lo opuesto también era cierto: cuando enviaba pensamientos negativos y turbios, los cristales de hielo se congelaban formando formas caóticas y fracturadas. A este respecto es interesante comentar las investigaciones a cargo de Masaru Emoto en que precisamente estudia el comportamiento del agua cuando es expuesto a ciertos sentimientos. Masaru Emoto estudia las formas de los cristales que se forman de agua que ha recibido diferentes tipos de pensamientos. En un cuarto pone un vaso con agua del grifo y coloca a varias personas alrededor del vaso. A dichas personas les pide que dirijan al vaso pensamientos de un solo tipo, ya sean felices o tristes, buenos o malos. Después de que el agua ha sido expuesta a estos pensamientos durante horas, Emoto congela el agua para después estudiar los cristales resultantes.
«El pensamiento humano puede literalmente transformar el mundo físico.». A medida que los experimentos de Katherine se fueron haciendo más atrevidos, sus resultados se volvieron más asombrosos. Su trabajo en ese laboratorio había demostrado, más allá de toda duda, que lo de «mente sobre materia» era algo más que un mantra de la Nueva Era. La mente tenía la capacidad de alterar el estado de la materia misma, y, lo que es más importante, tenía el poder de hacer que el mundo físico se moviera en una dirección específica. «Somos los dueños de nuestro propio universo». A nivel subatómico, Katherine había demostrado que las partículas mismas se originaban o no dependiendo únicamente de su «intención» de observarlas. Esto coincide sorprendentemente con la teoría cuántica. En cierto modo, su deseo de ver una partícula… hacía que esa partícula se manifestara. El físico alemán Werner Karl Heisenberg había dado a entender esta realidad décadas atrás, y ahora se había convertido en un principio fundamental de la ciencia noética. En palabras de Lynne McTaggart: «La conciencia viva es de algún modo la influencia que convierte la posibilidad de algo en real. El ingrediente esencial a la hora de crear nuestro universo es la conciencia que lo observa».
Esa improbable fusión entre la moderna física de partículas y el antiguo misticismo había cautivado por completo la imaginación de la joven investigadora: «Una mezcla de física y filosofía». La medicina moderna ridiculiza a sanadores y chamanes, pero mediante cámaras CCD, dispositivos electrónicos muy sensibles, ideados para captar la luz y formar una imagen a partir de ella, se ha podido fotografiar claramente a un sanador mientras transmitía un campo energético inmenso desde la punta de sus dedos… y modificaba literalmente la estructura celular de su paciente. Parece poder de los dioses. Ahora bien, la ciencia noética indicaba claramente que los pensamientos tenían masa, por lo que resultaba lógico concluir que también el alma humana debía de tenerla. «¿Se puede pesar el alma humana?». Era una idea descabellada, por supuesto. Pero André Maurois, el famoso escritor francés, ya expuso en 1931 esta teoría en su enigmática obra “El pesador de almas”.
Todos los iniciados de la masonería oían hablar de la escalera simbólica que les permitiría ascender y «participar en los misterios de la ciencia humana». La francmasonería, como la ciencia noética y los antiguos misterios, tenía en muy alta estima el potencial inexplorado de la mente humana. Y muchos símbolos masones guardaban relación con su fisiología. «La mente es un vértice dorado en la cima del cuerpo físico; es la piedra filosofal. Por la escalera de la columna vertebral, la energía asciende y desciende, circula y conecta la mente celestial con el cuerpo físico». No es coincidencia que la columna tuviera exactamente treinta y tres vértebras. «Treinta y tres son los grados de la masonería». La base de la columna era el sacro, es decir, el «hueso sagrado». «El cuerpo es en verdad un templo». La ciencia humana que los masones veneraban era la antigua sabiduría que enseñaba a usar ese templo para su fin más noble y poderoso. Todos los iniciados de la masonería oían hablar de la escalera simbólica que les permitiría ascender y «participar en los misterios de la ciencia humana».
Los antiguos ya conocían muchas de las verdades científicas que ahora estamos redescubriendo. En cuestión de años, el hombre moderno se verá obligado a aceptar lo que ahora es impensable: nuestros cerebros podrán generar energía capaz de transformar el mundo físico. Las partículas reaccionan con nuestros pensamientos…, lo que significa que nuestros pensamientos tienen el poder de cambiar el mundo. Dios es algo muy real: una energía mental que lo impregna todo. Y nosotros, los seres humanos, hemos sido creados a su imagen y semejanza… Nuestros cuerpos físicos han evolucionado a través del tiempo, pero nuestra mente fue creada a imagen y semejanza de Dios. Nuestra lectura de la Biblia es demasiado literal. Decimos que Dios nos creó a su imagen, pero no es nuestro cuerpo físico lo que se parece a Dios, sino nuestra mente. Uno de los puntos de partida es que cerebro y mente no son lo mismo. El primero sería un mero receptor de señales, siendo la mente una fuente externa de información a cuyos contenidos se accede según las capacidades desarrolladas, potencialmente entrenables, y la voluntad puesta en el empeño.
La noética ha sido y es muy criticada por el mundo científico. Vivimos en un mundo donde se nos ha dicho que la realidad sólo puede ser percibida a través de cinco sentidos, que todo lo que ocurre tiene una causa lógica y mecánica que lo produce y que la comunicación directa entre mentes es imposible. Sin embargo, cada día son más los físicos y estudiosos que se atreven a indagar en los asuntos noéticos con un mínimo de seriedad. El precio a pagar, eso sí, es la pérdida de su reputación profesional. La palabra “noética” viene del verbo griego “nous/noew”, que significa “ver discerniendo” o, para traducirla de manera más concreta, se podría equiparar a “pensar” –ya que nos encontraríamos frente a una “visión (psíquicamente hablando) reflexiva de las cosas”. Hoy, uno de los significados que se da al término “noesis”, de donde viene “noética”, es “visión intelectual, pensamiento”. En la Antigüedad, los filósofos griegos utilizaban esta palabra para referirse al verbo “intuir”, y para Aristóteles la noética era su doctrina de la inteligencia. Para Platón, por ejemplo, la noesis era el “grado más elevado de conocimiento, al ser la única capacidad del alma que permite la captación directa de las Ideas, de la verdadera realidad” –lo que cobra sentido si rememoramos su teoría del conocimiento y el famoso Mito de la Caverna.
La Alegoría de la caverna —también conocida por el nombre de Mito de la caverna— está mucho más cerca de ser una alegoría que un mito. Es la más célebre alegoría de la historia de la filosofía junto con la del Carro alado. Fama debida, sin duda, a la utilidad de estos mitos para que, a propósito de su narración, se expliquen las partes más importantes del pensamiento platónico. Se trata de una explicación metafórica, realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de La República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo con conocimiento podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón). Es quizás por todos estos significados que se le ha dado a dicha palabra que hoy día nos referimos a la Noética como la Ciencia que toma la razón, la intuición, los sentimientos y el sentido para estudiar la naturaleza de la conciencia.
Uno de los intereses más llamativos de la noética es la posibilidad de una conciencia global capaz de crear la realidad. Proyectos como el Global Consciousness Project, dirigido por profesores de la Universidad de Princeton, investigan la interacción entre esa supuesta conciencia global y una red de ordenadores, de manera que estos se verían alterados por los sentimientos de una gran cantidad de seres humanos, caso de grandes catástrofes mundiales, sin que exista ningún tipo de contacto físico. A este respecto, resultan muy interesantes los estudios sobre las posibilidades de la meditación, habiéndose detectado importantes cambios en el funcionamiento del cerebro cuando el individuo está en estado contemplativo, siendo cada día más abundantes los grupos de meditación colectiva que establecen sesiones de “reparación” social a través de la focalización grupal de sus energías. Uno de ellos es el “enfoque védico Maharishi“, que presume de estar avalado por más de quinientos estudios científicos.
A pesar de todas las críticas que ha recibido la noética y de haber sido considerada un subproducto de la llamada New Age, resulta más que curioso, no obstante, que los grandes gobiernos de este mundo aparentemente racional y lógico hayan invertido grandes sumas de dinero y recursos para investigar y experimentar estas técnicas con propósitos estratégicos y militares. Las que siempre fueron leyendas conspirativas, de las que se alimenta Dan Brawn, se hacen historias reales gracias a las políticas de desclasificación de documentos a que hemos asistido durante los últimos años. Así, sabemos de operaciones como la estadounidense “MK-Ultra” para el control de la voluntad, del programa de ondas cerebrales del “Instituto Monroe” que despertó los recelos de la mismísima CIA, o de los cuerpos de espías psíquicos con visión remota financiados por Estados Unidos y la URSS durante la guerra fría, tomados tan en serio por uno y otro bando, que los estadounidenses llegaron a proteger silos de misiles nucleares con muñecos gigantes de Mickey Mouse y el pato Donald para despistar a los videntes soviéticos.
Una de las mayores controversias en que se ha sumergido la noética es haber querido usar los principios de la mecánica cuántica para avalar sus principios. Así, la cualidad cuántica del “entrelazamiento“, por la que el observador influye de forma decisiva sobre lo observado, debido a que estamos ante un campo unificado en el que absolutamente todo está relacionado entre sí, ha sido utilizada para promover la posibilidad de un cambio en la realidad a partir de la conciencia colectiva. De esta manera, estaríamos sometidos a una toma de conciencia individual por la que somos responsables de cada acto y pensamiento, pues la suma de las intenciones de cada individuo conduciría a un cambio de conciencia, y por tanto de realidad, a nivel planetario. En los años setenta, el biólogo Lyall Watson propuso su “teoría del centésimo mono”, según la cual un hábito es adoptado por toda la especie cuando se alcanza un número determinado de individuos que lo practican, algo parecido a lo que en sociología se conoce como “masa crítica“, como si el conocimiento pasara de pertenecer a conciencias individuales a ser asumido por una conciencia global común a todos los seres de la misma especie. El término “centésimo” es puramente simbólico y no significa que sea el mono número cien quien activa dicha conciencia, sino que se trata de un número aún indeterminado.
En este sentido, la película documental “¿¡Y tú qué sabes!?”, de la que se ofreció una versión extendida en 2006, aborda sin pudor estos grandes interrogantes en torno a las consecuencias que los avances científicos pueden tener sobre nuestra percepción de la realidad y a la relación entre ésta y la conciencia. Ciertamente, ha sido muy criticada y los científicos participantes en ella fueron tachados de charlatanes por frivolizar ciertos asuntos en torno a los conceptos de la física cuántica, al sacarlos de su mundo subatómico y extrapolarlos al mundo de los objetos supra-atómicos, donde sabemos que el determinismo anula cualquier posibilidad cuántica. ¿Sabemos? Bueno, al menos hasta ahora. Hace apenas un año no nos hubiéramos atrevido a apadrinar tal frivolidad. Hoy asistimos atónitos a esa máquina cuántica visible al ojo humano que fue considerada el avance más revolucionario de 2010 por la revistaScience. A partir de aquí, podemos reclamar con dignidad el derecho a seguir soñando…
Por “conciencia”, los estudiosos de la Noética se refieren a nuestra mente, aquella que –como afirman– es capaz de modificar el mundo físico. En elInstitute of Noetic Sciences (IONS) no sólo estudian el tema, sino que lo practican con experimentos (para respaldar empíricamente sus teorías) como, por ejemplo, uno en el que un grupo de personas se concentra en un vaso de agua con pensamientos positivos y después en otro con pensamientos negativos para terminar comprobando que el primero resulta en una bella forma y el segundo en una horrible. Las preguntas que surgen: ¿Habrá quedado a un lado, durante siglos, la naturaleza espiritual del ser humano en favor de la Ciencia y la razón? ¿Será el momento de traspasar, ahora que la tecnología ha atravesado tantos límites, la frontera de la razón hacia un espacio donde también tiene cabida el ánima como fuente de conocimiento? Habiendo pasado ya por el idealismo y romanticismo del siglo XVIII, el realismo del XIX y, podríamos considerar, la tecnología del XX, ¿será la Noética la Ciencia –puesto que el hombre tecnológico sigue siendo racional – que logra conjugar todo el saber humano para avanzar dando un paso más allá uniendo el intelecto con lo espiritual?
La revista Science publicó hace unos días su lista de los diez avances científicos más importantes del año, y el primer puesto fue para una “máquina cuántica”, la primera jamás creada. Se trata de un dispositivo cuyo tamaño es de 60 micras (60 milésimas de milímetro) realizado con nitruro de aluminio y que forma una especie de pala vibratoria cubierta por dos láminas de aluminio. Aunque a efectos prácticos nos parezca diminuto, en mecánica cuántica es toda una superestructura. Su gran aportación a la ciencia es que ha sido el primer objeto macroscópico que no se rige por las leyes de la física clásica. Hablando en plata, viola cualquier noción que nosotros, simples humanos de a pie, podamos tener de la realidad. Antes de proceder a cualquier explicación, habremos de recurrir a las palabras de Richard Feynman, pionero en estudios cuánticos y miembro del proyecto Manhattan, quien dijo en una ocasión: “Recuéstese y disfrute de lo que le voy a contar. Pero no pregunte de ninguna manera por qué es así, porque entonces se pierde en una calle de la cual ningún ser humano ha vuelto sano”. Será mejor hacerle caso. Los padres de la criatura son los físicos Andrew Cleland y John Martins, de la Universidad de California, en Santa Bárbara, quienes presentaron en marzo un diminuto remo de metal o “baqueta cuántica”, pero visible al ojo humano, que vibra cuando se coloca en movimiento en un determinado rango de frecuencias.
