“DARWINISMO SOCIAL Y EUGENESIA EN EL MUNDO LATINO”
BUENOS AIRES, SIGLO XXI EDITORES. 2005, 670 PÁGINAS.
IVÁN GALVANI*
Este volumen consiste en una compilación realizada por
Gustavo Vallejo y Marisa Miranda, y editada por Siglo XXI en Argentina y
España, como resultado de un workshop internacional organizado por los
compiladores. Ofrece una mirada sobre la influencia del darwinismo social y la
eugenesia en el mundo latino, un fenómeno que por su origen estuvo
tradicionalmente identificado con los países anglosajones. Se analizan casos de
países donde el fenómeno había sido escasamente investigado: en Europa, Italia
y España; y en Latinoamérica, Argentina, Brasil y Cuba. En la mayoría de los
artículos se encuentra la tesis de que en los países latinoamericanos –sobre todo
en Argentina–, la eugenesia se extendió en el tiempo hasta mucho después de
finalizada la segunda guerra mundial, cuando se conocieran las consecuencias
más terroríficas de su aplicación.
En la presentación, realizada por los compiladores, se
plantea que el darwinismo social y la eugenesia, surgidos como teorías
científicas, tuvieron gran influencia y vinculación con las ideologías
predominantes de la burguesía. Están relacionadas con el liberalismo en lo
político, y con el evolucionismo en términos teóricos. Su origen común es
el Ensayo sobre los principios de la
población, de Malthus. Los autores plantean que no hay una definición unívoca
de “darwinismo social”. Se puede identificar por el uso de categorías
biológicas –provenientes sobre todo de Darwin– para explicar fenómenos
sociales, y por establecer analogías entre la sociedad y unorganismo viviente.
En el caso de la eugenesia, se toma la definición de Galton, de 1883:
Eugenesia, de eu
genes –de buen origen– es la ciencia del cultivo de la raza, aplicable al
hombre, a las bestias y a las plantas a partir del “estudio de los agentes bajo
control social que pueden mejorar o empobrecer las cualidades raciales de las
futuras generaciones, ya fuere física o mentalmente” (p. 12).
La compilación se divide en cinco secciones. Las dos
primeras, “Darwinismo como ideología” y “Eugenesia como ideología”, están destinadas
a explicar el surgimiento y desarrollo de estas teorías, contextualizándolas
dentro del capitalismo industrial de la época. Se precisa en qué sentido se
habla de estos fenómenos, a la vez que se delinean ciertos ejes sobre los
cuales se podrían leer los demás artículos. Se pone especial énfasis en marcar
una relación de continuidad entre darwinismo y eugenesia tanto en otras
disciplinas científicas actuales donde se identifica un reduccionismo
biologista, como en políticas de Estado. Se mencionan también algunas
consecuencias actuales de estos movimientos, que tuvieron auge entre fines del
siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
Dentro de “Darwinismo como ideología” el primer artículo, de
Álvaro Girón Sierra, trata de la “relación entre Darwin, el darwinismo y el
darwinismo social” (p. 23). El autor analiza la teoría de Darwin, y su
recepción en los ámbitos intelectual, político e ideológico europeos. Critica
la diferenciación entre el darwinismo como teoría científica en sentido
estricto, y sus connotaciones políticas. Esto se evidencia en el libro de
Darwin La descendencia del hombre, donde
hay un intento explícito de su autor por explicar los fenómenos sociales, y
justificar y proponer políticas de control de la población. Además, señala que
en los denominados “darwinistas sociales”, además de las ideas de Darwin,
habitualmente está presente la influencia de Lamarck, y del pensamiento
evolucionista predominante en esa época. Este evolucionismo se diferencia del
darwiniano en que tiene una concepción lineal de evolución (es decir, el
desarrollo de la especie tiene una sola dirección posible), mientras que para
Darwin la evolución es ramificada y el azar juega un papel preponderante. En el
ámbito ideológico, el autor señala que la recepción de Darwin no fue unívoca, y
que abarcó todo el espectro político. Identifica dos tipos de interpretaciones
del darwinismo, predominantes en distintos períodos históricos.
