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sábado, 3 de marzo de 2012

El hígado, órgano de nuestra fuerza vital



Se estima que un 80 % de los habitantes de los países civilizados sufren trastornos hepáticos más o menos manifiestos.

Esto, que debiera servir de alarma, no parece preocupar demasiado, porque la mayoría de dichos trastornos son de carácter ligero. No se muere uno de ellos, e incluso tampoco se siente. Por qué, pues, habrían de preocupar? Por tanto, no se va al médico. Además, los trastornos más ligeros son precisamente los más difíciles de descubrir, por lo que suelen pasarse por alto en los reconocimientos rutinarios. Ahora bien, estos trastornos "ligeros" pueden tener consecuencias muy graves, en las que no se piensa.



Puesto que, entre los más de 700.000 fallecimientos anuales de las estadísticas de Alemania Occidental, los más de 16.000 provocados por las enfermedades hepáticas crónicas, comprendida la cirrosis, se encuentran en cuarto lugar, después de los debidos a las enfermedades del corazón y de la circulación, neoplasias malignas y neumonías, siendo afectados el doble de hombres que de mujeres.

No tenemos noticias exactas de otras épocas, y es cierto que antes se conocían también algunas enfermedades "modernas". Pero es bien sabido que, en tiempos pasados, la población era, en general, más sana. Se objetará que en la actualidad la vida es mucho más larga. Cierto, sin duda, pero no más sana.

EI constante aumento del consumo de medicamentos nos hace ver a las claras que la mayoría de las personas sufren permanentemente indisposiciones, que tratan de aliviar, y que este consumo, y su aumento, no logran superar la enfermedad causante.

Lo que caracterizaba a las personas de otras épocas no era que no sufriesen diversas indisposiciones o trastornos, que también los sufrían, sino tener en general mejor salud, una constitución más robusta y más resistencia: cosas todas éstas que precisamente tienen mucho que ver con el hígado.

IMPORTANCIA DEL HÍGADO

Por intuición primitiva, se dio al hígado, el mayor órgano del organismo humano, un nombre que responde a su importancia verdadera. En nuestro corriente uso lingüístico, se designa por su actividad o su producto a quien hace algo, por ejemplo, al artesano. Así, el que hace pan es panadero; el que hace carpintería, carpintero, etc. Así también, el nombre de hígado (alemán, Leber, que puede entenderse "vivificador") designa la actividad de dar vida (a), Leben.

Se impone la conclusión de que quien tiene un hígado grande o que funciona bien dispone de mucha vida, es vital.

Por el contrario, cualquier limitación de su función, por pequeña que sea, significa una pérdida de vitalidad. También por este motivo, el hígado es directo reflejo de las condiciones vitales: cuanto más joven es el cuerpo, tanto mayor es el hígado, que supone un 10% del volumen corporal de un embrión de 31 cm, es ya un 5% en el recién nacido y se reduce al 2 % en el adulto, comprimiéndose más todavía en el anciano.

En realidad, puede decirse que la verdadera muerte natural por agotamiento se produce cuando el hígado se ha empequeñecido tanto que ya no puede mantener las funciones vitales.

EL HÍGADO, ÓRGANO UNIVERSAL

Hoy son muy conocidas las transformaciones materiales que ocurren en el hígado. Sobre todo, es función fundamental suya la producción de albúmina, y de albúmina justamente individual. Y puede verse en esta función la esencial importancia del hígado, puesto que la sustancia viva de nuestro organismo está compuesta de albúmina.

Pero también compete al hígado la transformación de las grasas y su formación partiendo de los carbohidratos. Cuando la provisión de grasas es de permanente abundancia, el hígado queda sobrecargado y se hace adiposo: es el llamado hígado de la opulencia. Pero el hambre crónica provoca también un trastorno del hígado.

Además, el hígado es un órgano esencial de todo el contenido de agua y, por lo tanto, del metabolismo de la sal. Regula también la cantidad de hormonas, de manera que puede decir se justificadamente que el hígado es el órgano esencial de todo el metabolismo, y particularmente del asimilativo.

Ocupa una posición clave en el metabolismo de los hidratos de carbono. Con el azúcar, forma el glucógeno, que corresponde aproximadamente a la fécula vegetal.