Partamos del hecho de que la física cuántica es propia del mundo subatómico y que, cuanto más aislado y frío es el sistema en que está una partícula, más cuántico resulta. En primer lugar, los científicos enfriaron la “baqueta cuántica” hasta un valor cercano al cero absoluto (-273 ºC), momento en el que el dispositivo alcanzó su “estado base” o el menor estado de energía permitido por las leyes de la mecánica cuántica. Después, aumentaron la energía del artefacto en un solo quántum, es decir, en la mínima variación posible permitida, para producir un estado de movimiento mecánico-cuántico puro, con la menor interferencia posible. Finalmente, lo conectaron a un circuito eléctrico superconductor. Entonces, la “baqueta cuántica” entró en un estado por el que vibraba pero, al mismo tiempo… estaba quieta… Mientras que la física clásica establece que todo objeto presenta un estado bien definido en cada momento, estático o dinámico, por ejemplo, el mundo cuántico se rige por otro principio, la ”superposición cuántica“, según la cual una partícula se presenta bajo todos sus estados posibles simultáneamente. Las fórmulas cuánticas no pueden describir una situación por sí misma, sólo establecer las posibilidades de cada uno de los sucesos dados en una partícula.
Sólo cuando se establece una medición, es decir, cuando aparece un observador, una interferencia, el sistema se define y muestra un resultado de todos los posibles. Este papel del observador se explica por otra ley fundamental, el “entrelazamiento cuántico“, que establece que todo elemento que participa del sistema influye y determina al resto de componentes. Cuantos más elementos haya en dicho sistema, más interferencias habrá en cada partícula, lo que hace que ésta pierda gradualmente sus estados simultáneos posibles (superposición) hasta acabar en uno solo, lo que la definirá de manera más concreta. Es decir, el observador interfiere y determina un resultado u otro. Esto nos lleva a un tercer fenómeno clave para entender la importancia de la máquina cuántica, la “decoherencia“, que define la transición del mundo cuántico de las partículas subatómicas al mundo clásico de los objetos macroscópicos por la interacción entre los componentes del sistema. A medida que crece el sistema, más partículas y más interacciones hay, por lo que los estados cobran mayor definición, como si se les pasase por un filtro. La cualidad de superposición desaparece progresivamente. El mundo caótico de la cuántica disminuye y más cerca estaremos del mundo de la física clásica.
Lo que ha hecho la máquina cuántica ha sido ir más allá de la decoherencia, al hacer que un sistema formado por millones de átomos actúe según los principios de la física cuántica, y no de la física tradicional como cabría esperar. Los investigadores han demostrado, por tanto, que los principios de la mecánica cuántica pueden aplicarse a objetos cotidianos. Según Adrian Cho, redactor de la revista Science, “a nivel conceptual es impresionante porque lleva a la mecánica cuántica a otro ámbito completamente nuevo. A nivel práctico, abre un abanico de posibilidades que van desde experimentos que combinen el control cuántico sobre la luz, la corriente eléctrica y el movimiento hasta, quizá algún día, pruebas de los límites de la mecánica cuántica y nuestro sentido de la realidad”. Las repercusiones de esta demostración son incalculables, sobre todo en el desarrollo de ordenadores cuánticos, cuya potencia se nos escapa al ser éstos capaces de realizar cálculos simultáneos, o en el interés por las posibilidades del motor cuántico, hasta ahora una genialidad teórica, entre otras muchas opciones que cambiarán nuestra forma de ver el mundo, como la posibilidad del desdoblamiento cuántico, por el que una partícula se halla en dos sitios a la vez.
Esta pequeña palanca de unas cuantas micras no deja de ser el primer paso para permitirnos soñar sin limitaciones a partir de ahora, pues ya sabemos que sólo es cuestión de tiempo que la ciencia ficción invada nuestro mundo. Podemos ya pensar en cual será nuestro primer destino en la máquina de teletransportación. ¿Alguien se apunta? No lo dice un grupo «New Age», ni unos amantes de la pseudociencia o de la falsa espiritualidad, sino un equipo de psiquiatras liderado por el Hospital General de Massachusetts, que ha realizado el primer estudio que documenta cómo el ejercitar la meditación puede afectar al cerebro. Según sus conclusiones, publicadas en Psychiatry Research, la práctica de un programa de meditación durante ocho semanas puede provocar considerables cambios en las regiones cerebrales relacionadas con la memoria, la autoconciencia, la empatía y el estrés. Es decir, que algo considerado espiritual, nos transforma físicamente y puede mejorar nuestro bienestar y nuestra salud.
«Aunque la práctica de la meditación está asociada a una sensación de tranquilidad y relajación física, los médicos han afirmado durante mucho tiempo que la meditación también proporciona beneficios cognitivos y psicológicos que persisten durante todo el día», explica la psiquiatra Sara Lazar, autora principal del estudio. «La nueva investigación demuestra que los cambios en la estructura del cerebro pueden estar detrás de esos beneficios demostrados, y que la gente no se siente mejor solo porque se han relajado», apunta. Lazar ya había realizado estudios previos en los que había encontrado diferencias estructurales entre los cerebros de los profesionales de la meditación, con experiencia en este tipo de prácticas, y los individuos sin antecedentes, como, por ejemplo, un mayor grosor de la corteza cerebral en áreas asociadas con la atención y la integración emocional. Pero entonces la investigadora no pudo confirmar si este proceso había sido fruto de, simplemente, haber pasado unos ratos de reflexión.
Para el estudio actual, los científicos tomaron imágenes por resonancia magnética de la estructura cerebral de 16 voluntarios dos semanas antes. Y después de realizar un curso de meditación de ocho semanas, un programa para reducir el estrés, coordinado por la Universidad de Massachusetts. Además de las reuniones semanales, que incluían la práctica de la meditación consciente, que se centra en la conciencia sin prejuicios de sensaciones y sentimientos, los voluntarios recibieron unas grabaciones de audio para seguir con sus cavilaciones en casa. Los participantes en el grupo de meditación pasaron 27 minutos cada día practicando estos ejercicios. Sus respuestas a un cuestionario médico señalaban mejoras significativas en comparación con las respuestas antes del curso. El análisis de las imágenes por resonancia magnética encontró un incremento de la densidad de materia gris en el hipocampo, una zona del cerebro importante para el aprendizaje y la memoria, y en estructuras asociadas a la autoconciencia, la compasión y la introspección.
Además, se descubrió una disminución de la materia gris en la amígdala cerebral, un conjunto de núcleos de neuronas localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales, lo que está relacionado con una disminución el estrés. Ninguno de estos cambios fueron observados en el grupo de control formado por otros voluntarios, lo que demuestra que no fueron resultado solo del paso del tiempo. «Es fascinante ver la plasticidad del cerebro y cómo, mediante la práctica de la meditación, podemos jugar un papel activo en el cambio del cerebro y podemos aumentar nuestro bienestar y calidad de vida», dice Britta Hölzel, autora principal del estudio. El hallazgo abre las puertas a nuevas terapias para pacientes que sufren problemas graves de estrés, como los que soportan un agudo estrés post-traumático tras una mala experiencia.
La operación MK Ultraera un programa de investigación secreto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, que trataba de encontrar métodos para controlar la mente. Hay muchas evidencias de que utilizaba señales eléctricas así como drogas para cambiar el funcionamiento del cerebro. El programa salió a la luz públicamente gracias a la comisión presidencial Rockefeller en 1975. El programa MK Ultra se inició por orden de Allen Dulles, el director de la CIA en 1953. El primer jefe del programa fue Sidney Gottlieb. El objetivo principal era producir una droga que obligara al sujeto a decir la verdad. Pero había aproximadamente 150 proyectos de investigación en el programa, y aún no se conoce el propósito de todos ellos. Algunos de los elementos usados en el programa eran la radiación y los psicodélicos (alteradores de consciencia). También se usaron los barbitúricos y la anfetamina simultáneamente, un proceso que se abandonó debido a que la muerte del interrogado era demasiado frecuente. Los sujetos de las pruebas eran empleados de la CIA, miembros de los servicios militares, médicos, otros agentes del gobierno, prostitutas, pacientes con enfermedades mentales y miembros del público, muchas veces sin que los involucrados supieran lo que se hacía con ellos ni se solicitara su consentimiento.
Finalmente, los investigadores descartaron el LSD porque sus efectos resultaban imprevisibles. El proyecto MK Ultra consumía el seis por ciento de los fondos de la CIA en 1953. En diciembre de 1974 el New York Times reportó las actividades ilegales domésticas de la CIA, mencionando unos experimentos con ciudadanos estadounidenses. Pronto siguieron investigaciones del Congreso y la Comisión Rockefeller. Las investigaciones demostraron que el doctor Frank Olson había muerto por una caída desde la ventana después de la administración de drogas. Sin embargo, la familia Olsen consiguió reabrir el caso en 1994, tras exhumar el cuerpo y hallar indicios de homicidio. La investigación, sin embargo, no consiguió encontrar pruebas concluyentes y cerró el caso en 1996. También se demostró que las personas sometidas a los experimentos no habían dado su aceptación.
Los macacos japoneses están considerados de los monos más inteligentes del planeta. Todos los conocemos porque seguro que habremos visto alguna vez las imágenes de tales criaturas de cara rojiza que se sumergen en fuentes termales para combatir el crudo invierno. De los numerosos experimentos realizados con ellos, destaca el efectuado en 1952 con los ya famosos macacos de la isla de Koshima. En el experimento, se le dio una patata cubierta de tierra a una hembra de año y medio y se provocó que la lavara en el mar. Al probarla después, no sólo la encontró limpia, sino también más sabrosa gracias a la sal marina. A partir de entonces comenzó a lavar todas las patatas que encontraba antes de comerlas, y pronto comenzaron a imitarla otras hembras de la colonia. Posteriormente, las crías aprendieron a lavar el alimento de sus madres y al cabo de unos años, tras el relevo generacional, la conducta de lavar patatas ya estaba presente en todos los individuos de la colonia. Corría el año 1958.
Hasta aquí todo bien. El problema surgió cuando los científicos se dieron cuenta, tiempo después, de que los macacos de otras islas también habían comenzado a lavar patatas en el mar. Esto se explicó aduciendo que algunos ejemplares de Koshima habrían abandonado la isla a nado en algún momento posterior al experimento y unido a otros grupos a los que habrían mostrado su nuevo conocimiento. Otros científicos, en concreto el biólogo Lyall Watson en su libro de 1979 “Lifetide: A Biology of Unconscious”, extendieron la idea que hoy conocemos como “teoría del centésimo mono”, según la cual un hábito es adoptado por toda la especie cuando se alcanza un número determinado de individuos que lo practican, algo parecido a lo que en sociología se conoce como “masa crítica“, como si el conocimiento pasara de pertenecer a conciencias individuales a ser asumido por una conciencia global común a todos los seres de la misma especie. El término “centésimo” es puramente simbólico y no significa que sea el mono número cien quien activa dicha conciencia, sino que se trata de un número aún indeterminado. De esta manera, Watson sugería en su libro que si un número suficiente de personas adquieren un nuevo conocimiento o forma de ver las cosas, se propagará por toda la Humanidad.
A este respecto, existe en la actualidad, desde 1998, un experimento denominado “Global Consciousness Project“, dirigido por profesores de la Universidad de Princeton, en el que se investiga la interacción entre esa supuesta conciencia global y una red de ordenadores, de manera que estos se verían alterados por los sentimientos de seres humanos sin que exista ningún tipo de contacto físico con ellos. Según los científicos que dirigen el proyecto, los ordenadores ejecutan un programa por el que se emite información de manera aleatoria. Cuando ocurre un suceso de repercusión mundial, por ejemplo una catástrofe como el terremoto de Haití, los patrones de dicho programa se ven alterados de manera extraña y dejan de responder a las matemáticas del azar, como si la emoción global fuera capaz de interferir de alguna manera. El último análisis realizado tiene que ver con las revueltas de Egipto y se puede acceder a las conclusiones en la página del proyecto, en inglés, al igual que al archivo histórico de los experimentos.
La base filosófica de estas ideas sobre una conciencia universal se remontan a tiempos remotos y está presente en multitud de movimientos espirituales a lo largo de la Historia. A principios del siglo XX, un movimiento filosófico ruso denominado “cosmismo” desarrollaba la idea de la noosfera, un espacio al final de nuestra evolución en el que surgiría una conciencia única sobre nuestra percepción del cosmos, idea que sería recogida más tarde por el teólogo cristiano Pierre Teilhard de Chardin. La noosfera se explica como un espacio virtual donde ocurren todos los fenómenos del pensamiento y la inteligencia. Para Teilhard, la evolución se desarrolla en una serie de fases: la geosfera o evolución geológica, la biosfera o evolución biológica y la noosfera o evolución de la conciencia universal. Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristosfera, un paso evolutivo hacia la unión cósmica.
