Los Mensajes de los Sabios
CAPITULO 10
Brian Weiss
Tenemos que compartir con los demás lo que sabemos.
Todos
poseemos muchas más aptitudes de las que utilizamos.
Las relaciones nos sirven para desarrollamos. Hay
seres con más poderes que han regresado con
másconocimientos. Van a buscar a los que necesitan
el desarrollo y a ayudarles.
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En este colegio de una sola aula que llamamos Tierra
no todos aprendemos las lecciones al mismo tiempo.
Por ejemplo, puede que ya hayamos superado la
asignatura de compasión y caridad, pero que estemos
en primero de paciencia y perdón. Podemos ser
alumnos de posgrado en fe y esperanza, pero párvulos
en no violencia.
Del mismo modo, podemos llevar con nosotros
aptitudes aprendidas en encarnaciones anteriores,
aptitudes que dominamos, aunque seamos principiantes
en otros campos. Entre nosotros hay muchos que han
superado determinadas asignaturas y dominan ciertas
aptitudes, y están aquí para compartir ese saber con
nosotros, los alumnos. En otros campos, los papeles
pueden intercambiarse. Así pues, todos somos
maestros y alumnos, y ese conocimiento tenemos que
compartirlo unos con otros.
Muchos médicos han elegido esa profesión para poder
manifestar sus aptitudes curativas, para ayudar y
enseñar a los demás. Y a la inversa: un buen médico
siempre está abierto a aprender de sus pacientes. El
enfermo puede enseñarle al médico amor, valor, paz
interior u otra cualquiera de las lecciones que
hemos venido a aprender. Tanto el paciente como el
médico sacan provecho.
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Una tarde llegó a la consulta una paciente que
tenía sesión, quejándose de que una inyección contra
el tétanos le había causado una infección. Tenía el
brazo hincado, caliente, dolorido y duro en la zona
del pinchazo. Acababa de encontrarse en el pasillo
del hospital con el especialista en medicina interna
que la llevaba y que le había dicho que fuera a s
consulta a la mañana siguiente para iniciar un
tratamiento con un antibióticos.
-Con esas cosas hay que tomar antibióticos -le
había dicho- o se ponen peor.
Decidí ayudarla con la hipnosis. Enseguida entró
en un estado hipnótico profundo y le pedí que
llevara una luz curativa a la zona del brazo
afectada. Le dije que visualizara un aumento del
flujo sanguíneo en la infección, que limpiase la
zona, que se llevara las células dañadas y eliminara
las bacterias que provocaban la infección. Se
imaginó vívidamente células sanas nuevas y una
ausencia total de enfermedad.
Al terminar la sesión había desaparecido el
dolor, y la zona infectada ya no estaba tan
caliente. No me sorprendió, porque desde hace mucho
tiempo la hipnosis se utiliza como técnica de
disminución del dolor. Al irse a la cama, la zona
inflamada sólo tenía la mitad de tamaño. A la mañana
siguiente el brazo estaba completamente normal y no
había indicios de infección.
No obstante, fue a ver al médico.
-¿Qué le ha pasado en el brazo? -exclamó éste-.
¡Esas cosas nunca se van solas!
-Habrá sido una remisión espontánea –respondió
ella, sin revelar su secreto.
Sabía que el médico aceptaría esa explicación.
Tenía muchos prejuicios contra la medicina
alternativa o complementaria. Si le hubiera dicho
que se había curado gracias a imágenes guiadas
cuando se hallaba en estado hipnótico, se habría
burlado de ella.
Ninguna remisión de una enfermedad es realmente
espontánea. Es posible que no seamos conscientes de
los mecanismos subyacentes, pero se han puesto en
funcionamiento potentes fuerzas curativas que «en
secreto« se han encargado de acabar con los daños.
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Conozco al doctor Bernie Siegel desde mucho antes
de que se hiciera famoso por escribir varios libros
maravillosos sobre la conexión entre el cuerpo y la
mente.
Amor, medicina milagrosa
y
Paz, amor y autocuración
son dos de sus grandes éxitos internacionales de
ventas.