Cuando el hígado está completamente sano, tiene riqueza de esta sustancia, que puede ofrecer al organismo, por ejemplo, en caso de sobrecarga. Pero sí el hígado está dañado, es poco el depósito de reserva y el cuerpo se agota con facilidad. Esta disminución de la capacidad de rendimiento puede manifestarse, por ejemplo, en un cansancio y prematuro agotamiento por la tarde o por la noche, antes de haber podido cumplir la tarea diaria.

Esto, en el anciano, es perfectamente natural, pues tiene que ver con la reducción del hígado, es decir, de la función vital. Pero si esta disminución del rendimiento se manifiesta en una persona de 40 años, significa una merma de la calidad de vida y de la capacidad de trabajo, a largo plazo, sino por toda la vida.

Cuando tal estado se produce poco a poco, no se nota al principio, explicándoselo quizá como sobrecarga profesional, por la mayor edad, por una gripe mal curada, y demás. Es un proceso que empieza a menudo por una hepatitis aguda. Si tiene una manifestación ostensible, como en la ictericia, se reconoce y puede tratarse con facilidad. Pero los casos más ligeros son precisamente los que pocas veces se descubren, en especial, cuando se presentan en época de vacaciones en un clima cálido, en el que se da más bien el peligro de infección con los virus correspondientes.

El paciente suele creer que se le ha estropeado el estómago o que "no ha descansado bien durante las vacaciones". Siempre hay explicaciones a mano. Si los trastornos persisten, va al médico..., que ya no ve nada, porque se ha mitigado el fenómeno que, de otro modo, habría podido mostrarse fácilmente en el laboratorio. Queda sólo la citada disminución de rendimiento, o sea, no una enfermedad verdadera, sino "únicamente" una debilidad del hígado, una merma de función, mucho más difícil de diagnosticar.

Pero es ésta precisamente la que, en caso de conducta inadecuada, puede persistir mucho tiempo, trasladándose a diversas zonas, como corresponde a la función universal del hígado.

EL SISTEMA HÍGADO-BILIS Y LOS TEMPERAMENTOS

En época primitiva, el alma y el cuerpo no se consideraban tan separadamente como en la actualidad. En Grecia se conocían cuatro humores fundamentalmente diferentes del alma humana y se los designaba con funciones orgánicas o con sustancias relacionadas con el sistema hígado-bilis. El colérico (griego jolé, bilis) es un "bilioso". Se creía que en él predominaba la formación de bilis y, por tanto, en relación directa, la actividad y la impulsividad, que puede llegar al desenfreno y a los estallidos de ira. En alemán se designa también esta relación cuando se dice que a alguien "se le exalta la bilis".

Al hombre del humor contrario llamaban los griegos flemático, que significa "mocoso". De hecho, el moco es verdaderamente agua viva. Así, con el término "flemático" se indica también que en este hombre predominan los procesos vitales, asimilativos y acuosos. En este caso, tenemos, en general, buena función hepática, pero deficiente función biliar. Estos dos tipos humanos ofrecen una contraposición humoral, debida a la relación polar:
hígado = vida, y bilis = actividad.

Otra pareja de opuestos, basada también en estas relaciones, es la del sanguíneo y del melancólico. El sanguíneo tiene, en efecto, buena circulación y un ímpetu relacionado con el hierro de la sangre. Así, tiene también en lo mental el impetuoso brotar de ideas.

Por el contrario, el melancólico ("el de bilis negra") está penetrado más bien de fuerzas oscuras. Ahora bien, la oscuridad está relacionada con la gravedad y con la tierra. Está demasiado ligado a su cuerpo físico. Por eso, todo lo toma en serio, es agobiado y triste.

Estos caracteres constitucionales se aplican tanto a la vida física del sistema hígado-bilis como a los correspondientes estados de ánimo. Toda persona responde más o menos a uno de estos temperamentos o a una mezcla de ellos.

Sin embargo, no se trata de una disposición absolutamente fija, a la que el hombre estuviese sometido. En el curso de la vida, un carácter puede transformarse en un sentido u otro. Eso depende de la actitud y de la orientación de cada uno.