Según Lyall Watson: “Una vez se aprende a pensar en la vida de esta forma más amplia, una vez que se puede resistir a la vieja tentación de dividir las cosas en pequeñas piezas convenientes y totalmente artificiales, algunas zonas de este rompecabezas que llamamos vida empiezan entonces a ponerse en su sitio por propio acuerdo, estableciendo conexiones que, de otra forma, son muy difíciles de ver“. Si las teorías de científicos como Lyall Watson y los miembros del proyecto “Conciencia Global” resultaran ciertas, la ciencia estaría confirmando aspectos hasta ahora atribuidos a filosofías y movimientos espirituales desde que el Ser Humano decidió amputarse el cerebro para hacerle caso únicamente a la razón. El fenómeno del centésimo mono es un arma muy poderosa que conviene mantener en el plano de la superstición. ¿Os imagináis? Cuando un número concreto de personas actúan bajo una filosofía alternativa, su comportamiento es propio de ese grupo concreto. Pero, de repente, un sólo individuo, el “centésimo mono”, aquel que suma el número decisivo para completar la masa crítica, podría cambiar el destino del mundo haciendo que el cambio de conciencia llegase al resto de la Humanidad.
¿Es esta la idea que subyace en el Apocalipsis de San Juan cuando se habla de esos 144.000 justos? Entre los yogis de la India circula la idea de que, si el diez por ciento de la población mundial meditase, el resto cambiaría su forma de pensar. La frase más extendida cuando hablamos de cambiar el mundo es“¿y qué puedo hacer yo?”. Bueno, pues, visto lo visto, quién sabe. ¿No podrías ser tú, escéptico lector, el centésimo mono de la nueva conciencia que se nos anuncia posible? Por si acaso, no cuesta nada probar, ¿no? Lο paranormal o los fenómenos son ciertos sucesos que, presentándose como hechos físicos, biológicos y psíquicos, no han podido ser descritos, en cuanto a sus causas y procesos, por las ciencias que se ocupan de los campos citados, es decir, las ciencias físico-químicas, biológicas, médicas, neurológicas y psicológicas. Estos fenómenos son estudiados por la parapsicología. Una definición frecuentemente utilizada en la literatura científica es la de James E. Alcock (1981): Un fenómeno paranormal es aquel que no ha sido explicado en términos de la ciencia actual; Únicamente se puede explicar mediante una amplia revisión de los principios de base de la ciencia. No es compatible con la norma de las percepciones, de las creencias y de las expectativas referentes a la realidad.
Que resulte inexplicable por las ciencias establecidas es condición necesaria para la estimación de un fenómeno como paranormal, pero no es condición suficiente. Tal fenómeno debe presentar además rasgos propios, específicos, que lo distingan y aparten de los fenómenos naturales, tanto normales como anómalos, cuyo dinamismo se ajusta a las relaciones de variables conocidas por la ciencia oficial. El conocimiento causal de los hechos llamados paranormales -hoy por hoy objeto solo de hipótesis, mejor o peor fundamentadas- permitiría la definición de dichos rasgos propios, de ahí el interés de la investigación de tales hechos y de que no se pongan obstáculos a la misma. El primer grupo lo forman fenómenos paranormales llamados “de conocimiento“, caracterizados por la “obtención de información sobre el mundo exterior al margen de los canales sensoriales comunes“. Son ejemplos los fenómenos llamados de “percepción extra-sensorial” (PES): la telepatía (comunicación o transmisión de contenidos de mente a mente, pero también entre hombre y animal y entre animales), la precognición (conocimiento de sucesos futuros libres), la retrocognición (conocimiento de sucesos pasados ignorados por el sujeto) y la simulcognición (conocimiento de hechos que tienen lugar en distinto espacio, en la misma unidad de tiempo).La radiestesia y telerradiestesia, la psicometría y las llamadas “mancias” estarían también incluidos, como fenómenos en los cuales la presencia o la utilización de muy diversos objetos excitarían presuntas facultades de PES en sujetos “dotados” (quiromancia, cristalomancia, cartomancia, cafemancia, ornitomancia, acutomancia, dominomancia, rabdomancia, astrología…).
Un segundo grupo lo forman los fenómenos paranormales llamados “de efectos físicos“, en los que -siempre según sus estudiosos- se producen “efectos objetivamente detectables en el mundo exterior al margen del marco de las influencias energéticas conocidas (…): efectos mecánicos tales como el movimiento de objetos a distancia, sin el concurso de ninguna fuerza física detectable (telekinesis y psicokinesis), efectos antigravitacionales (levitación), cambios en el estado de la masa (materialización), transformaciones de energía (cambios de temperatura, producción de sonidos diversos y efectos electromagnéticos que se originan sin ninguna causa física conocida), y la influencia que ejerce aparentemente la concentración mental sobre reacciones químicas y sobre procesos biológicos“. La literatura especializada recoge como ejemplos de fenomenología para-física, entre otros, además de los citados: la fantasmogénesis, la bilocación y la espectrogénesis; los aportes e la hiloclastia: apariciones y desapariciones de objetos que parecen surgir “atravesando” materia sin dejar señal; los “raps” (golpes); la clariaudiencia (audición directa de voces para las que no se detecta causa u origen físico); la hoy llamada “transcomunicación instrumental“, que incluiría la psicofonía o parafonía y la psicoimagen o paraimagen; la ideoplastia o teleplastia (aparición de figuras y signos en medios físicos); el doblamiento de metales; la combustión espontánea; la psicofotografía (plasmación fotográfica voluntaria de contenidos imaginados); los “extras“ (aparición en placa de elementos no presentes al realizarse la fotografía), etc.
Asimismo, se incluyen efectos para-biológicos, entre los que se encuentran: las experiencias extra-corpóreas; las formaciones ectoplásmicas, con posible inclusión en ellas de los fenómenos de transfiguración; la dermografía y, dentro de esta, la estigmatización; la transfixión, así como fenómenos para-higiénicos: varias formas de diagnóstico y terapia paranormales, entre las que destacan, por ejemplo, las atribuidas a los llamados “psicocirujanos” filipinos y brasileños, etc. Esoterismo, ocultismo, teosofismo, espiritismo, brujería, vudú, satanismo, etc. son contextos doctrinales en los que parece haberse registrado una variada fenomenología paranormal, la cual, por otra parte, está presente también en todas las grandes religiones (así, por ejemplo, la que aparece relatada en varios libros de la Biblia o en textos dentro del budismo o del lamaísmo, etc.) y místicas. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la Parapsicología pretende la verificación y definición precisa de los fenómenos paranormales objetivos, aislándolos, en tanto que hechos, del contexto teórico interpretativo en que, cuando es el caso, surgen o se producen.
Así sucedería al estudiar, por ejemplo, fenómenos de sanación al margen de la ciencia médica ortodoxa o convencional, observados por los antropólogos en grupos primitivos o que mantienen su identidad cultural total o parcialmente incontaminada, como el que registra, por ejemplo, Esther Hermitte, una reconocida antropóloga social argentina. Se trata de sucesos que una comunidad indígena interpreta desde los relatos sobre su Dios, que todo lo puede y que castiga con enfermedades a aquel que no siga al pie de la letra sus órdenes, que, para la comunidad, garantizan una vida llena de plenitud, sin preocupaciones y una familia feliz. Cuando alguien del grupo es ofendido por un miembro del mismo, este cae rápidamente enfermo. Para una posible sanación deberá de ir la casa de la curandera, conocida como “la bruja”. La misma se encargará de curarlo practicando una serie de “conjuros”, verificando mediante el pulso cómo va recorriendo la sangre el cuerpo. Según como sea la velocidad a la que va la sangre por el cuerpo, así será el tipo de avance que haya tenido la medicación. Si no hay avance, la bruja le preguntará si ha ofendido a un compañero de la comunidad y dependiendo de lo que conteste el hombre o mujer, decidirá si continuará con la sanación o lo dejará como un castigo.
Es así como se castiga a los de la comunidad. Tal vez la enfermedad para la comunidad sea un castigo de su Dios todopoderoso, pero, ¿y si es solo una identidad desconocida que está poseyendo a la comunidad, un ser que habita entre la comunidad y es considerable que permanezca de esa manera durante generaciones, para ser catalogado como una leyenda o un mito? Afectando así la reputación de la familia en la comunidad o afectando a la comunidad y alejándolos de la civilización avanzada por un evento desconocido para todos, no cabe que para este fenómeno exista solución. Lo más recomendable es la ayuda de expertos que pueden devolver a la comunidad la paz que anhela. El parapsicólogo se interesaría en principio por una sanación debidamente comprobada en la comunidad indígena anterior, aislándola, como hecho objetivo, de las creencias del grupo, y sabiendo que una curación heterodoxa no puede conceptuarse como “paranormal” por el solo hecho de producirse al margen de la Medicina convencional, ya que podría quedar explicada desde ciertos capítulos de la Psicología, además de los de la medicina psico-somática. El parapsicólogo investigaría después de haber podido descartar estas explicaciones (que, por otra parte, conducen a interrogantes de interés acerca de la relación entre cuerpo y mente).
Una vez más, se destaca la cuestión central de la averiguación de las causas de los fenómenos que se presentan como paranormales, de cara a la identificación de los rasgos esencialmente propios de los mismos y, por tanto, para su completa definición. El derecho del estudioso de lo paranormal o parapsicólogo surge porque y cuando la metodología de las ciencias establecidas fracasa en la búsqueda de dicho conocimiento causal, ya que, si pudiera proporcionarlo, el dato quedaría explicado desde esa metodología y, por esa misma razón, sería competencia de tales ciencias, no siéndolo entonces del parapsicólogo. Con el precedente de “El retorno de los brujos”, de Bergier y Pauwels (1960), y de las producciones de Erich von Däniken -como “Recuerdos del Futuro”-, en las que, bajo la apariencia de investigación de hechos se emprenden especulaciones de ciencia-ficción, se produjo una auténtica oleada de publicaciones y desde la segunda mitad del siglo XX, la aceptación de lo paranormal se ha difundido considerablemente, con miles de libros y revistas dedicados al tema, un sinfín de películas y de series de televisión como “The X-Files”, “Supernatural”, “Fringe” o la “Dimensión Desconocida.
La investigación de los fenómenos paranormales y aún más su interpretación, son difíciles de encajar en el ámbito de las pautas metodológicas y las teorías científicas establecidas. Debe tenerse en cuenta el problema epistemológico que significa el calificar como “paranormales” precisamente aquellos hechos para los que no se haya podido encontrar explicación causal, empleando la metodología de la ciencia positiva, en el proceso multidisciplinar de determinación de todo supuesto fenómeno paranormal. Esto ha conducido a señalar que, si han de ser los hechos observados los que orienten la elaboración del método y no al contrario, es decir, no que los hechos se adapten a un método preestablecido (que podría, como consecuencia de su aplicación, desfigurar los rasgos definitorios que se buscan), los datos que nos ocupan están reclamando una adecuada metodología específica. Cabe decir que la historia de las ciencias ha venido siendo la de la mutua referencia entre lo observado, como dato a definir con precisión, y la elaboración del orden de pautas de investigación a seguir en el proceso metódico de lograr dicha definición.
El gran número de fenómenos presuntamente paranormales de que se viene teniendo noticia documental desde tiempos remotos, así como ciertos fenómenos vinculados a la doctrina espiritista (mesas y “médiums” parlantes, escritura automática, formaciones ectoplásmicas y otros), terminaron por animar la creación de sociedades (así, en 1882, la pionera Society for Psychical Research, de Londres, con su filial norteamericana) e institutos de investigación (así, en 1919, el Instituto Metapsíquico Internacional de París, declarado oficialmente “de utilidad pública“), con la promoción de conferencias y congresos sobre los datos que constituyen el objeto material de estudio del llamado, ya en nuestros días, “parapsicólogo“. Cierta fenomenología espontánea que, como tal, es testimoniada desde experiencias vividas en condiciones no sometidas a control, también mereció interés por las posibles consecuencias científicas de lo que se descubriese respecto a sus procesos y causas, conduciendo progresivamente a una investigación que, objetivando su realidad bajo control experimental, lograse describir las leyes de su dinamismo. Se prescinde aquí de la problemática epistemológica, general para todas las ciencias experimentales, que suponen las nociones de causalidad y de ley de la naturaleza, tal como ha venido siendo presentada a lo largo del siglo XX por científicos y filósofos de la ciencia.