Entre los años 1850 y 1870, predomina una versión
“individualista y optimista, que confía en el poder autorregulador del mercado
y en la inevitabilidad del progreso social y biológico”. Luego se pasa a una
concepción pesimista, predominante entre los años 1890 y 1914, “que, poniendo
el acento en la lucha entre grupos humanos (clara metáfora de la creciente
competencia económica entre naciones) ya no cree en la inevitabilidad del
progreso derivado del libre funcionamiento de las leyes de la evolución social,
y que, por el contrario, postula la intervención del Estado para paralizar o
atenuar el supuesto efecto degenerador de la industrialización y la vida
urbana” (pp. 57-58). Este artículo da cuenta de la amplia aceptación del
discurso darwiniano en su época, lo que hace difícil –si no imposible–
identificarlo exclusivamente con una
ideología política en particular.
Los dos artículos siguientes están destinados a analizar la
influencia del darwinismo en ciertas isciplinas científicas actuales, donde
predomina un reduccionismo biologista.
Eduardo Wolowelsky estudia la relación entre el darwinismo
social y la sociobiología, disciplina cuyo inicio fecha a principios de la
década de 1970. Coincide con Girón Sierra en que existe desde el comienzo en la
teoría de Darwin, una extrapolación de su teoría de la diversidad biológica, a
la sociedad. Lo mismo ocurre con la sociobiología. La explicación de este
reduccionismo no debe buscarse, para el autor, en las teorías científicas, sino
comprendiendo el contexto social en el que se inscribe. El darwinismo social, y
luego la eugenesia, al naturalizar las relaciones sociales, vendría a
justificar las relaciones de explotación del proletariado, y las políticas
imperialistas, en el contexto de un capitalismo industrial que se estaba
consolidando. Esto explica la pronta y amplia aceptación que tuvo la teoría de
Darwin.
Por su parte, Alicia Massarini analiza la consolidación de
la biotecnología como saber hegemónico, en la década de 1970, sobre todo a
partir del desarrollo de las tecnologías del ADN. La autora realiza un
recorrido sintético de la historia de la biología como disciplina científica.
Explica cómo confluyen el darwinismo y la genética, en lo que se denominó
teoría sintética de la evolución; y posteriormente en el modelo del ADN. Además
de señalar el reduccionismo que se encuentra presente en esta disciplina, otro
punto interesante del artículo es que plantea que el modelo del ADN no solamente resulta inadecuado para
explicar los fenómenos sociales, sino que también resulta insuficiente en el
campo mismo de la biología.
Dentro de la sección “Eugenesia como ideología”, el primer
artículo, de Raquel Álvarez Peláez, consiste en una interpretación de la
recepción del discurso de la eugenesia en España, y su influencia en la
política y la sociedad, durante la dictadura de Primo de Rivera, y la Guerra
Civil Española; siguiendo la línea del foucaultiano Nicolas Rose. Partiendo de
la noción foucaultiana de “biopolítica”, considera a las políticas relacionadas
con la eugenesia como un “dispositivo de poder”. Predomina una visión
instrumental de la eugenesia, caracterizada como una seudociencia, al servicio
de las clases dominantes “[...] organizada como si fuera una ciencia, pero que
no tiene ni la metodología en la elaboración ni la posibilidad de comprobación
de los fenómenos o hechos que son propios de la ciencia” (p. 95).
No obstante, el artículo también deja en claro que el uso
del discurso de la eugenesia no es xclusivo de una ideología política en
particular. Tanto en la República como entre los franquistas, hubo intentos de
aplicar políticas eugenésicas. La diferencia radica en el tipo de medidas que
se intentaron aplicar en cada caso.
Héctor Palma ofrece una visión que difiere en algunos
aspectos. Para este autor, caracterizar a la eugenesia como una pseudociencia y
como un patrimonio exclusivo de la Alemania nazi lleva a una concepción
ideológicamente peligrosa, porque oculta la relación entre ciencia, sociedad y
política, soslayando las implicancias que ha tenido en su época. Destaca la
importante participación de miembros de la comunidad científica en los proyectos
eugenésicos, así como la organización de congresos y asociaciones de carácter
científico. Menciona la implementación de políticas eugenésicas en otros
países, principalmente en los Estados Unidos. No obstante, aunque parte de otra
perspectiva, llega a conclusiones similares a las de Álvarez Peláez:
El doble movimiento de asimilar eugenesia a nazismo y luego
dejarla de lado como producto pseudocientífico, oculta el hecho evidente de que
la eugenesia es un producto, clara y exclusivamente en sus inicios, de la
liberal sociedad victoriana inglesa. La eugenesia, en este sentido, no es más
que una de las manifestaciones exacerbadas de la necesidad de control y dominio
de la población, que fue adoptando el capitalismo hacia fines del siglo XIX y,
sobre todo, en la primera mitad del XX (pp. 128-129).