A finales de los años sesenta, Bernie era
cirujano auxiliar en el hospital de Yale-New Haven,
con consulta privada en New Haven (Connecticut),
cuando yo estudiaba medicina en Yale y estaba
haciendo la rotación de cirugía. Decidí observar y
ayudar a los cirujanos privados porque por lo
general eran más rápidos y divertidos que los que
sólo eran académicos, que solían ser más
autoritarios, didácticos y rígidos. Bernie y su
compañero de consulta, el doctor Richard Selzer, que
también ha escrito varios libros de divulgación,
eran especialmente divertidos. En su consulta todo
el mundo se moría, pero de risa. Los cirujanos
contaban chistes, recitaban poesías picantes,
contaban historias y anécdotas: eran muy divertidos.
Además, los dos eran excelentes cirujanos técnicos y
aprendí mucho con ellos.
Por aquel entonces ninguno de nosotros era
consciente de que algunos pacientes, aunque
estuvieran con anestesia general, oían también las
conversaciones, los chistes y las bromas. Ahora ya
lo sabemos. Hace poco hablé con Bernie después de
que realizara un taller en Miami. Llegamos a la
conclusión de que no había nada malo en contar
chistes y hacer bromas en esos momentos. Lo peor que
habría podido pasar es que algún paciente hubiera
pensado: «¿Por qué se ríe, doctor Siegel? Préstele
más atención a mi cuerpo. Esto es lo importante.»
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Para el paciente, es mejor oír contar chistes al
cirujano que percatarse de que hace predicciones
funestas y desastrosas sobre las posibilidades del
enfermo, que especula sobre las minusvalías
permanentes que puede producir la operación. Eso
podría hacer que el paciente abandonara, en lugar de
hacer frente a enormesobstáculos e impedimentos.
|
Los médicos tienen una química que experimentar,
una química que es más profunda que la de los
análisis de sangre y los laboratorios.
Muchos médicos están tan ocupados, estresados,
ensimismados, asustados o ávidos de algo que no se
permiten escuchar a sus pacientes: entablar una
relación con ellos. Es algo trágico tanto para el
médico como para el enfermo. El primero se niega a
sí mismo la satisfacción de conocer al paciente
personalmente y se pierde la oportunidad de aprender
del encuentro terapéutico. Sin la auténtica
gratificación que produce una relación individual,
la práctica de la medicina se convierte en algo
estéril y mecánico. El médico empieza a sentir que
siempre tiene que hacerlo todo con prisas y que
siempre se retrasa. Es habitual que se deprima o que
se sienta quemado. El paciente también tiene la
impresión de que le tratan con prisas, de que no se
preocupan por él, de que se interesan sólo por su
enfermedad o su órgano (o peor aún, por su dinero),
más que por toda la persona o incluso por un amigo.
La dignidad y la humanidad del paciente se
resienten.
Todos los médicos pueden conmoverse profundamente
si dedican tiempo a escuchar a sus pacientes y a
aprender de ellos. Muchos me han hablado de sus
casos «menos habituales», de los que les han
provocado reacciones en zonas que las facultades de
medicina no enseñan todavía. Un eminente cirujano
plástico de la zona Miami me contó un caso
extraordinario. Aunque habían transcurrido varios
meses, su rostro seguía reflejando su asombro.
Había tratado a una mujer que había sufrido un
grave accidente automovilístico. Tenía un
traumatismo craneal masivo, fracturas faciales y
otras heridas internas.
Iban a operaria de urgencia, pero no esperaban
que sobreviviera.
Mientras el cirujano preparaba a la f milia para
el desenlace que creía inevitable, la paciente
abandonó sua cuerpo y quedó flotando encima de él.
Aunque la reunión entre el médico y la familia tenía
lugar en una parte del hospital alejada de la zona
en la que el equipo médico trabajaba en sus heridas,
los encontró y escuchó la conversación: veía con
impotencia el dolor y la desesperación de su familia
desde arriba, desde su cuerpo etéreo. -¡No estoy
muerta! -gritaba.
