¿Dónde nace el miedo? ¿Cómo reacciona nuestro cerebro ante una situación de pánico? ¿Podremos controlar algún día las fobias irracionales? Dos recientes estudios desentrañan el funcionamiento de estos procesos en un pequeño órgano conocido como amígdala, pero en los seres humanos el proceso es especialmente complejo y fascinante. Imagina que vas caminando por el bosque, en apenas unas décimas de segundo escuchas un ruido y distingues una sombra detrás de unas ramas. Antes siquiera de comprender que se trata de un oso, tu cerebro ya ha desatado una respuesta masiva por su cuenta. Un pequeño órgano con forma de almendra, conocido como amígdala, centraliza todo el proceso que ahora empiezan a desentrañar los científicos.
Por lo que sabemos hasta ahora, la amígdala es una especie de botón de emergencia de nuestro cerebro. Si nos acecha un peligro inminente, esta glándula activa una señal que reenvía inmediatamente al resto del cuerpo. (ampliar imagen)
En ocasiones, como nos cuenta el catedrático de Psicobiología de la UAM Luis Carretié, el sistema es capaz incluso de activar la respuesta antes de que seamos conscientes del peligro.
“En algunos experimentos”, explica, “se presentan estímulos subliminales y la amígdala dispara respuestas fisiológicas como la sudoración en las manos, sin que el sujeto sea consciente de lo que le está asustando”.
Pero, ¿cómo funciona este órgano capaz de disparar nuestros sentidos y hacer saltar el pánico? Dos estudios publicados la semana pasada en la revista Nature acaban de descifrar el funcionamiento de lo que los científicos han llamado “el circuito del miedo”.
El equipo del neurobiólogo David J. Anderson, del Instituto Tecnológico de California (CalTech), y el del profesor Andreas Lüthi, del Friedrich Miescher Institute (FMI), han comprobado la existencia de dos tipos de células neuronales en la amígdala que se turnan para abrir y cerrar las “puertas” del miedo y controlan este proceso de “ida y vuelta”.
“La amígdala analiza el ambiente de forma continua en busca de estímulos que predigan el peligro”, nos explica Wulf Haubensak, coautor del estudio realizado en CalTech, a lainformacion.com.
“Lo que hemos podido demostrar es que el miedo está controlado por un microcircuito de dos poblaciones antagonistas de neuronas en la amígdala, que actúan como una especie de columpio”.
“Estas dos poblaciones de neuronas”, prosigue, “se inhiben entre ellas. Es decir, sólo una de las dos poblaciones puede estar activa a un tiempo, como si estuvieran en uno de los dos extremos de un balancín, alternando entre dos estados”.
Aunque aún es demasiado pronto, el conocimiento de cómo funciona el mecanismo interno de la amígdala puede ayudar a desarrollar tratamientos para controlar las fobias y la ansiedad.
Un órgano antiguo y vital
La existencia de esta pequeña almendra en el cerebro se remonta al pasado más remoto de los mamíferos y ha tenido un papel vital en la evolución.
“El miedo es el estado más intenso en el que pueden entrar tu mente y tu cuerpo”, afirma Haubensak, “y sólo tiene una meta: tu supervivencia”. La amígdala, nos confirma Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología de la UAB, empieza a estar desarrollada en los mamíferos hace unos 220 millones de años. “Es la estructura más crítica de las implicadas en las emociones”, afirma Morgado, y, entre ellas, “activa los miedos más primitivos, pero siempre de forma muy interactiva con el resto del cerebro”.
Los experimentos con ratones en el laboratorio demuestran el papel esencial de la amígdala en las emociones primarias. Un estímulo en la zona puede desatar el pánico y la ansiedad, y se trabaja con sustancias que bloqueen estas señales y eliminen el pánico.
“Para todos los mamíferos”, asegura Haubensak, “la amígdala todavía coordina de forma principal las respuestas primarias y básicas al miedo ante un peligro”. Pero en el caso humano el miedo creció dentro de un panorama de emociones más sofisticadas y del desarrollo de una corteza cerebral cada vez más compleja, con lo que terminó regulando e interactuando con otros impulsos y emociones.