Además menciona un tercer error, consistente en pensar que
actualmente estaríamos asistiendo a la aparición de una nueva eugenesia. Señala
las diferencias entre la eugenesia clásica de fines del siglo XIX y primera
mitad del siglo XX, de lo que se denomina “nueva eugenesia”. La primera estaba
caracterizada por ser discriminatoria, al aplicarse distintivamente según
grupos sociales. Se pretendía aumentar el peso poblacional de las categorías
consideradas superiores, y disminuir el de las consideradas inferiores. Además,
se implementaba a través de políticas públicas y de manera coercitiva. La nueva
eugenesia permite principalmente prevenir las enfermedades hereditarias. Su uso
es de carácter privado y no coercitivo, no es discriminatorio a priori, aunque
económicamente sólo es accesible a los estratos más altos de la población. Su
aplicación está regida por el mercado.
Los riesgos, como señala Habermas,
radican principalmente en que el concepto de “enfermedad” también es una
construcción histórico-social, y es muy difícil establecer el límite entre
enfermedades que claramente afectan el desarrollo autónomo de la persona, y lo
que es considerado indeseable socialmente. El autor finaliza el artículo con
algunas reflexiones éticas, propugnando la intervención del Estado en políticas
de natalidad y población, tendientes a reducir las desigualdades sociales.
En el artículo de Gustavo Vallejo y Marisa Miranda, la
eugenesia está ligada a la construcción del Estado y de la ciudadanía. Los
autores explican cómo se van desarrollando desde principios del siglo XX en
Argentina, distintos saberes relacionados con la eugenesia. Éstos iban ganando
espacio institucional, sirviendo como instrumento jerarquizador, clasificatorio
e individualizador de las personas. Señalan tres momentos, según quién sea el
“otro” que se pretende excluir y/o clasificar desde el Estado: los indios, los
inmigrantes y los movimientos de izquierda. Según el momento histórico, cada
uno de ellos fueron catalogados de enfermos o criminales.
Analizan principalmente el método de identificación de
huellas dactilares inventado por Juan Vucetich, y la introducción por parte de
Rossi de la “ficha biotipológica” –ideada por el eugenista Nicola Pende en
Italia– en las escuelas. Los autores subrayan que a diferencia de la mayoría de
los países, en Argentina se siguieron aplicando políticas eugenésicas luego de
la Segunda Guerra Mundial. Incluso se interpreta el robo de niños nacidos en
los campos de concentración de la última dictadura militar, con esta clave.
Esto significaría que los militares argentinos creían en un determinismo basado
en la influencia del ambiente.
En estas dos secciones, darwinismo social y eugenesia
aparecen muy ligados al contexto social de su época, y sobre todo al Estado. En
esta relación está la clave para comprender estos fenómenos, independientemente
de que sean considerados o no, disciplinas científicas.
En el siguiente apartado, que se denomina “Eugenesia y
políticas de Estado”, se enfatiza el uso del discurso de la eugenesia para
justificar y naturalizar las relaciones desiguales de clase, y crear
concepciones estigmatizantes respecto del otro.
El primer artículo, de Armando García González y Raquel
Álvarez Peláez, trata de las relaciones entre científicos eugenistas de Cuba y
los Estados Unidos, y de sus ambiciones de ingeniería social en la región. Este
vínculo se ve reflejado ejemplarmente, en la relación del médico cubano Domingo
Ramos, y los norteamericanos Davenport y Laughin. A través del estudio de los
congresos dedicados a este tema, se comenta la estrecha correlación entre las
principales preocupaciones políticas de los países de la región, y las
investigaciones y proyectos de los eugenistas. La principal preocupación de
estos países era el control de la inmigración, y de la población no blanca.