Corno el hígado "vivifica", de él depende la calidad de vida. El hombre lleno de vitalidad se siente bien en general, es activo y emprendedor: su sistema hígado-bilis funciona bien. Pero si, a causa de ciertos influjos, no se cumple correctamente la función asimilativa del hígado, perjudicado continuamente por fuerzas o sustancias nocivas, el hombre asimila una condición que no le permite sentirse a gusto. Esas fuerzas nocivas que en él actúan rebajan su ánimo, haciéndolo agobiado y depresivo.

En Medicina antroposófica, es sabido desde hace decenios que la depresión, en cuanto trastorno psíquico, se debe a una sutil perturbación funcional del hígado.

En la actualidad, hay relativamente muchos malos humores, que se llaman depresión latente, y en los que no está enfermo el hígado, sino que se ha perturbado, desviado, una particular función asimilativa suya. Lo cual puede estar determinado por circunstancias personales, pero también por un trastorno del metabolismo hepático, por ejemplo, como consecuencia de una ingestión continua de sustancias con las que el hígado no sabe qué hacer, porque son muertas. Se cuentan entre ellas, por ejemplo, todos los productos sintéticos que se encuentran en muchos alimentos. En las personas sensibles, o en las predispuestas constitucionalmente, estos influjos provocan esa sutil perturbación funcional a la que puede deberse un ánimo depresivo.

LA ALIMENTACIÓN Y EL HÍGADO

Todo el flujo alimenticio, después de descomponerse en el tubo digestivo, tiene que terminar pasando al hígado a través de la vena porta. Así, puede comprenderse fácilmente la gran importancia que tiene la alimentación para la vida del hígado.

Como es natural, puede tener influencias positivas y negativas. Habiéndose precisado que la misión del hígado es proporcionar vida, es decir, sustancia viva al organismo, será favorable para su función todo lo que sea alimento vivo; y serán molestos o perjudiciales los alimentos muertos. Se cuentan entre éstos todas las sustancias que, o no eran vivas, o la perdieron o se les quitó la vida.

Por eso, toda sustancia sintética, que nunca ha sido viva, sino que se ha sintetizado de elementos muertos, es para el hígado, al menos, una carga, cuando no un veneno..., aunque tal sustancia sea "no venenosa". Tenemos como ejemplo los aditivos que se emplean para mejorar el aspectos de nuestros alimentos, los aromas sintéticos, incluso los llamados naturales (de imitación), los colorantes, conservantes, etc., que se encuentran en gran número de nuestros alimentos.

Entre las sustancias que una vez fueron vivas, pero dejaron de serlo durante su elaboración, contamos todos los productos refinados, sobre todo, el azúcar (el azúcar cristalizada, industrial).

Desde luego, procede de una planta (remolacha o caña), pero es una sustancia aislada, tan apartada de la vida que tiene todas las características de una sustancia mineral, muerta. Precisamente por ser cristalina, muerta, puede mantenerse siempre sin conservación, como un cristal. Incluso se la puede emplear como medio de conservación, como se hace con las frutas escarchadas y con las mermeladas. Añadiendo a los zumos de frutas un 60% de azúcar, ya no se produce fermentación.

El azúcar impide el desarrollo de fermentos.
La harina blanca muy molida no está tan muerta y, por tanto, sus productos se digieren con más facilidad, pero tiene mucha menos vida que la harina integral.
Por estos motivos, el azúcar, la harina blanca y los productos elaborados con ellas son una carga para el hígado, aún cuando sean "perfectamente tolerables".

En consecuencia, según la gravedad del trastorno y su duración, hay que renunciar de momento a estos productos y no volverlos a tomar, o tomarlos con moderación, hasta que se haya producido una mejoría.

La miel no es una sustancia muerta como el azúcar, sino, en realidad, un medicamento precioso. Por eso no debiera empleársela totalmente en sustitución del azúcar, ni se la debe consumir en gran cantidad durante una comida. Lo ideal es tornar una cucharilla en infusión caliente antes de dormir. Y no debe calentarse a más de 55*, porque entonces se echan a perder las sustancias saludables.

Entre los productos naturales, pero que han perdido vida, se cuenta el alcohol. Y está tan muerto que se emplea en conservación. El metabolismo humano no puede asimilarlo: tiene que quemarlo, y a eso se debe su "efecto calorífico".