“Investigación psíquica” y “Metapsíquica“, término este último utilizado por el premio Nobel de Fisiología francés Charles Richet, fueron los primeros nombres dados a la disciplina que se ocupa del estudio de los fenómenos paranormales. A partir de la I Conferencia Internacional sobre Parapsicología, celebrada en Utrecht (Holanda) en 1953, se impuso este último término, “Parapsicología“, acuñado en 1889 por Max Dessoir, filósofo alemán de la Universidad de Berlín. Los científicos reunidos en la citada Conferencia convinieron en el interés de la investigación de los fenómenos paranormales hasta el punto de que, como consecuencia, en el mismo año 1953, un encargo de un curso del profesor Willem H. C. Tenhaeff (1893-1981) se convirtió en una cátedra con un laboratorio anexo, el Instituto de Parapsicología de la Universidad de Utrecht. Una segunda cátedra, esta vez ya ordinaria, fue adjudicada al profesor Johnson en la misma universidad. Poco después, en 1954, la Universidad de Friburgo, en Brisgovia (Alemania), confiaría una cátedra de Psicología al médico, humanista y psicólogo Hans Bender, reconocida autoridad europea en la investigación paranormal. Por su parte, tras las experiencias de telepatía llevadas a cabo por Bechterev y mejoradas por el fisiólogo Leónidas Vassiliev, hasta el punto de interesar al gobierno de la URSS para fines militares, este último científico fundó en 1960 el Instituto de Bioinformación (término soviético para designar la telepatía), que su sucesor, P. Gulyaev, convirtió en el Laboratorio de Cibernética Biológica de la Universidad de Leningrado.
La Parapsicología tiene sus raíces en las investigaciones realizadas desde la segunda mitad del siglo XIX por científicos ilustres (el ya mencionado Charles Richet, Oliver Lodge, William Crookes, Alfred Russell Wallace, F. Myers, William F. Barrett, William James, y otros). Aunque ya entre ellos se dieron antecedentes, la parapsicología llamada “cuantitativa” y “empírica” comenzó su andadura a raíz de utilizarse un método experimental en la Universidad de Duke (Carolina del Norte, USA) a finales de la década de 1920 y en la década de 1930, bajo los auspicios del psicólogo William McDougall, quien colaboró con el catedrático de fisiología vegetal de Harvard: J. B. Rhine (1895 – 1980). Éste, en labor conjunta con su esposa, la Dra. Louise Ella Rhine, también botánica y naturalista, utilizó las “cartas Zener” y dados especiales, para experimentos orientados a constatar las manifestaciones de percepción extrasensorial y de psicocinesis, así como a encontrar correlaciones estadísticas en ellos. Las cartas Zener conforman un mazo de 25 naipes de 5 tipos distintos. Fueron utilizadas por el parapsicólogo J. B. Rhine y el Dr. Karl Zener con el fin de estudiar casos de aparente percepción extrasensorial (principalmente clarividencia), utilizando el método científico. Los distintos palos son cuadrado (□), círculo (○), estrella (☆), cruz (+) y líneas onduladas (⌇⌇⌇), fueron diseñados como figuras simples pero distintas, desambiguas, de fácil medición estadística. Cuando las cartas Zener fueron inventadas en los años 20, eran mezcladas a mano, pero Rhine prefirió más adelante tener una máquina para realizar esta labor. Inicialmente se utilizaba un papel blanco traslúcido bastante fino. Algunas personas obtenían puntuaciones bastante altas, pero pronto se advirtió que era posible ver los símbolos a través de las cartas.
En 1957, fue fundada en EE. UU la Parapsychological Association para el estudio ordenado y sistemático de los fenómenos de este tipo. En 1969 fue admitida en la prestigiosa Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Esa afiliación, junto con una apertura mayor hacia los “fenómenos psíquicos” en la década de 1970, dio lugar a un aumento de la investigación parapsicológica. Esto coincidió con un renovado interés en experimentos parapsicológicos en los años setenta, que llevaron incluso a instituciones como el Stanford Research Institute a efectuar experimentos en parapsicología, incluyendo uno con el famoso Uri Geller. En la URSS y en los países de su ámbito de influencia, hubo también mucho interés en el estudio de la Parapsicología en esos años, que vieron la fundación de múltiples cátedras y sociedades estatales especializadas, que intentaron, en diversos grados, seguir un programa experimental. Entre ellas estuvieron la Academia de Parapsicología y Medicina (1970), el Instituto de Paraciencia (1971), la Academia de Religión e Investigación Psíquica, el Instituto para las Ciencias Noéticas (1973), y la Asociación Internacional de Investigación Kirlian (1975).
Para contrarrestar el creciente interés por la Parapsicología, también en los años setenta se crearon organizaciones escépticas, principalmente el Comité para la Investigación Científica de Afirmaciones Paranormales (1976), ahora llamada Committee for Skeptical Inquiry (Comité para la Investigación Escéptica), junto con su revista, el Skeptical Inquirer. Es comprensible que el rechazo escéptico se dirija directa e indirectamente a la aceptación de los hechos objeto de la Parapsicología en sí mismos, ya que la situación a que conduce admitir efectos paranormales es de una grave complejidad intelectual. La pretendida comprobación crecientemente rigurosa de los datos paranormales -sin la que, aun con críticas, no se habría podido reconocer como científica la disciplina de la que son objeto- se ha venido proponiendo de las dos formas ya señaladas. Muchos estudiosos han catalogado testimonios referidos a fenómenos paranormales espontáneos, como el trabajo de Charles Fort (1874-1932), que recopiló unos 40.000 fenómenos inexplicados, sobre los que escribió siete libros, entre los que destaca “The Book of the Damned” (1919).
Cuando se trata de fenómenos espontáneos, el investigador que accede a ellos se introduce en el escenario de los hechos con una primera finalidad imprescindible: descubrir o descartar un posible fraude. Necesitará colaboradores expertos que aporten los pertinentes datos psicológicos, sociológicos, culturales, ideológicos, etc., en relación con los sujetos o testigos de los hechos, cuyos testimonios estudiará detenidamente, así como la recabada información histórica, cuando la misma sea relevante, sobre el lugar en que los hechos se han producido o se producen. Cuando se haya podido descartar el fraude, corresponderá a colaboradores científico-naturales determinar si los hechos tienen su adecuada explicación dentro de sus ciencias. Solo ante la negativa fundamentada de tal explicación, se clasificarán los fenómenos en su debida conceptuación paranormal hipotética, buscando, como es lógico, que el equipo investigador pueda observarlos de forma directa, utilizando medios técnicos de análisis y de registro de imagen, sonido y otras variables físicas, que proporcionan certeza de objetividad, así como datos sobre probables elementos comunes con fenómenos ya investigados, permitiendo la buscada definición precisa de lo sucedido.
La crítica escéptica insiste en las posibles desviaciones introducidas por el observador (compárese con la metodología del doble ciego), cuya subjetividad se ve incrementada al participar directamente, así como en la posible falta de sistematización en la recolección de datos. Las universidades del mundo e investigadores independientes emplean métodos experimentales (no necesariamente el uso del método científico, o su realización al 100%), para repetir bajo control algunos de estos fenómenos. Uno de los pioneros en este campo fue el ya mencionado J. B. Rhine (1895 – 1980).[ Los resultados experimentales hasta ahora no han sido universalmente aceptados y en pocas ocasiones se ha admitido su publicación en revistas científicas con peer review (revisión por pares), el método normal de difusión y aceptación de teorías científicas bien fundamentadas.
La posición de la comunidad científica establecida queda reflejada en el siguiente texto, cuyo autor es Martin Gardner: “¿En qué se equivocan, en mi opinión, los parapsicólogos? No hay una respuesta única a esto. Creo que en la mayoría de los casos sus resultados son fruto de un sesgo no intencionado en el diseño de los experimentos y en el análisis de los datos en bruto. (…). En resumen, a mi modo de ver hay tres fuentes principales de error en los experimentos psi clásicos: la propensión inconsciente del experimentador, el fraude deliberado por parte de los sujetos, y un fraude poco frecuente por parte de los investigadores. (…) No puedo decir que las fuerzas psi no existan. Sólo digo que la evidencia que tenemos de ellas es débil. Las declaraciones extraordinarias reclaman una evidencia mucho más extraordinaria que la que los parapsicólogos han sido capaces de reunir. Cuando los experimentos puedan ser repetidos fiablemente, cuando sea evidente que los controles guardan una proporción razonable con la magnitud de las pretensiones, y cuando magos sabios participen en el diseño de esos experimentos y sean testigos de los mismos, entonces no dudaré en cambiar de parecer.”. Aunque las objeciones expuestas por Gardner pueden merecer réplica por parte de los parapsicólogos, es comprensible la exigencia de máximo rigor en los diseños teóricos y experimentales que se refieren a supuestos que, como es el caso de los fenómenos llamados “psi”, podrían obligar a la ciencia positiva a graves rectificaciones.
Por otro lado, no debiera olvidarse que importantes páginas de la historia de las ciencias son ejemplos de lamentable resistencia desacertada a tales revisiones y que los fraudes no han quedado fuera de dicha historia. La apertura a replanteamientos, incluso atrevidos, es tan propia del espíritu científico como la necesidad de fundamentar estos debidamente. Desde esa perspectiva, otro miembro de la comunidad científica, el sociólogo-psicólogo H. J. Eysenck, junto al parapsicólogo Carl Sargent, escriben que, frente a informes de acontecimientos paranormales, a un lado “se sitúan aquellos que dicen: ‘Está bien. Vayamos a echar un vistazo’. Para nosotros, esos son los verdaderos científicos. (…) Al otro lado tenemos a quienes no creen que puedan existir pruebas dignas de ser buscadas. (…) Algunos científicos no desean que lo paranormal sea investigado. Están convencidos en el interior de sus propias mentes de que tales cosas no pueden existir (…) Y aún más: cuando se realiza alguna investigación en el campo de lo paranormal, esas gentes tratan de desacreditar las posibles pruebas conseguidas, a menudo con argumentos (…) que de ningún modo resultan aceptables a la luz de la crítica científica. Rechazamos con firmeza ese escepticismo de andar por casa. En principio, debe ser posible investigar científicamente toda anomalía o anormalidad. Por otro lado (…) Debemos adoptar una postura crítica frente a las pruebas que se nos ofrezcan, e insistir en que esas anomalías ‘paranormales’ estén apoyadas por hechos innegables. Solo entonces podremos proceder a alterar o desafiar las ideas establecidas por la ciencia. Sin embargo, hay una diferencia crucial entre un punto de vista escéptico y un punto de vista crítico. (…) Nosotros debemos ser (…) críticos, pero no escépticos“.
Según los escépticos, cabe la posibilidad de considerar los fenómenos parapsicológicos no como fenómenos reales, sino dentro de la psicología individual y social, en estudios sobre el desarrollo de creencias. La Psicología mayoritariamente no se adhiere a los postulados de la parapsicología, si bien en 1978 el catedrático de Psiquiatría checo Stanislav Grof, radicado en EE. UU., funda la “Asociación Transpersonal Internacional“, impulsando el estudio y la investigación de los estados modificados de la conciencia. Su aporte a la Parapsicología ha sido básicamente el concebir la conciencia no sólo como un mero producto de nuestro cerebro, sino como algo que puede existir de un modo transmaterial y que trascendería por tanto los límites del tiempo y del espacio. Los fenómenos paranormales y los místicos tendrían cabida como objeto de estudio en este nuevo modelo de la psique humana que ha desafiado los postulados establecidos por la ciencia convencional.
Se llama percepción extrasensorial a la habilidad de adquirir información por medios diferentes a los sentidos conocidos: gusto, vista, tacto, olfato, oído,equilibriocepción y propiocepción. El término implica fuentes de información desconocidas por la ciencia. La percepción extrasensorial se denomina a veces sexto sentido (pues vendría tras los cinco primeros enumerados, que se consideran los cinco sentidos «clásicos»). La noción de la percepción extrasensorial existía de la antigüedad. En muchas culturas antiguas se atribuía tales poderes a personas que los usaban como segunda vista o para comunicarse con deidades, antepasados, espíritus, etc. En los años 1930, en la Universidad Duke de Carolina del Norte, Joseph Banks Rhine y su esposa Louisa intentaron transformar la investigación psíquica en una ciencia experimental. Para evitar las connotaciones fantasmagóricas y evitar que los resultados careciesen de valor. Sin embargo, mucha gente ha sido convencida por estos resultados durante varias decenas de años.
Otros parapsicólogos hallaron que algunos sujetos fallaban por debajo del resultado puramente aleatorios (fallo psíquico); que las tasas de acierto tendían a declinar durante la prueba (efecto de declive) y que la gente que creía en la percepción extrasensorial, llamadas «ovejas», lograban mejores tasas de acierto que los que no creían en ella (llamado «cabras»), lo que se conoció como efecto oveja-cabra. Sin embargo, ninguno de estos efectos resultaron ser fácilmente reproducibles. En los últimos años los parapsicólogos han recurrido a otros métodos, notablemente las pruebas de respuesta libre. Partidarios de la existencia de la percepción extrasensorial señalan los numerosos estudios científicos que parecen ofrecer resultados que se convierten en barreras sociológicas más que científicas a la investigación, así como la dificultad para acceder a la financiación de más estudios y de desarrollo teórico.