Frustrada al comprobar que no oían sus gritos, y
furiosa al ver que le estaban diciendo a su familia
que iba a morir, volvió flotando hasta su cuerpo
físico. Gracias a los excelentes cuidados médicos y
a sus enormesganas de sobrevivir, experimentó lo que
el médico calificó de recuperación «milagrosa».
-Nadie se recupera de heridas como las que tenía
ella -insistía el cirujano.
Más adelante, la mujer fue capaz de repetir la
conversación que había mantenido el medico con su
familia. No sólo había evitado la muerte física,
sino que además había acelerado sensiblemente el
proceso de curación. Sus huesos y tejidos se
recuperaron a una velocidad muy superior a la
normal.
Una anciana, ciega por culpa de la diabetes,
sufrió un fallo cardíaco mientras estaba en el
hospital en el que yo dirigía el Departamento de
Psiquiatría. Se quedó inconsciente y el equipo de
resucitación intentó reanimarla. Según contó
después, salió flotando de su cuerpo y se quedó
junto a la ventana, observando, mientras los médicos
le administraban medicamentos a través de tubos
intravenosos insertados a toda prisa.
Los observó, sin dolor alguno, mientras le daban
golpes en el pecho y le metían aire en los pulmones.
Durante la resucitación, al médico se le cayó un
bolígrafo del bolsillo que fue rodando hasta cerca
de la misma ventana desde la que su espíritu
extracorporal contemplaba la escena. Un poco después
el médico se acercó a recoger el bolígrafo, se lo
metió en el bolsillo y volvió con el grupo que
intentaba salvarla frenéticamente. Lo consiguieron.
Unos días después le contó al médico que había
observado cómo trabajaba el equipo de resucitación
durante su fallo cardíaco.
-No -la tranquilizó él con delicadeza-.
Seguramente sufrió una alucinación por anoxia [falta
de oxígeno]. A veces sucede cuando deja de latir el
corazón.
-Pero si vi cómo su bolígrafo iba rodando hasta
la ventana -contestó la anciana. Después describió
el bolígrafo y otros detalles de la resucitación.
El médico se quedó sorprendido: la paciente no
sólo se hallaba en estado comatoso durante la
resucitación si no que además llevaba muchos años
ciega.
Tenemos más formas de ver, además de los ojos.
Uno de los médicos del hospital me llamó para que
visitara a una de sus pacientes, que se había
despertado gritando y muy excitada en la sala de
recuperación tras una delicada operación quirúrgica.
Le habían administrado anestesia general, por lo que
había permanecido todo el rato inconsciente,
mientras el anestesista controlaba su respiración.
Durante la operación, los médicos habían tenido
problemas con su presión sanguínea y su ritmo
cardíaco.
Mientras la operaban, había flotado por encima de
los médicos que estaban trabajando en su cuerpo. Al
ver que la presión sanguínea y el ritmo cardíaco
eran anormales, se había asustado. Se percató de la
preocupación que delataba la voz del anestesista y
fue flotando hasta él para leer las anotaciones que
había hecho en su ficha.
Tras despertarse en la sala de recuperación,
tremendamente asustada por esos problemas, fue capaz
de decirme lo que habían escrito en su ficha durante
la operación. Había estado dormida en todo momento,
pero
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aunque se hubiera despertado no habría tenido la
oportunidad de ver su ficha; el anestesista escribía
detrás de eIla, aproximadamente a un metro de su
cabeza.
Un médico de urgencias de un hospital cercano
hizo más de media hora de cola un día que estaba
firmando libros para contarme su historia.
Una paciente suya había sufrido un proceso
anafiláctico tras la picadura de una abeja. Se trata
de una reacción alérgica que puede ser mortal y que
provoca un descenso muy marcado de la presión
sanguínea.
Aunque habían hecho todo lo indecible para salvarla
desde el momento en que entró en urgencias, el
médico estaba convencido de que la paciente estaba
muriendo.