Pero, para el hígado, el alcohol es uno de los venenos "naturales" más fuertes, y tanto peor cuanto más concentrado sea. No importa sólo la cantidad absoluta, sino la concentración. Por eso, todas las personas de hígado sensible deben renunciar a todo consumo de alcohol. A lo único que no puede ponerse reparos es a la cantidad de alcohol que debe haber en algunos medicamentos, pues las dosis tomadas por prescripción están muy por debajo de la cantidad que se encuentra, por ejemplo, en un vaso de vino o en un coñac.

El exagerado consumo de bebidas alcohólicas es uno de los motivos principales de la elevada tasa de mortalidad por enfermedades hepáticas que citábamos al principio.

DEFENDER EL HÍGADO Y LA BILIS

Como el hígado trabaja principalmente por la noche, conviene cubrir a esa hora su necesidad de calor, por ejemplo, con compresas calientes. Lo mejor es un envoltorio de milenrama, que se aplique lo más caliente posible. En este caso, el calor húmedo es mejor que el seco, pero, en ocasiones, es suficiente dejar una media hora sobre la zona del hígado una botella o bolsa de agua caliente.

Por último, hay también probados medicamentos, de los que podemos citar unos cuantos, de efectos sistemáticos. En su mayoría, son de origen vegetal, pues las plantas concentran precisamente energías vitales necesarias para los procesos asimilativos.

En Medicina popular, el diente de león es un medicamento hepático probado. Las investigaciones más recientes han mostrado que, en efecto, sus sustancias "convienen" precisamente al hígado. En primavera, pueden emplearse sus primeros brotes para ensalada o, sobre todo, como añadido a la cuajada. Para las demás estaciones, tenemos los correspondientes preparados de zumo de diente de león.

Otra planta probada es el cardo mariano, del que se tomará un extracto, de 10 a 20 gotas tres o cuatro veces al día.

Naturalmente, la bilis exige medicamentos distintos que el hígado.

Una planta típica que influye sobre la bilis es la celidonia, que forma parte, por ejemplo, del choleodorón, que contiene además un extracto de la planta javanesa cúrcuma.

En general, los medicamentos estimulativos de la bilis se dan después de la comida, o, para tratamiento permanente, por la mañana. Pero también son estimulantes para la digestión 1os acíbares (estomacales). Además, las especias, particularmente, el curry.
La sal amarga (sulfato de magnesio) y la sal de Karlsbad tienen un efecto más potente y rápido de estímulo de la digestión.

Su dosis varía según el individuo. Se tomará, por ejemplo, una o media cucharilla en agua tibia, que se beberá a tragos durante una media hora antes de desayunar. Entonces, casi siempre habrá evacuación una o dos horas después. Sin embargo, importa ésta menos que el estímulo de la actividad biliar logrado por las sales. De ahí también, su aplicación por la mañana.

Los cólicos hepáticos son una convulsión de la vesícula biliar.

Ocurren casi siempre por la noche y, en su mayor parte, se producen habiendo cálculos biliares que no se habían descubierto. A esa hora, la bilis necesita su descanso. Y al impedírselo una cena grasa, trata de funcionar convulsivamente, lo cual se manifiesta precisamente en un cólico.

El cólico hepático agudo requiere tratamiento médico.
Sin embargo, es más importante evitar el cólico siguiente, es decir, evitar las cenas inadecuadas, o sea, los fritos, las grasas y los huevos.

Entre los medicamentos homeopáticos indicados, citemos solamente el magnesit D 4 (magnesio carbónico D 4) y el oxalis D 3, que, junto con la dieta correspondiente, pueden prevenir un cólico. Además, cualquier paciente notará, en caso de cólico agudo del tipo que sea, que resulta indicada la aplicación tópica de calor.

Si una persona con trastornos de esta función ajusta su alimentación a estas directrices, suele experimentar una mejora, casi siempre, a las dos o tres semanas, aumentando el rendimiento. Es recomendable comenzar con una "dieta" más rigurosa, para relajarla después poco a poco, según el estado y la tolerancia.

Por Otto Wolf- Editorial Rudolf Steiner

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