Se ha sugerido, ante la carencia de resultados positivos y reproducibles, que es una razón por la que científicos y materialistas concluyen que la existencia de estos fenómenos no se pueden establecer científicamente sin evidencias estadísticamente significativas de estudios controlados correctamente en el laboratorio. La principal discusión actual sobre la percepción extrasensorial gira en torno a si tales pruebas de laboratorio estadísticamente convincentes se han logrado ya. Algunos disputan la interpretación positiva de los resultados obtenidos en estudios científicos sobre percepción extrasensorial, pues los resultados más convincentes y reproducibles son todos estadísticamente poco representativos. Los críticos de la percepción extrasensorial arguyen sus dudas sobre la percepción extrasensorial, a pesar de lo cual su existencia se considera bien fundada.
Las afirmaciones sobre la existencia de la percepción extrasensorial han estado sujetas a repetidas críticas. El psicólogo social David Myers afirma que «nunca se ha descubierto un fenómeno extrasensorial reproducible, ni nadie ha producido alguno que sea capaz de demostrar la habilidad psíquica». Algunos escépticos suelen señalar que el que nadie haya logrado aún pruebas de que realmente existe, es una prueba científica y final de que la percepción extrasensorial simplemente no tiene una explicación mas allá de lo natural. James Randi es un conocido escéptico que fundó una organización (Fundación Educativa James Randi) que ofrece un premio de un millón de dólares a quien pueda demostrar alguna habilidad sobrenatural o pseudocientífica, como la percepción extrasensorial, bajo condiciones previamente acordadas por la organización y el candidato. Pero en este punto lanzo esta pregunta: ¿Podemos demostrar que existe Dios?
Todos los iniciados de la masonería oían hablar de la escalera simbólica que les permitiría ascender y «participar en los misterios de la ciencia humana». La francmasonería, como la ciencia noética y los antiguos misterios, tenía en muy alta estima el potencial inexplorado de la mente humana. Y muchos símbolos masones guardaban relación con su fisiología. «La mente es un vértice dorado en la cima del cuerpo físico; es la piedra filosofal. Por la escalera de la columna vertebral, la energía asciende y desciende, circula y conecta la mente celestial con el cuerpo físico». No es coincidencia que la columna tuviera exactamente treinta y tres vértebras. «Treinta y tres son los grados de la masonería». La base de la columna era el sacro, es decir, el «hueso sagrado». «El cuerpo es en verdad un templo». La ciencia humana que los masones veneraban era la antigua sabiduría que enseñaba a usar ese templo para su fin más noble y poderoso. Todos los iniciados de la masonería oían hablar de la escalera simbólica que les permitiría ascender y «participar en los misterios de la ciencia humana».
Los antiguos ya conocían muchas de las verdades científicas que ahora estamos redescubriendo. En cuestión de años, el hombre moderno se verá obligado a aceptar lo que ahora es impensable: nuestros cerebros podrán generar energía capaz de transformar el mundo físico. Las partículas reaccionan con nuestros pensamientos…, lo que significa que nuestros pensamientos tienen el poder de cambiar el mundo. Dios es algo muy real: una energía mental que lo impregna todo. Y nosotros, los seres humanos, hemos sido creados a su imagen y semejanza… Nuestros cuerpos físicos han evolucionado a través del tiempo, pero nuestra mente fue creada a imagen y semejanza de Dios. Nuestra lectura de la Biblia es demasiado literal. Decimos que Dios nos creó a su imagen, pero no es nuestro cuerpo físico lo que se parece a Dios, sino nuestra mente. Uno de los puntos de partida es que cerebro y mente no son lo mismo. El primero sería un mero receptor de señales, siendo la mente una fuente externa de información a cuyos contenidos se accede según las capacidades desarrolladas, potencialmente entrenables, y la voluntad puesta en el empeño.
La noética ha sido y es muy criticada por el mundo científico. Vivimos en un mundo donde se nos ha dicho que la realidad sólo puede ser percibida a través de cinco sentidos, que todo lo que ocurre tiene una causa lógica y mecánica que lo produce y que la comunicación directa entre mentes es imposible. Sin embargo, cada día son más los físicos y estudiosos que se atreven a indagar en los asuntos noéticos con un mínimo de seriedad. El precio a pagar, eso sí, es la pérdida de su reputación profesional. La palabra “noética” viene del verbo griego “nous/noew”, que significa “ver discerniendo” o, para traducirla de manera más concreta, se podría equiparar a “pensar” –ya que nos encontraríamos frente a una “visión (psíquicamente hablando) reflexiva de las cosas”. Hoy, uno de los significados que se da al término “noesis”, de donde viene “noética”, es “visión intelectual, pensamiento”. En la Antigüedad, los filósofos griegos utilizaban esta palabra para referirse al verbo “intuir”, y para Aristóteles la noética era su doctrina de la inteligencia. Para Platón, por ejemplo, la noesis era el “grado más elevado de conocimiento, al ser la única capacidad del alma que permite la captación directa de las Ideas, de la verdadera realidad” –lo que cobra sentido si rememoramos su teoría del conocimiento y el famoso Mito de la Caverna.
La Alegoría de la caverna —también conocida por el nombre de Mito de la caverna— está mucho más cerca de ser una alegoría que un mito. Es la más célebre alegoría de la historia de la filosofía junto con la del Carro alado. Fama debida, sin duda, a la utilidad de estos mitos para que, a propósito de su narración, se expliquen las partes más importantes del pensamiento platónico. Se trata de una explicación metafórica, realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de La República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo con conocimiento podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón). Es quizás por todos estos significados que se le ha dado a dicha palabra que hoy día nos referimos a la Noética como la Ciencia que toma la razón, la intuición, los sentimientos y el sentido para estudiar la naturaleza de la conciencia.
Uno de los intereses más llamativos de la noética es la posibilidad de una conciencia global capaz de crear la realidad. Proyectos como el Global Consciousness Project, dirigido por profesores de la Universidad de Princeton, investigan la interacción entre esa supuesta conciencia global y una red de ordenadores, de manera que estos se verían alterados por los sentimientos de una gran cantidad de seres humanos, caso de grandes catástrofes mundiales, sin que exista ningún tipo de contacto físico. A este respecto, resultan muy interesantes los estudios sobre las posibilidades de la meditación, habiéndose detectado importantes cambios en el funcionamiento del cerebro cuando el individuo está en estado contemplativo, siendo cada día más abundantes los grupos de meditación colectiva que establecen sesiones de “reparación” social a través de la focalización grupal de sus energías. Uno de ellos es el “enfoque védico Maharishi“, que presume de estar avalado por más de quinientos estudios científicos.
A pesar de todas las críticas que ha recibido la noética y de haber sido considerada un subproducto de la llamada New Age, resulta más que curioso, no obstante, que los grandes gobiernos de este mundo aparentemente racional y lógico hayan invertido grandes sumas de dinero y recursos para investigar y experimentar estas técnicas con propósitos estratégicos y militares. Las que siempre fueron leyendas conspirativas, de las que se alimenta Dan Brawn, se hacen historias reales gracias a las políticas de desclasificación de documentos a que hemos asistido durante los últimos años. Así, sabemos de operaciones como la estadounidense “MK-Ultra” para el control de la voluntad, del programa de ondas cerebrales del “Instituto Monroe” que despertó los recelos de la mismísima CIA, o de los cuerpos de espías psíquicos con visión remota financiados por Estados Unidos y la URSS durante la guerra fría, tomados tan en serio por uno y otro bando, que los estadounidenses llegaron a proteger silos de misiles nucleares con muñecos gigantes de Mickey Mouse y el pato Donald para despistar a los videntes soviéticos.
Una de las mayores controversias en que se ha sumergido la noética es haber querido usar los principios de la mecánica cuántica para avalar sus principios. Así, la cualidad cuántica del “entrelazamiento“, por la que el observador influye de forma decisiva sobre lo observado, debido a que estamos ante un campo unificado en el que absolutamente todo está relacionado entre sí, ha sido utilizada para promover la posibilidad de un cambio en la realidad a partir de la conciencia colectiva. De esta manera, estaríamos sometidos a una toma de conciencia individual por la que somos responsables de cada acto y pensamiento, pues la suma de las intenciones de cada individuo conduciría a un cambio de conciencia, y por tanto de realidad, a nivel planetario. En los años setenta, el biólogo Lyall Watson propuso su “teoría del centésimo mono”, según la cual un hábito es adoptado por toda la especie cuando se alcanza un número determinado de individuos que lo practican, algo parecido a lo que en sociología se conoce como “masa crítica“, como si el conocimiento pasara de pertenecer a conciencias individuales a ser asumido por una conciencia global común a todos los seres de la misma especie. El término “centésimo” es puramente simbólico y no significa que sea el mono número cien quien activa dicha conciencia, sino que se trata de un número aún indeterminado.
En este sentido, la película documental “¿¡Y tú qué sabes!?”, de la que se ofreció una versión extendida en 2006, aborda sin pudor estos grandes interrogantes en torno a las consecuencias que los avances científicos pueden tener sobre nuestra percepción de la realidad y a la relación entre ésta y la conciencia. Ciertamente, ha sido muy criticada y los científicos participantes en ella fueron tachados de charlatanes por frivolizar ciertos asuntos en torno a los conceptos de la física cuántica, al sacarlos de su mundo subatómico y extrapolarlos al mundo de los objetos supra-atómicos, donde sabemos que el determinismo anula cualquier posibilidad cuántica. ¿Sabemos? Bueno, al menos hasta ahora. Hace apenas un año no nos hubiéramos atrevido a apadrinar tal frivolidad. Hoy asistimos atónitos a esa máquina cuántica visible al ojo humano que fue considerada el avance más revolucionario de 2010 por la revistaScience. A partir de aquí, podemos reclamar con dignidad el derecho a seguir soñando…
Por “conciencia”, los estudiosos de la Noética se refieren a nuestra mente, aquella que –como afirman– es capaz de modificar el mundo físico. En elInstitute of Noetic Sciences (IONS) no sólo estudian el tema, sino que lo practican con experimentos (para respaldar empíricamente sus teorías) como, por ejemplo, uno en el que un grupo de personas se concentra en un vaso de agua con pensamientos positivos y después en otro con pensamientos negativos para terminar comprobando que el primero resulta en una bella forma y el segundo en una horrible. Las preguntas que surgen: ¿Habrá quedado a un lado, durante siglos, la naturaleza espiritual del ser humano en favor de la Ciencia y la razón? ¿Será el momento de traspasar, ahora que la tecnología ha atravesado tantos límites, la frontera de la razón hacia un espacio donde también tiene cabida el ánima como fuente de conocimiento? Habiendo pasado ya por el idealismo y romanticismo del siglo XVIII, el realismo del XIX y, podríamos considerar, la tecnología del XX, ¿será la Noética la Ciencia –puesto que el hombre tecnológico sigue siendo racional – que logra conjugar todo el saber humano para avanzar dando un paso más allá uniendo el intelecto con lo espiritual?
La revista Science publicó hace unos días su lista de los diez avances científicos más importantes del año, y el primer puesto fue para una “máquina cuántica”, la primera jamás creada. Se trata de un dispositivo cuyo tamaño es de 60 micras (60 milésimas de milímetro) realizado con nitruro de aluminio y que forma una especie de pala vibratoria cubierta por dos láminas de aluminio. Aunque a efectos prácticos nos parezca diminuto, en mecánica cuántica es toda una superestructura. Su gran aportación a la ciencia es que ha sido el primer objeto macroscópico que no se rige por las leyes de la física clásica. Hablando en plata, viola cualquier noción que nosotros, simples humanos de a pie, podamos tener de la realidad. Antes de proceder a cualquier explicación, habremos de recurrir a las palabras de Richard Feynman, pionero en estudios cuánticos y miembro del proyecto Manhattan, quien dijo en una ocasión: “Recuéstese y disfrute de lo que le voy a contar. Pero no pregunte de ninguna manera por qué es así, porque entonces se pierde en una calle de la cual ningún ser humano ha vuelto sano”. Será mejor hacerle caso. Los padres de la criatura son los físicos Andrew Cleland y John Martins, de la Universidad de California, en Santa Bárbara, quienes presentaron en marzo un diminuto remo de metal o “baqueta cuántica”, pero visible al ojo humano, que vibra cuando se coloca en movimiento en un determinado rango de frecuencias.
Partamos del hecho de que la física cuántica es propia del mundo subatómico y que, cuanto más aislado y frío es el sistema en que está una partícula, más cuántico resulta. En primer lugar, los científicos enfriaron la “baqueta cuántica” hasta un valor cercano al cero absoluto (-273 ºC), momento en el que el dispositivo alcanzó su “estado base” o el menor estado de energía permitido por las leyes de la mecánica cuántica. Después, aumentaron la energía del artefacto en un solo quántum, es decir, en la mínima variación posible permitida, para producir un estado de movimiento mecánico-cuántico puro, con la menor interferencia posible. Finalmente, lo conectaron a un circuito eléctrico superconductor. Entonces, la “baqueta cuántica” entró en un estado por el que vibraba pero, al mismo tiempo… estaba quieta… Mientras que la física clásica establece que todo objeto presenta un estado bien definido en cada momento, estático o dinámico, por ejemplo, el mundo cuántico se rige por otro principio, la ”superposición cuántica“, según la cual una partícula se presenta bajo todos sus estados posibles simultáneamente. Las fórmulas cuánticas no pueden describir una situación por sí misma, sólo establecer las posibilidades de cada uno de los sucesos dados en una partícula.