Más tarde la mujer contó que había ido flotando
junto a su cuerpo mientras la entraban en camilla en
el hospital. Había oído (y después fue capaz de
repetirlo) todo lo que se había dicho, las órdenes
que se habían gritado, las maldiciones, las
expectativas y los comentarios nerviosos del
personal de urgencias. Había «visto» sus caras, su
ropa y lo que hacía cada uno, aunque se hallaba en
estada comatoso. Experimentó una recuperación
milagrosa, y después e: médico corroboró la
veracidad de sus observaciones y los hechos y
conversaciones que recordaba, algunos de los cuales
sucedieron en distintas salas.
No logro encontrar una explicación convincente
des le el punto de vista médico o psicológico a las
números e historias como ésta, sobre pacientes que
han pasado por experiencias cercanas a la muerte,
que he oído de labios de personas dignas de crédito.
Se trata de médicos muy cultos, lógicos y
escépticos, formados con rigor en facultades de
medicina. Todos me han contado que, sin duda alguna,
sus pacientes, aun estando inconscientes, habían
abandonado sus cuerpos y «escuchado» y «observado»
hechos a distancia.
Yo no creo que sucesos como ésos sean algo
extraño. La mayoría de los pacientes se resiste a
contárselo a sus médicos por miedo a que éstos crean
que han sufrido alucinaciones o que son bichos raros
o están locos.
¿Para qué arriesgarse?
¿Y para qué iban arriesgarse los médicos a contar
esas experiencias? Muchos psiquiatras han tenido
miedo de hablar en público de sus experiencias con
regresiones. Me han llamado y escrito cientos de
psiquiatras (y otros miles de psicólogos, asistentes
sociales, hipnoterapeutas, médicos y otros
terapeutas) para contarmeque conducen regresiones a
vidas anteriores «en la intimidad de mi consulta», o
«en secreto, sin contárselo a ninguno de mis
colegas», desde hace cinco, diez o incluso veinte
años. Son miles de casos, auténticas minas de
detalles, datos y hechos de gran valor. Son
historiales clínicos, muchos de los cuales pueden
corroborarse.
¡Más pruebas! Las cartas refieren recuerdos de vidas
pasadas, de pacientes que se acuerdan de nombres y
detalles de sus existencias en otras ciudades, en
otros países, en otros continentes. Algunos han
encontrado sus nombres «antiguos» en los registros
oficiales de lugares de los que no habían oído
hablar jamás en esta vida. Algunos han encontrado
sus propias tumbas.
El riesgo de contarlo es potencialmente muy
grande. Los médicos tienen miedo de tirar por la
ventana su reputación, ganada a pulso, su consulta,
la seguridad de sus familias, incluso sus relaciones
sociales.
Comprendo esa inquietud. Yo tardé años en reunir el
valor suficiente para publicar mis descubrimientos.
Sin embargo, precisamente porque son creíbles,
los médicos tienen la oportunidad de respaldar estas
verdades si dan a conocer sus descubrimientos. Al
hacerlo pueden ayudar a millones de personas y
beneficiarse ellos mismos. Compartir las verdades
sobre experiencias extracorporales y cercanas a la
muerte, casos de curaciones extrañas o «milagrosas»
o ejemplos de recuerdos y terapias de vidas pasadas
es tan importante como compartir información sobre
investigaciones médicas «tradicionales». Cuanto más
sepamos, a más gente podremos ayudar. Además, al
conocer esas verdades sobre sus pacientes y sus
experiencias, los médicos se sentirán más contentos,
más satisfechos y más realizados en sus vidas
privadas y profesionales.
¡Yo lo sé muy bien! Me he encontrado en esa
situación.
La mayoría de las historias de los médicos son de
experiencias cercanas a la muerte y extracorporales.
Es menos probable que se encuentren con experiencias
de vidas pasadas, pues suelen tratar a pacientes muy
enfermos.
En casos de experiencias extracorporales,
cercanas a la muerte o de vidas anteriores, la
curación que se da es parecida. Las pacientes suelen
encontrarse con que sus vidas han cambiado para
mejor. La curación física y emocional puede
acelerarse sensiblemente.
El elemento común a todas esas experiencias es la
existencia de la conciencia fuera del cuerpo físico
o del cerebro. Esa conciencia se expande al
abandonar el cuerpo físico. Los colores y los
sonidos son más vívidos.