El final del artículo deja abierta la cuestión de la
relación de los eugenistas latinoamericanos con el imperialismo (si bien en el
desarrollo se menciona su simpatía por dictaduras de diversa índole). Para los
autores, la principal preocupación de estos médicos estaba más relacionada con
el higienismo que con la eugenesia.
En el siguiente artículo, Gustavo Vallejo describe y
caracteriza lo que se denominó “eugenesia latina”, sobre todo la forma que
adquirió ésta en Italia, a través de Nicola Pende y su biotipología”. La
principal característica que distingue a esta eugenesia de la anglosajona es el
intento de conciliarla con la religión. Vallejo analiza cómo Pende realizó esta
síntesis a través de una particular lectura de Tomás de Aquino; la relación
entre este pensamiento y la concepción fascista del Estado, y los instrumentos
que se desarrollaron para llevar estas teorías a la práctica: los “institutos
biotipológicos” y la “ficha biotipológica”. El segundo punto es que articula a
los demás:
En la biotipología confluía así una nueva técnica del poder
entendida como la indispensable mediación que debía existir entre el líder y el
hombre común; desplazando aquella otra que el contractualismo roussoniano concibió
entre gobernantes y gobernados a través de la noción de representación política
de ciudadanos iguales (p. 241).
Del análisis de las metáforas organicistas utilizadas por
Pende, Vallejo concluye en que no ponían el acento en individuos que compiten,
como los liberales, sino que ponían como ejemplo a las células, que se
sacrificaban por el mejor desarrollo de la totalidad del organismo. “Era ahí
donde Pende encontraba el profundo arraigo biológico del gran principio del
régimen fascista: ‘aquel en el que la libertad individual queda condicionada
por la libertad y el interés colectivo’” (p. 249, la cita entrecomillas simples
pertenece a Pende). La teoría aparece como un instrumento para justificar y
naturalizar las relaciones de poder existentes. El autor caracteriza a la
eugenesia latina no como una versión más suave de la que se practicó en el
Tercer Reich, sino como igualmente
peligrosa.
En el artículo de Andrés Reggiani, se estudian las
relaciones entre los médicos argentinos del período de entreguerras y el
nazismo. En la Argentina había un grupo de médicos que conformaban una élite, y
que tenían asiduos intercambios, sobre todo a través de viajes, con sus pares
alemanes. Para el autor, en este período histórico, eran las políticas
eugenésicas nazis las que más atractivo producían en los médicos argentinos
“[...] sobre todo porque se trataba de un experimento de ingeniería
sociobiológica lo suficientemente interesante para cualquier experto convencido
de que la ‘salud colectiva’ primaba sobre la libertad individual” (p. 284). No
obstante, acerca de la posición de esta élite médica respecto de las políticas
antisemitas, el autor plantea que su actitud fue de ocultamiento, pero no de
apoyo. Lo que despertó más interés –según su interpretación– fue el modelo
médico alemán, que en ese momento era considerado ejemplar: [...] los alemanes
no sólo habían estado a la vanguardia de la lucha contra flagelos como la
tuberculosis, también habían introducido innovaciones en el sistema de
formación de expertos y producción de conocimiento [que] sentaría las bases de
la moderna ciencia médica (pp. 298-299).
Seguidamente, Karina Ramacciotti analiza las políticas
sanitarias de Ramón Carrillo, secretario de Salud durante los dos primeros
gobiernos peronistas. Su objetivo es discutir con Nancy Stepan, quien sostiene
que después de que se conociera el horror del exterminio nazi, la eugenesia no
fue aceptada en América Latina. La autora sostiene que, por el contrario, estas
ideas fueron sostenidas por Carrillo, aunque de manera más moderada. De esta
forma, proporciona una lectura diferente acerca de las políticas públicas del
peronismo, donde tradicionalmente se remarcan los aspectos tendientes a reducir
las desigualdades sociales. Identifica dos etapas en el pensamiento de
Carrillo. La primera, que sostuvo durante la década de 1930, estaba
caracterizada por un romanticismo hacia las clases populares, postulando la
figura del mestizo como la que permitiría el desarrollo de la nación. La
segunda, por el contrario, estaba marcada por una preocupación por la
“decadencia poblacional”, que era el temor a un menor crecimiento de la
población blanca respecto de las demás. El punto de inflexión en su pensamiento
es, según la autora, el inicio de las grandes migraciones internas.