Sólo cuando se establece una medición, es decir, cuando aparece un observador, una interferencia, el sistema se define y muestra un resultado de todos los posibles. Este papel del observador se explica por otra ley fundamental, el “entrelazamiento cuántico“, que establece que todo elemento que participa del sistema influye y determina al resto de componentes. Cuantos más elementos haya en dicho sistema, más interferencias habrá en cada partícula, lo que hace que ésta pierda gradualmente sus estados simultáneos posibles (superposición) hasta acabar en uno solo, lo que la definirá de manera más concreta. Es decir, el observador interfiere y determina un resultado u otro. Esto nos lleva a un tercer fenómeno clave para entender la importancia de la máquina cuántica, la “decoherencia“, que define la transición del mundo cuántico de las partículas subatómicas al mundo clásico de los objetos macroscópicos por la interacción entre los componentes del sistema. A medida que crece el sistema, más partículas y más interacciones hay, por lo que los estados cobran mayor definición, como si se les pasase por un filtro. La cualidad de superposición desaparece progresivamente. El mundo caótico de la cuántica disminuye y más cerca estaremos del mundo de la física clásica.
Lo que ha hecho la máquina cuántica ha sido ir más allá de la decoherencia, al hacer que un sistema formado por millones de átomos actúe según los principios de la física cuántica, y no de la física tradicional como cabría esperar. Los investigadores han demostrado, por tanto, que los principios de la mecánica cuántica pueden aplicarse a objetos cotidianos. Según Adrian Cho, redactor de la revista Science, “a nivel conceptual es impresionante porque lleva a la mecánica cuántica a otro ámbito completamente nuevo. A nivel práctico, abre un abanico de posibilidades que van desde experimentos que combinen el control cuántico sobre la luz, la corriente eléctrica y el movimiento hasta, quizá algún día, pruebas de los límites de la mecánica cuántica y nuestro sentido de la realidad”. Las repercusiones de esta demostración son incalculables, sobre todo en el desarrollo de ordenadores cuánticos, cuya potencia se nos escapa al ser éstos capaces de realizar cálculos simultáneos, o en el interés por las posibilidades del motor cuántico, hasta ahora una genialidad teórica, entre otras muchas opciones que cambiarán nuestra forma de ver el mundo, como la posibilidad del desdoblamiento cuántico, por el que una partícula se halla en dos sitios a la vez.
Esta pequeña palanca de unas cuantas micras no deja de ser el primer paso para permitirnos soñar sin limitaciones a partir de ahora, pues ya sabemos que sólo es cuestión de tiempo que la ciencia ficción invada nuestro mundo. Podemos ya pensar en cual será nuestro primer destino en la máquina de teletransportación. ¿Alguien se apunta? No lo dice un grupo «New Age», ni unos amantes de la pseudociencia o de la falsa espiritualidad, sino un equipo de psiquiatras liderado por el Hospital General de Massachusetts, que ha realizado el primer estudio que documenta cómo el ejercitar la meditación puede afectar al cerebro. Según sus conclusiones, publicadas en Psychiatry Research, la práctica de un programa de meditación durante ocho semanas puede provocar considerables cambios en las regiones cerebrales relacionadas con la memoria, la autoconciencia, la empatía y el estrés. Es decir, que algo considerado espiritual, nos transforma físicamente y puede mejorar nuestro bienestar y nuestra salud.
«Aunque la práctica de la meditación está asociada a una sensación de tranquilidad y relajación física, los médicos han afirmado durante mucho tiempo que la meditación también proporciona beneficios cognitivos y psicológicos que persisten durante todo el día», explica la psiquiatra Sara Lazar, autora principal del estudio. «La nueva investigación demuestra que los cambios en la estructura del cerebro pueden estar detrás de esos beneficios demostrados, y que la gente no se siente mejor solo porque se han relajado», apunta. Lazar ya había realizado estudios previos en los que había encontrado diferencias estructurales entre los cerebros de los profesionales de la meditación, con experiencia en este tipo de prácticas, y los individuos sin antecedentes, como, por ejemplo, un mayor grosor de la corteza cerebral en áreas asociadas con la atención y la integración emocional. Pero entonces la investigadora no pudo confirmar si este proceso había sido fruto de, simplemente, haber pasado unos ratos de reflexión.
Para el estudio actual, los científicos tomaron imágenes por resonancia magnética de la estructura cerebral de 16 voluntarios dos semanas antes. Y después de realizar un curso de meditación de ocho semanas, un programa para reducir el estrés, coordinado por la Universidad de Massachusetts. Además de las reuniones semanales, que incluían la práctica de la meditación consciente, que se centra en la conciencia sin prejuicios de sensaciones y sentimientos, los voluntarios recibieron unas grabaciones de audio para seguir con sus cavilaciones en casa. Los participantes en el grupo de meditación pasaron 27 minutos cada día practicando estos ejercicios. Sus respuestas a un cuestionario médico señalaban mejoras significativas en comparación con las respuestas antes del curso. El análisis de las imágenes por resonancia magnética encontró un incremento de la densidad de materia gris en el hipocampo, una zona del cerebro importante para el aprendizaje y la memoria, y en estructuras asociadas a la autoconciencia, la compasión y la introspección.
Además, se descubrió una disminución de la materia gris en la amígdala cerebral, un conjunto de núcleos de neuronas localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales, lo que está relacionado con una disminución el estrés. Ninguno de estos cambios fueron observados en el grupo de control formado por otros voluntarios, lo que demuestra que no fueron resultado solo del paso del tiempo. «Es fascinante ver la plasticidad del cerebro y cómo, mediante la práctica de la meditación, podemos jugar un papel activo en el cambio del cerebro y podemos aumentar nuestro bienestar y calidad de vida», dice Britta Hölzel, autora principal del estudio. El hallazgo abre las puertas a nuevas terapias para pacientes que sufren problemas graves de estrés, como los que soportan un agudo estrés post-traumático tras una mala experiencia.
La operación MK Ultraera un programa de investigación secreto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, que trataba de encontrar métodos para controlar la mente. Hay muchas evidencias de que utilizaba señales eléctricas así como drogas para cambiar el funcionamiento del cerebro. El programa salió a la luz públicamente gracias a la comisión presidencial Rockefeller en 1975. El programa MK Ultra se inició por orden de Allen Dulles, el director de la CIA en 1953. El primer jefe del programa fue Sidney Gottlieb. El objetivo principal era producir una droga que obligara al sujeto a decir la verdad. Pero había aproximadamente 150 proyectos de investigación en el programa, y aún no se conoce el propósito de todos ellos. Algunos de los elementos usados en el programa eran la radiación y los psicodélicos (alteradores de consciencia). También se usaron los barbitúricos y la anfetamina simultáneamente, un proceso que se abandonó debido a que la muerte del interrogado era demasiado frecuente. Los sujetos de las pruebas eran empleados de la CIA, miembros de los servicios militares, médicos, otros agentes del gobierno, prostitutas, pacientes con enfermedades mentales y miembros del público, muchas veces sin que los involucrados supieran lo que se hacía con ellos ni se solicitara su consentimiento.
Finalmente, los investigadores descartaron el LSD porque sus efectos resultaban imprevisibles. El proyecto MK Ultra consumía el seis por ciento de los fondos de la CIA en 1953. En diciembre de 1974 el New York Times reportó las actividades ilegales domésticas de la CIA, mencionando unos experimentos con ciudadanos estadounidenses. Pronto siguieron investigaciones del Congreso y la Comisión Rockefeller. Las investigaciones demostraron que el doctor Frank Olson había muerto por una caída desde la ventana después de la administración de drogas. Sin embargo, la familia Olsen consiguió reabrir el caso en 1994, tras exhumar el cuerpo y hallar indicios de homicidio. La investigación, sin embargo, no consiguió encontrar pruebas concluyentes y cerró el caso en 1996. También se demostró que las personas sometidas a los experimentos no habían dado su aceptación.
Los macacos japoneses están considerados de los monos más inteligentes del planeta. Todos los conocemos porque seguro que habremos visto alguna vez las imágenes de tales criaturas de cara rojiza que se sumergen en fuentes termales para combatir el crudo invierno. De los numerosos experimentos realizados con ellos, destaca el efectuado en 1952 con los ya famosos macacos de la isla de Koshima. En el experimento, se le dio una patata cubierta de tierra a una hembra de año y medio y se provocó que la lavara en el mar. Al probarla después, no sólo la encontró limpia, sino también más sabrosa gracias a la sal marina. A partir de entonces comenzó a lavar todas las patatas que encontraba antes de comerlas, y pronto comenzaron a imitarla otras hembras de la colonia. Posteriormente, las crías aprendieron a lavar el alimento de sus madres y al cabo de unos años, tras el relevo generacional, la conducta de lavar patatas ya estaba presente en todos los individuos de la colonia. Corría el año 1958.
Hasta aquí todo bien. El problema surgió cuando los científicos se dieron cuenta, tiempo después, de que los macacos de otras islas también habían comenzado a lavar patatas en el mar. Esto se explicó aduciendo que algunos ejemplares de Koshima habrían abandonado la isla a nado en algún momento posterior al experimento y unido a otros grupos a los que habrían mostrado su nuevo conocimiento. Otros científicos, en concreto el biólogo Lyall Watson en su libro de 1979 “Lifetide: A Biology of Unconscious”, extendieron la idea que hoy conocemos como “teoría del centésimo mono”, según la cual un hábito es adoptado por toda la especie cuando se alcanza un número determinado de individuos que lo practican, algo parecido a lo que en sociología se conoce como “masa crítica“, como si el conocimiento pasara de pertenecer a conciencias individuales a ser asumido por una conciencia global común a todos los seres de la misma especie. El término “centésimo” es puramente simbólico y no significa que sea el mono número cien quien activa dicha conciencia, sino que se trata de un número aún indeterminado. De esta manera, Watson sugería en su libro que si un número suficiente de personas adquieren un nuevo conocimiento o forma de ver las cosas, se propagará por toda la Humanidad.
A este respecto, existe en la actualidad, desde 1998, un experimento denominado “Global Consciousness Project“, dirigido por profesores de la Universidad de Princeton, en el que se investiga la interacción entre esa supuesta conciencia global y una red de ordenadores, de manera que estos se verían alterados por los sentimientos de seres humanos sin que exista ningún tipo de contacto físico con ellos. Según los científicos que dirigen el proyecto, los ordenadores ejecutan un programa por el que se emite información de manera aleatoria. Cuando ocurre un suceso de repercusión mundial, por ejemplo una catástrofe como el terremoto de Haití, los patrones de dicho programa se ven alterados de manera extraña y dejan de responder a las matemáticas del azar, como si la emoción global fuera capaz de interferir de alguna manera. El último análisis realizado tiene que ver con las revueltas de Egipto y se puede acceder a las conclusiones en la página del proyecto, en inglés, al igual que al archivo histórico de los experimentos.
La base filosófica de estas ideas sobre una conciencia universal se remontan a tiempos remotos y está presente en multitud de movimientos espirituales a lo largo de la Historia. A principios del siglo XX, un movimiento filosófico ruso denominado “cosmismo” desarrollaba la idea de la noosfera, un espacio al final de nuestra evolución en el que surgiría una conciencia única sobre nuestra percepción del cosmos, idea que sería recogida más tarde por el teólogo cristiano Pierre Teilhard de Chardin. La noosfera se explica como un espacio virtual donde ocurren todos los fenómenos del pensamiento y la inteligencia. Para Teilhard, la evolución se desarrolla en una serie de fases: la geosfera o evolución geológica, la biosfera o evolución biológica y la noosfera o evolución de la conciencia universal. Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristosfera, un paso evolutivo hacia la unión cósmica.
Según Lyall Watson: “Una vez se aprende a pensar en la vida de esta forma más amplia, una vez que se puede resistir a la vieja tentación de dividir las cosas en pequeñas piezas convenientes y totalmente artificiales, algunas zonas de este rompecabezas que llamamos vida empiezan entonces a ponerse en su sitio por propio acuerdo, estableciendo conexiones que, de otra forma, son muy difíciles de ver“. Si las teorías de científicos como Lyall Watson y los miembros del proyecto “Conciencia Global” resultaran ciertas, la ciencia estaría confirmando aspectos hasta ahora atribuidos a filosofías y movimientos espirituales desde que el Ser Humano decidió amputarse el cerebro para hacerle caso únicamente a la razón. El fenómeno del centésimo mono es un arma muy poderosa que conviene mantener en el plano de la superstición. ¿Os imagináis? Cuando un número concreto de personas actúan bajo una filosofía alternativa, su comportamiento es propio de ese grupo concreto. Pero, de repente, un sólo individuo, el “centésimo mono”, aquel que suma el número decisivo para completar la masa crítica, podría cambiar el destino del mundo haciendo que el cambio de conciencia llegase al resto de la Humanidad.