El objetivo de nuestro viaje espiritual queda más
claro. Se manifiesta nuestra naturaleza espiritual y
en esos momentos comprendemos que somos seres
inmortales de sabiduría, amor infinito y compasión.
Paradójicamente, durante esa separación aparente la
conexión entre mente y cuerpo parece fortalecerse, o
al menos da la impresión de que la controlamos un
poco más. La curación se da cuando la mente, a
través de su conciencia y su voluntad, envía energía
a esas partes del cuerpo que necesitan reparaciones.
Hace siglos que muchas culturas asiáticas, como
la china, la japonesa o la coreana, reconocen las
energías y corrientes curativas que fluyen por
nuestros cuerpos. Han trabajado con esas energías e
incluso estudiado las características del flujo de
energía y de su intensidad. Los chinos llaman a esa
energía
chi
o
qi;
los japoneses,
ki.
En esas culturas han surgido expertos en las
conexiones mente-cuerpo, y he tenido la suerte de
poder trabajar con algunos de ellos.
|
En dos ocasiones he tenido la oportunidad de
provocar regresiones a médicos de la China
continental. Los
|
dos eran, además, maestros del trabajo y la curación
con energía.
El primer médico fue objeto de un estudio en el
Departamento de Física de la Universidad de Nueva
York. La universidad me pidió que actuara de enlace,
pues era médico y muy conocido en China, donde mis
libros han sido éxitos de ventas.
El médico chino no hablaba inglés, así que
trabajamos con un intérprete. Tenía curiosidad por
saber si mis técnicas se parecían a las del maestro
con el que había estudiado de joven y me pidió que
intentáramos una regresión. Entró en un estado
hipnótico profundo y experimentó un interesante
recuerdo de una vida anterior.
Posteriormente anunció que nuestras técnicas eran
en realidad muy parecidas, y me preguntó si yo había
visto y experimentado sus escenas de otra vida, como
si estuviéramos viendo la misma película juntos.
|
-No -le respondí-. A veces tengo premoniciones
sobre lo que va a pasar, pero no puedo ver realmente
lo que pasa en la mente del paciente.
|
-Es una pena -respondió a través del intérprete-.
Mi maestro podía.
En otra ocasión, una famosa médica china fue a
verme a Miami y me mostró una potente curación Qi
Gong.
A cambio solicitó una regresión a una vida anterior
y accedí. Tampoco hablaba inglés, pero viajaba con
un intérprete.
Entró en un estado muy profundo. A los pocos
minutos ya estaba recordando una escena de una vida
anterior en San Francisco hacía más de cien años.
Durante el recuerdo, se puso a hablar en inglés con
soltura.
El intérprete, todo un profesional, siguió
trabajando como si tal cosa y empezó a traducir al
chino. Le miré fijamente durante un instante y
después le dije que no era necesario. La cara de
sorpresa que puso daba idea de lo que acababa de
deducir.
Sabía que la doctora no sabía una palabra de
inglés.
|
El psicoanálisis y las psicoterapias de
orientación psicoanalítica agonizan. Sus técnicas
están anticuadas, son lentas y poco eficaces. Su
lenguaje se ha quedado fosilizado. Ya no hay alma en
el psicoanálisis, sólo estructuras áridas y
monolíticas, sólo polvo. No puede llegar a
suficiente gente, y en el caso de los pocos a los
que llega, el enfoque gastado, exasperadamente
lento, frío y distante de esas terapias no basta. En
la terapia tradicional u neurosis sustituye a otra.
Los buenos resultados se miden según el
«funcionamiento» externo,na no según la paz y la
alegría interiores. No se da transformación alguna
del individuo o de la sociedad.