La siguiente sección se denomina “Darwinismo, eugenesia y
estigmas de la otredad”. En ella se estudian diversos mecanismos para
estigmatizar a las clases subordinadas o a ciertas minorías, calificándolos de
enfermos o delincuentes. Los dos primeros artículos, de José Luis Peset y
Andrés Galera, explican cómo se construyen modelos teóricos destinados a
justificar y naturalizar las relaciones de poder existentes en el primer
caso; y a construir un concepto de
“delincuente”, en el segundo. En los dos modelos teóricos estudiados (de
Giuseppe Sergi y Nicola Pende despectivamente), se encuentra la cuestión de
cuál es la incidencia respectiva de los caracteres hereditarios y de los
factores ambientales, para determinar la conducta humana. A diferencia de
Vallejo, Galera considera que el modelo biotipológico de Nicola Pende es menos
coercitivo que el anglosajón.
Argumenta que no se pretendía esterilizar a los considerados
malformados, sino establecer una vigilancia del individuo para corregir “[...]
las funciones que puedan manifestarse en el proceso de formación y desarrollo
individual” (p. 374) Llama la atención una concepción de la ciencia como
neutra, lo que le resta fuerza a su argumento: “El inocuo saber muestra aquí
una faz coercitiva, fruto de la aplicación interesada que el hombre hace del
conocimiento [...]” (p. 364). “La biotipología es inocua, maldad y bondad
pertenecen a la práctica” (p. 374).
En los dos artículos siguientes los modelos teóricos
aparecen articulados con políticas de Estado. En el artículo de Rafael Huertas,
se describe el proceso de delictualización de los niños de la calle en España,
a través de la figura del “niño golfo”, y la influencia del discurso médico en
este proceso.
Mediante numerosas citas documentales, muestra la
recurrencia del uso de metáforas tomadas de la biología, y la invención de
nuevas categorías cuando los hechos no coinciden con lo que estas teorías postulan:
Como se ve, descripciones más o menos genéricas de “pobreza
orgánica”, pero sin encontrar, ni aportar estigmas físicos concretos y
reconocibles [...] el profesional se ve obligado a recurrir a la “lesión
funcional”, al estigma “psíquico”, a lo que no puede verse, ni objetivarse pero
puede ser “reconocido” por los expertos (p. 390).
Discurso y práctica se encuentran articulados, al relacionar
la utilización de una categoría específica de delincuente, basada en la edad, y
la creación de una institución específica para su tratamiento, el Tribunal
Tutelar de Menores.
Seguidamente, Luis Ferla explica cómo la minoridad en el Brasil
de entreguerras se hizo objeto privilegiado de la escuela criminológica
positivista (inaugurada en Italia por Lombroso), y del papel que jugaba el
Estado en la aplicación de sus principios. Según el autor, el discurso
positivista generó más aceptación aplicado a los menores, porque en el caso de
los mayores, el determinismo biológico negaba el libre arbitrio, y esto implica
negar la responsabilidad penal del criminal. La creación de esta categoría de
“menor delincuente” coincide con los propósitos de la escuela positivista, uno
de los cuales era individualizar lo más posible al delincuente, mediante un
sistema clasificatorio. Además, “el proyecto positivista procuraba, en último
análisis, establecer una simbiosis entre la ciencia médica y el Estado” (p.
437). Esta concepción de delincuente está relacionada con un Estado autoritario
y centralizador, que se erige por encima de las libertades individuales, con
capacidades para quitar la patria potestad si lo considera conveniente (con el
argumento de evitar en el niño, la influencia de un ambiente desfavorable).
El autor finaliza señalando algunas concepciones de los positivistas
que han perdurado hasta la actualidad, tales como identificar a los niños de la
calle con delincuentes, y la idea de que el hijo de un criminal tiene una mayor
tendencia a ser también criminal.