¿Es esta la idea que subyace en el Apocalipsis de San Juan cuando se habla de esos 144.000 justos? Entre los yogis de la India circula la idea de que, si el diez por ciento de la población mundial meditase, el resto cambiaría su forma de pensar. La frase más extendida cuando hablamos de cambiar el mundo es“¿y qué puedo hacer yo?”. Bueno, pues, visto lo visto, quién sabe. ¿No podrías ser tú, escéptico lector, el centésimo mono de la nueva conciencia que se nos anuncia posible? Por si acaso, no cuesta nada probar, ¿no? Lο paranormal o los fenómenos son ciertos sucesos que, presentándose como hechos físicos, biológicos y psíquicos, no han podido ser descritos, en cuanto a sus causas y procesos, por las ciencias que se ocupan de los campos citados, es decir, las ciencias físico-químicas, biológicas, médicas, neurológicas y psicológicas. Estos fenómenos son estudiados por la parapsicología. Una definición frecuentemente utilizada en la literatura científica es la de James E. Alcock (1981): Un fenómeno paranormal es aquel que no ha sido explicado en términos de la ciencia actual; Únicamente se puede explicar mediante una amplia revisión de los principios de base de la ciencia. No es compatible con la norma de las percepciones, de las creencias y de las expectativas referentes a la realidad.
Que resulte inexplicable por las ciencias establecidas es condición necesaria para la estimación de un fenómeno como paranormal, pero no es condición suficiente. Tal fenómeno debe presentar además rasgos propios, específicos, que lo distingan y aparten de los fenómenos naturales, tanto normales como anómalos, cuyo dinamismo se ajusta a las relaciones de variables conocidas por la ciencia oficial. El conocimiento causal de los hechos llamados paranormales -hoy por hoy objeto solo de hipótesis, mejor o peor fundamentadas- permitiría la definición de dichos rasgos propios, de ahí el interés de la investigación de tales hechos y de que no se pongan obstáculos a la misma. El primer grupo lo forman fenómenos paranormales llamados “de conocimiento“, caracterizados por la “obtención de información sobre el mundo exterior al margen de los canales sensoriales comunes“. Son ejemplos los fenómenos llamados de “percepción extra-sensorial” (PES): la telepatía (comunicación o transmisión de contenidos de mente a mente, pero también entre hombre y animal y entre animales), la precognición (conocimiento de sucesos futuros libres), la retrocognición (conocimiento de sucesos pasados ignorados por el sujeto) y la simulcognición (conocimiento de hechos que tienen lugar en distinto espacio, en la misma unidad de tiempo).La radiestesia y telerradiestesia, la psicometría y las llamadas “mancias” estarían también incluidos, como fenómenos en los cuales la presencia o la utilización de muy diversos objetos excitarían presuntas facultades de PES en sujetos “dotados” (quiromancia, cristalomancia, cartomancia, cafemancia, ornitomancia, acutomancia, dominomancia, rabdomancia, astrología…).
Un segundo grupo lo forman los fenómenos paranormales llamados “de efectos físicos“, en los que -siempre según sus estudiosos- se producen “efectos objetivamente detectables en el mundo exterior al margen del marco de las influencias energéticas conocidas (…): efectos mecánicos tales como el movimiento de objetos a distancia, sin el concurso de ninguna fuerza física detectable (telekinesis y psicokinesis), efectos antigravitacionales (levitación), cambios en el estado de la masa (materialización), transformaciones de energía (cambios de temperatura, producción de sonidos diversos y efectos electromagnéticos que se originan sin ninguna causa física conocida), y la influencia que ejerce aparentemente la concentración mental sobre reacciones químicas y sobre procesos biológicos“. La literatura especializada recoge como ejemplos de fenomenología para-física, entre otros, además de los citados: la fantasmogénesis, la bilocación y la espectrogénesis; los aportes e la hiloclastia: apariciones y desapariciones de objetos que parecen surgir “atravesando” materia sin dejar señal; los “raps” (golpes); la clariaudiencia (audición directa de voces para las que no se detecta causa u origen físico); la hoy llamada “transcomunicación instrumental“, que incluiría la psicofonía o parafonía y la psicoimagen o paraimagen; la ideoplastia o teleplastia (aparición de figuras y signos en medios físicos); el doblamiento de metales; la combustión espontánea; la psicofotografía (plasmación fotográfica voluntaria de contenidos imaginados); los “extras“ (aparición en placa de elementos no presentes al realizarse la fotografía), etc.
Asimismo, se incluyen efectos para-biológicos, entre los que se encuentran: las experiencias extra-corpóreas; las formaciones ectoplásmicas, con posible inclusión en ellas de los fenómenos de transfiguración; la dermografía y, dentro de esta, la estigmatización; la transfixión, así como fenómenos para-higiénicos: varias formas de diagnóstico y terapia paranormales, entre las que destacan, por ejemplo, las atribuidas a los llamados “psicocirujanos” filipinos y brasileños, etc. Esoterismo, ocultismo, teosofismo, espiritismo, brujería, vudú, satanismo, etc. son contextos doctrinales en los que parece haberse registrado una variada fenomenología paranormal, la cual, por otra parte, está presente también en todas las grandes religiones (así, por ejemplo, la que aparece relatada en varios libros de la Biblia o en textos dentro del budismo o del lamaísmo, etc.) y místicas. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la Parapsicología pretende la verificación y definición precisa de los fenómenos paranormales objetivos, aislándolos, en tanto que hechos, del contexto teórico interpretativo en que, cuando es el caso, surgen o se producen.
Así sucedería al estudiar, por ejemplo, fenómenos de sanación al margen de la ciencia médica ortodoxa o convencional, observados por los antropólogos en grupos primitivos o que mantienen su identidad cultural total o parcialmente incontaminada, como el que registra, por ejemplo, Esther Hermitte, una reconocida antropóloga social argentina. Se trata de sucesos que una comunidad indígena interpreta desde los relatos sobre su Dios, que todo lo puede y que castiga con enfermedades a aquel que no siga al pie de la letra sus órdenes, que, para la comunidad, garantizan una vida llena de plenitud, sin preocupaciones y una familia feliz. Cuando alguien del grupo es ofendido por un miembro del mismo, este cae rápidamente enfermo. Para una posible sanación deberá de ir la casa de la curandera, conocida como “la bruja”. La misma se encargará de curarlo practicando una serie de “conjuros”, verificando mediante el pulso cómo va recorriendo la sangre el cuerpo. Según como sea la velocidad a la que va la sangre por el cuerpo, así será el tipo de avance que haya tenido la medicación. Si no hay avance, la bruja le preguntará si ha ofendido a un compañero de la comunidad y dependiendo de lo que conteste el hombre o mujer, decidirá si continuará con la sanación o lo dejará como un castigo.
Es así como se castiga a los de la comunidad. Tal vez la enfermedad para la comunidad sea un castigo de su Dios todopoderoso, pero, ¿y si es solo una identidad desconocida que está poseyendo a la comunidad, un ser que habita entre la comunidad y es considerable que permanezca de esa manera durante generaciones, para ser catalogado como una leyenda o un mito? Afectando así la reputación de la familia en la comunidad o afectando a la comunidad y alejándolos de la civilización avanzada por un evento desconocido para todos, no cabe que para este fenómeno exista solución. Lo más recomendable es la ayuda de expertos que pueden devolver a la comunidad la paz que anhela. El parapsicólogo se interesaría en principio por una sanación debidamente comprobada en la comunidad indígena anterior, aislándola, como hecho objetivo, de las creencias del grupo, y sabiendo que una curación heterodoxa no puede conceptuarse como “paranormal” por el solo hecho de producirse al margen de la Medicina convencional, ya que podría quedar explicada desde ciertos capítulos de la Psicología, además de los de la medicina psico-somática. El parapsicólogo investigaría después de haber podido descartar estas explicaciones (que, por otra parte, conducen a interrogantes de interés acerca de la relación entre cuerpo y mente).
Una vez más, se destaca la cuestión central de la averiguación de las causas de los fenómenos que se presentan como paranormales, de cara a la identificación de los rasgos esencialmente propios de los mismos y, por tanto, para su completa definición. El derecho del estudioso de lo paranormal o parapsicólogo surge porque y cuando la metodología de las ciencias establecidas fracasa en la búsqueda de dicho conocimiento causal, ya que, si pudiera proporcionarlo, el dato quedaría explicado desde esa metodología y, por esa misma razón, sería competencia de tales ciencias, no siéndolo entonces del parapsicólogo. Con el precedente de “El retorno de los brujos”, de Bergier y Pauwels (1960), y de las producciones de Erich von Däniken -como “Recuerdos del Futuro”-, en las que, bajo la apariencia de investigación de hechos se emprenden especulaciones de ciencia-ficción, se produjo una auténtica oleada de publicaciones y desde la segunda mitad del siglo XX, la aceptación de lo paranormal se ha difundido considerablemente, con miles de libros y revistas dedicados al tema, un sinfín de películas y de series de televisión como “The X-Files”, “Supernatural”, “Fringe” o la “Dimensión Desconocida.
La investigación de los fenómenos paranormales y aún más su interpretación, son difíciles de encajar en el ámbito de las pautas metodológicas y las teorías científicas establecidas. Debe tenerse en cuenta el problema epistemológico que significa el calificar como “paranormales” precisamente aquellos hechos para los que no se haya podido encontrar explicación causal, empleando la metodología de la ciencia positiva, en el proceso multidisciplinar de determinación de todo supuesto fenómeno paranormal. Esto ha conducido a señalar que, si han de ser los hechos observados los que orienten la elaboración del método y no al contrario, es decir, no que los hechos se adapten a un método preestablecido (que podría, como consecuencia de su aplicación, desfigurar los rasgos definitorios que se buscan), los datos que nos ocupan están reclamando una adecuada metodología específica. Cabe decir que la historia de las ciencias ha venido siendo la de la mutua referencia entre lo observado, como dato a definir con precisión, y la elaboración del orden de pautas de investigación a seguir en el proceso metódico de lograr dicha definición.
El gran número de fenómenos presuntamente paranormales de que se viene teniendo noticia documental desde tiempos remotos, así como ciertos fenómenos vinculados a la doctrina espiritista (mesas y “médiums” parlantes, escritura automática, formaciones ectoplásmicas y otros), terminaron por animar la creación de sociedades (así, en 1882, la pionera Society for Psychical Research, de Londres, con su filial norteamericana) e institutos de investigación (así, en 1919, el Instituto Metapsíquico Internacional de París, declarado oficialmente “de utilidad pública“), con la promoción de conferencias y congresos sobre los datos que constituyen el objeto material de estudio del llamado, ya en nuestros días, “parapsicólogo“. Cierta fenomenología espontánea que, como tal, es testimoniada desde experiencias vividas en condiciones no sometidas a control, también mereció interés por las posibles consecuencias científicas de lo que se descubriese respecto a sus procesos y causas, conduciendo progresivamente a una investigación que, objetivando su realidad bajo control experimental, lograse describir las leyes de su dinamismo. Se prescinde aquí de la problemática epistemológica, general para todas las ciencias experimentales, que suponen las nociones de causalidad y de ley de la naturaleza, tal como ha venido siendo presentada a lo largo del siglo XX por científicos y filósofos de la ciencia.
“Investigación psíquica” y “Metapsíquica“, término este último utilizado por el premio Nobel de Fisiología francés Charles Richet, fueron los primeros nombres dados a la disciplina que se ocupa del estudio de los fenómenos paranormales. A partir de la I Conferencia Internacional sobre Parapsicología, celebrada en Utrecht (Holanda) en 1953, se impuso este último término, “Parapsicología“, acuñado en 1889 por Max Dessoir, filósofo alemán de la Universidad de Berlín. Los científicos reunidos en la citada Conferencia convinieron en el interés de la investigación de los fenómenos paranormales hasta el punto de que, como consecuencia, en el mismo año 1953, un encargo de un curso del profesor Willem H. C. Tenhaeff (1893-1981) se convirtió en una cátedra con un laboratorio anexo, el Instituto de Parapsicología de la Universidad de Utrecht. Una segunda cátedra, esta vez ya ordinaria, fue adjudicada al profesor Johnson en la misma universidad. Poco después, en 1954, la Universidad de Friburgo, en Brisgovia (Alemania), confiaría una cátedra de Psicología al médico, humanista y psicólogo Hans Bender, reconocida autoridad europea en la investigación paranormal. Por su parte, tras las experiencias de telepatía llevadas a cabo por Bechterev y mejoradas por el fisiólogo Leónidas Vassiliev, hasta el punto de interesar al gobierno de la URSS para fines militares, este último científico fundó en 1960 el Instituto de Bioinformación (término soviético para designar la telepatía), que su sucesor, P. Gulyaev, convirtió en el Laboratorio de Cibernética Biológica de la Universidad de Leningrado.