El costo económico es evidente. La gente no puede
permitirse las sesiones de cincuenta minutos entre
cuatro y seis veces a la semana durante períodos que
pueden ir de tres a quince años. La mayoría no puede
permitirse ni ir una vez a la semana. Los seguros
médicos tampoco son la solución en este caso, por
sus limitaciones. Freud y sus discípulos hicieron
importantes contribuciones para ayudarnos a
comprender el funcionamiento de la mente, la
existencia del inconsciente, la sexualidad infantil
y el análisis de los sueños, pero el psicoanálisis
no tiene raíces espirituales y no sirve para liberar
la naturaleza espiritual de los seres humanos.
Puede que Freud no considerase sus teorías
definitivas, pero para sus discípulos son dogmas de
fe. Jung era un inconformista que se anticipó a su
tiempo. Comprendía lo misterioso, lo espiritual, lo
sobrenatural, pero le rodeaban personas ávidas de
dogmas.
Uno de los grandes errores del psicoanálisis y de
la psicoterapia tradicional relacionada con él es el
concepto de reparación del ego. El ego es el «yo»,
la función ejecutiva, la parte de nosotros que tiene
que integrar y manejar la realidad del día a día. La
mente es algo lógico, racional, que tiene que tomar
decisiones, se sirve del pensamiento y de la
memoria, prepara el futuro y se preocupa por él, y
le da vueltas al pasado. Siempre estájuzgando,
transmitiéndonos pensamientos, repasando los datos
del pasado, diciéndonos cosas como «Pero imagínate
que...» o «¿Y si...?». Por desgracia, la mayoría de
los psicoterapeutas intenta constantemente reparar
los egos lastimados. Para ellos, el ego queda dañado
por unos padres críticos y que no funcionan
correctamente, por los traumas infantiles, por las
limitaciones físicas ineludibles que tenemos de
niños, etcétera. Esos terapeutas están siempre
calmando, reparando o incluso hipertrofiando nuestro
ego. Sin embargo, lo cierto es que tenemos que
aprender a ir más allá del ego.
¡Pero seguro que nos desmoronamos! ¿Cómo podemos
funcionar y sobrevivir sin que el ego, la mente
diaria, lo controle todo? La respuesta es muy
sencilla. Los terapeutas tradicionales se han
quedado atascados en la ilusión de que el
funcionamiento es el objetivo último, pero en
realidad la paz y la alegría interiores son mucho
más importantes. Si podemos ir reduciendo
gradualmente esa preocupación por el funcionamiento
y la adaptación a nuestra sociedad enferma, por
adquirir cosas y preocuparnos por lo que pueden
pensar los demás de nosotros, nuestra alegría
interior empezará a crecer. La mente nos atrapa en
el pasado y en el futuro. El ego, que se preocupa,
analiza y piensa constantemente, nos impide estar de
verdad en el presente, salir de la rutina asfixiante
de los condicionamientos. ¿ Cómo podemos ver las
cosas como existen de verdad en el presente cuando
los condicionamientos y las concepciones del pasado,
las ideas preconcebidas, asl ofuscaciones y los
prejuicios se nos meten siempre de por medio?
Tenemos que controlar ese ego para poder salvarnos,
y salvar después nuestro mundo.
El psicoanálisis es, en esencia, algo no
espiritual. Es una disciplina estéril. No enseña
nada sobre la inmortalidad, la supervivencia del
alma tras la muerte física, los auténticos valores
de la vida. No llega hasta las preguntas y los temas
que de verdad importan. Cuando funciona, es porque
el terapeuta conecta con el
|
paciente a un nivel de verdadero afecto, compasivo. Lo
que cura es relación.
La psiquiatría biológica tampoco llega hasta lo
importante. Los nuevos medicamentos para el tratamiento
de la depresión, de los cambios de humor y de los
estados psicóticos son un medio para lograr un fin, pero
no el fin en sí. Hay demasiados psiquiatras que recetan
medicamentos y luego se cruzan de brazos. Eso supone una
pérdida tremenda. Los medicamentos pueden ayudar a hacer
accesible al paciente la terapia psicoespiritual que
tiene que darse a continuación, pero prescindir de ella
es pasar por alto toda la esencia del tratamiento.