En su artículo, Hugo Biagini analiza la interpretación de Víctor
Mercante –según sus palabras, una persona perteneciente a “[...] una derecha
cientificista montada en supuestas verdades genéticas y leyes hereditarias que
establecen una estrecha ligazón entre el desarrollo personal y la evolución de las
sociedades” (p. 441)– de la Reforma universitaria de 1918, basándose en el
concepto de juventud de este autor. Mercante caracteriza a los jóvenes
negativamente afirmando que son peligrosos para la sociedad, y piensa que
siempre tienen que estar bajo la tutela de una persona adulta.
En el último artículo de esta sección, Marisa Miranda
analiza con mayor detenimiento las políticas de Estado. Intenta demostrar que
la eugenesia se ha mantenido vigente en la Argentina, hasta la actualidad.
Describe los intentos de establecer un control sobre la prostitución y la Homosexualidad
en la Argentina, dentro de un plan para regular la vida sexual y privada en general.
Analiza la relación con la eugenesia, que viene a sustentar ideológicamente
estas prácticas. El argumento de los eugenistas era que tanto mediante la
prostitución como en prácticas homosexuales, se transmitían enfermedades venéreas.
Aquí la idea de prevención de enfermedades aparece como excusa para el control
y la vigilancia de la vida privada:
“La verdadera raíz de la cuestión no debe buscarse, pues, en
cuestiones sanitarias y morales, sino en el peligro que creyeron encontrar las
élites en la reproducción ideológica de comportamientos ‘inaceptables’ [...]”
(p. 454).
La autora muestra cómo el discurso eugénico se entremezcla
con un discurso conservador y moralizante, más característico de la
biotipología. La intromisión en la vida privada se efectuaba apelando a
argumentos basados en un determinismo ambiental: “En este marco, la admisión de
la influencia ambiental no debe interpretarse como un rasgo morigerador del
autoritarismo de la eugenesia tardía argentina, sino como una fortísima
intromisión pública en esferas de la más privada intimidad” (p. 485).
Los artículos de la última sección “Darwinismo y eugenesia
en campos disciplinares” comentan distintas propuestas de intervención,
surgidas desde disciplinas científicas aplicadas, basadas en ideas darwinistas
y eugenésicas.
El primer artículo, de Irina Podgorny, trata de los debates entre
Hermann Burmeister y Florentino Ameghino en el ámbito de la paleontología
argentina.
Los dos siguientes enfatizan la relación entre el discurso eugenista
y el intento de construir una nación, en el caso argentino. Susana García
analiza los debates en torno a la cuestión de la herencia en científicos
naturales argentinos de principios del siglo xx. Se tratan las obras de Ángel
Gallardo y Miguel Fernández, ambos interesados sobre todo en las aplicaciones
de estos estudios en la agricultura y la ganadería, pero también en las consecuencias
de su aplicación en los seres humanos, y en la por entonces nueva ciencia de la
eugenesia.
Gallardo estaba pensando en el contexto local, donde se
creía que era posible generar una “raza argentina” formada por personas
provenientes de distintas nacionalidades, que serían influenciadas por el
ambiente local. Los debates giran en torno a posiciones mendelianas, donde
predominaba un determinismo de la herencia, y neolamarckianas, donde se pone
más acento en la influencia del ambiente. A diferencia de los otros artículos,
la autora sostiene que la eugenesia tuvo poca influencia entre los científicos.
Gallardo es caracterizado como alguien muy crítico de las teorías mendelianas
aplicadas a los seres humanos, debido a sus posibles consecuencias. Es importante
destacar que en este caso los científicos analizados son biólogos, y no
médicos, como en las secciones anteriores. Esto parece indicar que los médicos
fueron los más interesados y exitosos en la difusión y aplicación de políticas
eugenésicas.