La Parapsicología tiene sus raíces en las investigaciones realizadas desde la segunda mitad del siglo XIX por científicos ilustres (el ya mencionado Charles Richet, Oliver Lodge, William Crookes, Alfred Russell Wallace, F. Myers, William F. Barrett, William James, y otros). Aunque ya entre ellos se dieron antecedentes, la parapsicología llamada “cuantitativa” y “empírica” comenzó su andadura a raíz de utilizarse un método experimental en la Universidad de Duke (Carolina del Norte, USA) a finales de la década de 1920 y en la década de 1930, bajo los auspicios del psicólogo William McDougall, quien colaboró con el catedrático de fisiología vegetal de Harvard: J. B. Rhine (1895 – 1980). Éste, en labor conjunta con su esposa, la Dra. Louise Ella Rhine, también botánica y naturalista, utilizó las “cartas Zener” y dados especiales, para experimentos orientados a constatar las manifestaciones de percepción extrasensorial y de psicocinesis, así como a encontrar correlaciones estadísticas en ellos. Las cartas Zener conforman un mazo de 25 naipes de 5 tipos distintos. Fueron utilizadas por el parapsicólogo J. B. Rhine y el Dr. Karl Zener con el fin de estudiar casos de aparente percepción extrasensorial (principalmente clarividencia), utilizando el método científico. Los distintos palos son cuadrado (□), círculo (○), estrella (☆), cruz (+) y líneas onduladas (⌇⌇⌇), fueron diseñados como figuras simples pero distintas, desambiguas, de fácil medición estadística. Cuando las cartas Zener fueron inventadas en los años 20, eran mezcladas a mano, pero Rhine prefirió más adelante tener una máquina para realizar esta labor. Inicialmente se utilizaba un papel blanco traslúcido bastante fino. Algunas personas obtenían puntuaciones bastante altas, pero pronto se advirtió que era posible ver los símbolos a través de las cartas.
En 1957, fue fundada en EE. UU la Parapsychological Association para el estudio ordenado y sistemático de los fenómenos de este tipo. En 1969 fue admitida en la prestigiosa Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Esa afiliación, junto con una apertura mayor hacia los “fenómenos psíquicos” en la década de 1970, dio lugar a un aumento de la investigación parapsicológica. Esto coincidió con un renovado interés en experimentos parapsicológicos en los años setenta, que llevaron incluso a instituciones como el Stanford Research Institute a efectuar experimentos en parapsicología, incluyendo uno con el famoso Uri Geller. En la URSS y en los países de su ámbito de influencia, hubo también mucho interés en el estudio de la Parapsicología en esos años, que vieron la fundación de múltiples cátedras y sociedades estatales especializadas, que intentaron, en diversos grados, seguir un programa experimental. Entre ellas estuvieron la Academia de Parapsicología y Medicina (1970), el Instituto de Paraciencia (1971), la Academia de Religión e Investigación Psíquica, el Instituto para las Ciencias Noéticas (1973), y la Asociación Internacional de Investigación Kirlian (1975).
Para contrarrestar el creciente interés por la Parapsicología, también en los años setenta se crearon organizaciones escépticas, principalmente el Comité para la Investigación Científica de Afirmaciones Paranormales (1976), ahora llamada Committee for Skeptical Inquiry (Comité para la Investigación Escéptica), junto con su revista, el Skeptical Inquirer. Es comprensible que el rechazo escéptico se dirija directa e indirectamente a la aceptación de los hechos objeto de la Parapsicología en sí mismos, ya que la situación a que conduce admitir efectos paranormales es de una grave complejidad intelectual. La pretendida comprobación crecientemente rigurosa de los datos paranormales -sin la que, aun con críticas, no se habría podido reconocer como científica la disciplina de la que son objeto- se ha venido proponiendo de las dos formas ya señaladas. Muchos estudiosos han catalogado testimonios referidos a fenómenos paranormales espontáneos, como el trabajo de Charles Fort (1874-1932), que recopiló unos 40.000 fenómenos inexplicados, sobre los que escribió siete libros, entre los que destaca “The Book of the Damned” (1919).
Cuando se trata de fenómenos espontáneos, el investigador que accede a ellos se introduce en el escenario de los hechos con una primera finalidad imprescindible: descubrir o descartar un posible fraude. Necesitará colaboradores expertos que aporten los pertinentes datos psicológicos, sociológicos, culturales, ideológicos, etc., en relación con los sujetos o testigos de los hechos, cuyos testimonios estudiará detenidamente, así como la recabada información histórica, cuando la misma sea relevante, sobre el lugar en que los hechos se han producido o se producen. Cuando se haya podido descartar el fraude, corresponderá a colaboradores científico-naturales determinar si los hechos tienen su adecuada explicación dentro de sus ciencias. Solo ante la negativa fundamentada de tal explicación, se clasificarán los fenómenos en su debida conceptuación paranormal hipotética, buscando, como es lógico, que el equipo investigador pueda observarlos de forma directa, utilizando medios técnicos de análisis y de registro de imagen, sonido y otras variables físicas, que proporcionan certeza de objetividad, así como datos sobre probables elementos comunes con fenómenos ya investigados, permitiendo la buscada definición precisa de lo sucedido.
La crítica escéptica insiste en las posibles desviaciones introducidas por el observador (compárese con la metodología del doble ciego), cuya subjetividad se ve incrementada al participar directamente, así como en la posible falta de sistematización en la recolección de datos. Las universidades del mundo e investigadores independientes emplean métodos experimentales (no necesariamente el uso del método científico, o su realización al 100%), para repetir bajo control algunos de estos fenómenos. Uno de los pioneros en este campo fue el ya mencionado J. B. Rhine (1895 – 1980).[ Los resultados experimentales hasta ahora no han sido universalmente aceptados y en pocas ocasiones se ha admitido su publicación en revistas científicas con peer review (revisión por pares), el método normal de difusión y aceptación de teorías científicas bien fundamentadas.
La posición de la comunidad científica establecida queda reflejada en el siguiente texto, cuyo autor es Martin Gardner: “¿En qué se equivocan, en mi opinión, los parapsicólogos? No hay una respuesta única a esto. Creo que en la mayoría de los casos sus resultados son fruto de un sesgo no intencionado en el diseño de los experimentos y en el análisis de los datos en bruto. (…). En resumen, a mi modo de ver hay tres fuentes principales de error en los experimentos psi clásicos: la propensión inconsciente del experimentador, el fraude deliberado por parte de los sujetos, y un fraude poco frecuente por parte de los investigadores. (…) No puedo decir que las fuerzas psi no existan. Sólo digo que la evidencia que tenemos de ellas es débil. Las declaraciones extraordinarias reclaman una evidencia mucho más extraordinaria que la que los parapsicólogos han sido capaces de reunir. Cuando los experimentos puedan ser repetidos fiablemente, cuando sea evidente que los controles guardan una proporción razonable con la magnitud de las pretensiones, y cuando magos sabios participen en el diseño de esos experimentos y sean testigos de los mismos, entonces no dudaré en cambiar de parecer.”. Aunque las objeciones expuestas por Gardner pueden merecer réplica por parte de los parapsicólogos, es comprensible la exigencia de máximo rigor en los diseños teóricos y experimentales que se refieren a supuestos que, como es el caso de los fenómenos llamados “psi”, podrían obligar a la ciencia positiva a graves rectificaciones.
Por otro lado, no debiera olvidarse que importantes páginas de la historia de las ciencias son ejemplos de lamentable resistencia desacertada a tales revisiones y que los fraudes no han quedado fuera de dicha historia. La apertura a replanteamientos, incluso atrevidos, es tan propia del espíritu científico como la necesidad de fundamentar estos debidamente. Desde esa perspectiva, otro miembro de la comunidad científica, el sociólogo-psicólogo H. J. Eysenck, junto al parapsicólogo Carl Sargent, escriben que, frente a informes de acontecimientos paranormales, a un lado “se sitúan aquellos que dicen: ‘Está bien. Vayamos a echar un vistazo’. Para nosotros, esos son los verdaderos científicos. (…) Al otro lado tenemos a quienes no creen que puedan existir pruebas dignas de ser buscadas. (…) Algunos científicos no desean que lo paranormal sea investigado. Están convencidos en el interior de sus propias mentes de que tales cosas no pueden existir (…) Y aún más: cuando se realiza alguna investigación en el campo de lo paranormal, esas gentes tratan de desacreditar las posibles pruebas conseguidas, a menudo con argumentos (…) que de ningún modo resultan aceptables a la luz de la crítica científica. Rechazamos con firmeza ese escepticismo de andar por casa. En principio, debe ser posible investigar científicamente toda anomalía o anormalidad. Por otro lado (…) Debemos adoptar una postura crítica frente a las pruebas que se nos ofrezcan, e insistir en que esas anomalías ‘paranormales’ estén apoyadas por hechos innegables. Solo entonces podremos proceder a alterar o desafiar las ideas establecidas por la ciencia. Sin embargo, hay una diferencia crucial entre un punto de vista escéptico y un punto de vista crítico. (…) Nosotros debemos ser (…) críticos, pero no escépticos“.
Según los escépticos, cabe la posibilidad de considerar los fenómenos parapsicológicos no como fenómenos reales, sino dentro de la psicología individual y social, en estudios sobre el desarrollo de creencias. La Psicología mayoritariamente no se adhiere a los postulados de la parapsicología, si bien en 1978 el catedrático de Psiquiatría checo Stanislav Grof, radicado en EE. UU., funda la “Asociación Transpersonal Internacional“, impulsando el estudio y la investigación de los estados modificados de la conciencia. Su aporte a la Parapsicología ha sido básicamente el concebir la conciencia no sólo como un mero producto de nuestro cerebro, sino como algo que puede existir de un modo transmaterial y que trascendería por tanto los límites del tiempo y del espacio. Los fenómenos paranormales y los místicos tendrían cabida como objeto de estudio en este nuevo modelo de la psique humana que ha desafiado los postulados establecidos por la ciencia convencional.
Se llama percepción extrasensorial a la habilidad de adquirir información por medios diferentes a los sentidos conocidos: gusto, vista, tacto, olfato, oído,equilibriocepción y propiocepción. El término implica fuentes de información desconocidas por la ciencia. La percepción extrasensorial se denomina a veces sexto sentido (pues vendría tras los cinco primeros enumerados, que se consideran los cinco sentidos «clásicos»). La noción de la percepción extrasensorial existía de la antigüedad. En muchas culturas antiguas se atribuía tales poderes a personas que los usaban como segunda vista o para comunicarse con deidades, antepasados, espíritus, etc. En los años 1930, en la Universidad Duke de Carolina del Norte, Joseph Banks Rhine y su esposa Louisa intentaron transformar la investigación psíquica en una ciencia experimental. Para evitar las connotaciones fantasmagóricas y evitar que los resultados careciesen de valor. Sin embargo, mucha gente ha sido convencida por estos resultados durante varias decenas de años.
Otros parapsicólogos hallaron que algunos sujetos fallaban por debajo del resultado puramente aleatorios (fallo psíquico); que las tasas de acierto tendían a declinar durante la prueba (efecto de declive) y que la gente que creía en la percepción extrasensorial, llamadas «ovejas», lograban mejores tasas de acierto que los que no creían en ella (llamado «cabras»), lo que se conoció como efecto oveja-cabra. Sin embargo, ninguno de estos efectos resultaron ser fácilmente reproducibles. En los últimos años los parapsicólogos han recurrido a otros métodos, notablemente las pruebas de respuesta libre. Partidarios de la existencia de la percepción extrasensorial señalan los numerosos estudios científicos que parecen ofrecer resultados que se convierten en barreras sociológicas más que científicas a la investigación, así como la dificultad para acceder a la financiación de más estudios y de desarrollo teórico.
Se ha sugerido, ante la carencia de resultados positivos y reproducibles, que es una razón por la que científicos y materialistas concluyen que la existencia de estos fenómenos no se pueden establecer científicamente sin evidencias estadísticamente significativas de estudios controlados correctamente en el laboratorio. La principal discusión actual sobre la percepción extrasensorial gira en torno a si tales pruebas de laboratorio estadísticamente convincentes se han logrado ya. Algunos disputan la interpretación positiva de los resultados obtenidos en estudios científicos sobre percepción extrasensorial, pues los resultados más convincentes y reproducibles son todos estadísticamente poco representativos. Los críticos de la percepción extrasensorial arguyen sus dudas sobre la percepción extrasensorial, a pesar de lo cual su existencia se considera bien fundada.
Las afirmaciones sobre la existencia de la percepción extrasensorial han estado sujetas a repetidas críticas. El psicólogo social David Myers afirma que «nunca se ha descubierto un fenómeno extrasensorial reproducible, ni nadie ha producido alguno que sea capaz de demostrar la habilidad psíquica». Algunos escépticos suelen señalar que el que nadie haya logrado aún pruebas de que realmente existe, es una prueba científica y final de que la percepción extrasensorial simplemente no tiene una explicación mas allá de lo natural. James Randi es un conocido escéptico que fundó una organización (Fundación Educativa James Randi) que ofrece un premio de un millón de dólares a quien pueda demostrar alguna habilidad sobrenatural o pseudocientífica, como la percepción extrasensorial, bajo condiciones previamente acordadas por la organización y el candidato. Pero en este punto lanzo esta pregunta: ¿Podemos demostrar que existe Dios?
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