Además, la mayoría de los cientos de libros de
autoayuda que hay publicados comporta problemas. Ojalá
la terapia fuera tan sencilla, como ponerse una
inyección, pero no lo es. Alcanzar un estado de dicha,
satisfacción y alegría es difícil. Mantenerlo, una vez
alcanzado, es aún más complicado.
Quedarse fuera de la rutina asfixiante no es nada
fácil. Buscar en el interior de uno, comprenderse de
verdad, fomentar la objetividad y la perspectiva son
tareas difíciles que requieren paciencia y mucha
práctica. El viaje es arduo y largo, pero vale la pena
de principio a fin. Para ser feliz de verdad hay que
comprender la vida y la muerte y tener una naturaleza
afectuosa, indulgente, espiritual. La introspección, la
meditación, la práctica del amor, la bondad y la caridad
son algunos de los pasos que hay que dar en ese camino.
Perdonarse a uno mismo, perdonar a los demás, practicar
la no violencia y hacer buenas acciones, trabajar para
eliminar la rabia, el miedo la codicia, el egocentrismo
y el falso orgullo son otros
Muchos terapeutas se niegan a considerar la
utilización de técnicas de regresión, sobre todo la
regresión a vidas pasadas. Como han documentado
repetidamente muchos médicos, suelen darse mejorías,
remisiones y curas psicológicas y físicas con una
rapidez espectacular. Da igual que se haga una sesión o
diez, los resultados de la terapia de regresión son
duraderos y cambian la vida del paciente. El crecimiento
espiritual, la sabiduría y la paz interior suelen
acompañar a la mejoría clínica.
Creo que hay dos motivos principales por los que
quienes mandan en la medicina y en la psicoterapéutica
son reacios a evaluar, y mucho menos a aceptar, estos
enfoques relativamente rápidos, económicos y seguros.
El primer motivo es el miedo. El segundo es económico.
Todos sabemos que el miedo a lo desconocido cierra la
mente de la gente, que no está dispuesta a correr
riesgos razonables, a intentar algo nuevo. Los
terapeutas que tienen miedo a aprender nuevas técnicas,
a pesar de su mayor eficacia, economía y velocidad, les
hacen un flaco favor a sus pacientes y también se lo
hacen a sí mismos. Por culpa del miedo, su instinto de
ayudar a los demás queda distorsionado. Cabe preguntarse
por qué tienen miedo.
Los motivos económicos se deben a la rapidez de los
resultados y a la naturaleza duradera de las curas. Por
muy espeluznante que resulte reducir la salud mental a
un negocio, es cierto que si hay menos sesiones y un
menor porcentaje de recaídas, los ingresos serán
menores.
La alegría y la felicidad que la práctica de la
psicoterapia espiritual puede aportar a los terapeutas y
a sus pacientes compensa con creces esas preocupaciones
y esos miedos.
Como ya he dicho, las técnicas curativas holísticas y
complementarias están extendiéndose por el
establishment
médico, dando un nuevo estímulo al mundo de la sanidad.
Las técnicas quiroprácticas, la hipnoterapia, la
acupuntura, la medicina naturista, la bioenergética, la
meditación, el yoga, el masaje y muchas otras
modalidades curativas tienen un alcance cada vez mayor.
Con el tiempo, una combinación equilibrada de modelos
médicos tradicionales y de un enfoque complementario
permitirá a
los
profesionales de la sanidadcurar a la persona como un
todo, su cuerpo, su mente y su espíritu.
Esta brisa estimulante no es un huracán que se lleva
consigo lo viejo, simplemente. Hay que establecer una
armonía entre las técnicas tradicionales y holísticas
para formular un programa personalizado que se base en
los
síntomas y las necesidades de cada paciente.
|
Si
las personas que se dedican a curarnos, sea con la medicinal
tradicional o no, están abiertas a las «otras» técnicas, si
practican las artes curativas con compasión, habilidad y
conciencia y, 10 que es más importante, si
saben tratar el espíritu además del cuerpo, disfrutaremos realmente
de una óptima salud
FUENTE: http://www.elmistico.com.ar/descarga/brianweiss/El_Mensaje_de_los_Sabios/las_personas_que_curan10.htm#.URuf2pE3GSo
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