El siguiente artículo, de Ana María Talak, aborda de la noción
de “higiene mental”, su relación con los higienistas, y de sus semejanzas y
diferencias con la eugenesia. La autora señala las relaciones entre higiene
mental y eugenesia, pero marca que los eugenistas defendían la idea de
“profilaxis”, que “[...] aludía a las intervenciones que buscan a través de
medios selectivos desterrar en el presente los elementos perniciosos para la
sociedad futura (eugenesia)” (p. 564); mientras que la noción de higiene “[...]
estaba asociada al mejoramiento de las condiciones ambientales para evitar o
minimizar la aparición de enfermedades o anomalías en la sociedad presente
[...]” (p.564). Por este motivo, en el artículo se destacan más bien los elementos
positivos de este movimiento, como el intento de mejorar las condiciones
ambientales para prevenir enfermedades, o la aplicación de tratamientos
especiales (escuelas, hospitales), para niños “idiotas” o “tarados” –según los
términos de la época. Se menciona la relación entre estas ideas y el intento de
construir una nación, mediante una equiparación entre los conceptos de “nación”
y “raza”.
El tema de la determinación y la responsabilidad judicial aparece
también en el siguiente artículo, de Adrián Celentano, que analiza la tesis
doctoral de Gregorio Bermann, psiquiatra y filósofo discípulo de José
Ingenieros, y activo militante socialista del período de entreguerras. En su
tesis, Bermann, discutiendo con la idea liberal de “libre albedrío”, defiende
el determinismo, aunque diferenciándolo también de lo que llamaba “fatalismo”,
proveniente de la religión. Además elabora una propuesta de intervención en el
ámbito de la justicia, teniendo como problemática principal “[...] la relación
entre la determinación de los actos humanos y el aparato judicial” (p. 621). La
interpretación de la tesis que ofrece el autor del artículo está enmarcada en
el contexto sociohistórico –nacional e internacional- de la época. Para
Celentano, dos sucesos influenciaron fundamentalmente el pensamiento de Bermann.
En el ámbito internacional, la Revolución Rusa. En el ámbito
nacional, los sucesos de la llamada “Semana trágica”, que llevaron a Bermann a
pensar que la justicia argentina era un instrumento de la burguesía. Si bien en
última instancia postula un determinismo biológico, Bermann pone énfasis en las
causas sociales de la conducta humana. Esto significa que su tesis se inscribe
dentro del pensamiento positivista predominante en su época, pero refleja
también un momento de crisis. Esta crisis también es política: “las aporías de
esta tesis están en relación con la coyuntura histórica en que se plantean,
explícitamente, por la centralidad otorgada al análisis social y político por
el autor e, implícitamente, por ser una época que [...]está agotando la ‘alianza
posible de los portadores del poder y la autoridad’, señalada por Hugo
Vezzetti” (p. 638).
Este artículo aporta elementos interesantes para conocer cómo
se articulaba el discurso del determinismo y la eugenesia –que habitualmente se
asocian con la derecha– en la izquierda política.
Por último, María José Betancor Gómez analiza el surgimiento
del movimiento higienista en España, principalmente la obra y trayectoria de un
médico, Diego Guigou, que desde un lugar periférico (Tenerife) fue uno de los precursores
del higienismo en ese país. Su pensamiento y trayectoria se comparan con los de
otros higienistas españoles contemporáneos.
El higienismo aparece aquí ligado a los esfuerzos por
reducir la mortalidad infantil –una de las principales preocupaciones del
momento– y mejorar las condiciones de salud de los sectores más pobres de la
población. Sin embargo, este médico también estaba preocupado por la
degeneración de la raza”, y a favor de impulsar el matrimonio eugénico. La
autora concluye que hay ciertas contradicciones en este personaje, respecto de
un eje determinado por las nociones de conservadurismo y progresismo: “[...] en
Guigou hay ambigüedad; por un lado, existen ciertos rasgos que pueden parecer
progresistas, y por otro aflora un conservadurismo moralista en su idea de
matrimonio eugénico [...]” (p. 657).
En síntesis, la mirada que prevalece en el libro, y que le otorga
actualidad al objeto estudiado, es que el darwinismo social y la eugenesia
–sobre todo ésta– no están relacionados exclusivamente con los regímenes
totalitarios, sino que ha sido uno de los instrumentos de los que se valieron
las élites políticas en la construcción del Estado. Quedan marcadas claramente
las similitudes entre políticas de control de la población aplicadas por regímenes
totalitarios, y regímenes que teóricamente no lo eran. Permite discutir la
cuestión de la ciudadanía, y de manera implícita pero reiterada, la necesidad
de construir un Estado que sea inclusivo de todas las minorías.
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