“La amígdala siempre actúa de forma muy interactiva con el resto del cerebro”, matiza el profesor Morgado, porque el miedo no se localiza en un lugar físico sino que procede de una reacción de nuestro sistema neuronal “en conjunto”.
De hecho, en los casos de lesiones de la amígdala en humanos las reacciones son complejas e interesantes.
Algunos pacientes se sienten más desinhibidos ante los riesgos, como a la hora de hacer apuestas y en otros la desinhibición afecta a la manera en que nos relacionamos con los demás, como la distancia a la que estamos dispuestos a tolerar que alguien se acerque. Un estudio publicado en Nature el año pasado indicaba que los sujetos con lesiones en la amígdala no protegen su espacio personal ni reaccionan ante un acercamiento que, aunque sea en un ascensor o en una aglomeración, cualquiera de nosotros consideraría amenazante.
La importancia de la corteza prefrontal
El profesor Carretié coincide en que hablar únicamente del papel de la amígdala en el circuito del miedo en el caso de los humanos sería un error. “Hay que tener en cuenta el papel de la corteza prefrontal ventral”, nos recuerda. Esta zona, situada justo encima de los ojos, reúne algunas de las características más complejas de nuestra mente y tiene un papel clave también en el miedo, además del hipocampo y otros componentes del que se ha dado en llamar “sistema límbico”.
“Su papel es incluso más importante que el de la amígdala”, asegura el catedrático. “En humanos y primates se ha demostrado que, aunque se extirpe la amígdala o se lesione, sigue habiendo respuesta de miedo que se activa en la corteza prefrontal”.
Carretié considera que estudios como el realizado por Haubensak en Caltech, realizados con ratas, deben leerse con cautela a la hora de aplicarlos a los humanos. En nuestro caso, además de las neuronas inhibidoras, sería crucial el papel de la corteza prefrontal, que pone la situación en contexto y produce una respuesta menos “automática” y más elaborada al estímulo, por decirlo de alguna manera.
Baste un ejemplo para entenderlo. Imaginemos que en un entorno laboral el jefe nos llama a nuestro despacho y nos insulta gravemente. La respuesta de la amígdala ante ese estímulo quizá fuera levantarse de la silla y arrancarle los ojos, pero nuestra corteza prefrontal coloca la situación en términos de contexto y consecuencias, y la sangre no llega al río.
Carretié define el miedo como “una reacción rápida del organismo ante un estímulo amenazante con dos componentes: uno psicológico y otro fisiológico que es la respuesta motora del cuerpo”. (ampliar imagen)
En la parte psicológica se incluye la memoria de las malas experiencias: nuestro sistema reacciona ante situaciones que en el pasado han provocado problemas. Pero ¿hay miedos innatos? ¿Por qué es tan común que demos un salto ante la presencia de un animal venenoso?
Esta misma semana Dean Mobbs y sus colegas del Medical Research Council de Cambridge publicaban los resultados de un experimento que trataba de monitorizar la reacción de la amígdala en presencia de una amenaza tan primaria como una tarántula. Para ello, reunieron a veinte voluntarios, los introdujeron en un escáner y comprobaron sus reacciones cuando simulaban acercarles una tarántula a los pies.
Entre las conclusiones destaca un hecho curioso: la amígdala no se activa en función de la distancia a la que se encuentre el peligro sino en función de si se aleja o se dirige hacia nosotros. Es decir, la señal se activaba con más intensidad cuando la araña se acercaba a los sujetos, con independencia de la distancia a la que se encontrara. Pero la alerta saltaba sistemáticamente, incluso en aquellos que no creen tener miedo a las arañas.
Aparte del funcionamiento de la amígdala, la cuestión sobre los miedos instintivos es un viejo debate en neurociencia, explica Carretié, pero básicamente puede decirse que “lo innato es la facilidad para asociar ciertos estímulos a un peligro”, como la presencia de colores llamativos o la forma en que se mueven las patas de la araña.
“De entrada”, asegura el catedrático, “un recién nacido no tendría miedo, pero sí tendría facilidad para asociar ciertos esquemas de color o formas con una amenaza”.
Lo que le dará miedo después, a lo largo de su vida, quedará definido por la experiencia.
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