LAS TRES ETAPAS DE LA
MEDITACIÓN (de LA SABIDURIA DEL YO SUPERIOR)
Hemos llegado así al punto
en que sólo cierto tipo de experiencia super-intelectual, es decir, cierto tipo
de experiencia mística, puede justificar nuestra declaración de que esta Mente
es consciente y factible de realización, en un sentido positivo. El diccionario
nos da una definición de "realizar": "sentir tan vivida o
fuertemente algo como si fuera real; adquirir por propia experiencia; lograr
algo como resultado de trabajo o esfuerzo". En consecuencia, marcharemos
ahora hacia las frescas aguas de dicha realización personal de la Mente,
dejando a nuestras espaldas el árido desierto de la simple especulación. Por lo
tanto, hablaremos ahora de las formas y medios de obtener este tipo de
experiencia psicológica. No es suficiente asegurar una convicción intelectual
de la verdad mentalista. Tenemos también que asegurar una experiencia práctica
de esa verdad. Pero el alma que desea ascender desde la tierra hasta ese puro
empíreo, debe adquirir las alas. Ning~n animal posee este ojo interno místico
que tiene el hombre; por lo tanto ningún animal puede contemplar la esquiva
realidad de la Mente pura, que constituye la esencia ignorada de su propia
naturaleza. La apertura de esta nueva y trascendental facultad de la visión interior
brinda la ~nica oportunidad de nacimiento humano, oportunidad que podemos perder
en la persecución de las cosas efímeras, o capitalizar en la b~squeda de las
divinas. Ahora bien: manifestación significa limitación. Cuando la Mente
Universal manifiesta un universo, tiene que manifestar un universo limitado. Cuando
el Yo Superior proyecta la persona, tiene que auto-limitar un fragmento de su
propia conciencia. Así, pues, cuando la persona se vuelve hacia su interior,
aspirando a la contemplación y cumplimiento de su propio origen y naturaleza,
en ese momento tiene la posibilidad gloriosa de llevar a cabo la promesa ~ltima
de su propia limitación, evolución e involución. Esto necesariamente implica
desprenderse conscientemente, de los cinco sentidos que contribuyen fundamentalmente
a producir la ilusión materialista. Sin esto, no puede haber realización personal
del mentalismo, sino sólo un eco intelectual de su verdad. Tenemos que aprender
el arte de apartarnos de la existencia sensual y superficial. Esto se logra
mejor a través de una deliberada auto-disciplina. Las tres principales formas
en que la filosofía obtiene esta disciplina, libera al hombre de dicha
existencia sensual y además desarrollan la visión interior. Son tres formas
paralelas, no consecutivas. Son, primero, la reorientación del pensar; segundo,
la reorientación de la actividad práctica; y, tercero, la reorientación del
sentimiento. Lo primero se logra gracias a meditaciones metafísicas de carácter
mentalista, como las que componen las primeras páginas de este libro. Lo
segundo se obtiene gracias a una cierta abnegación de la voluntad personal, que
describiremos hacia el final de este libro. Lo tercero se logra, educando la
atención por medio del empleo de ejercicios regulares de meditación o yoga,
como se los llama en la India, que describiremos en seguida. Yoga es un término
de doble significación: denomina tanto el proceso cuanto el resultado a que ese
proceso conduce. Yoga, como conjunto de prácticas mentales, es una cosa, y
yoga, como condición unificada de la mente, que resulta fruto final de dichas
prácticas, es otra cosa. Yoga como proceso, exige constantes esfuerzos por lograr
la concentración mental dirigida hacia adentro; y como resultado, proporciona
al practicante, una serena condición, en la que los pensamientos desaparecen,
revelando así el trasfondo divino que la actividad constante de los
pensamientos oculta. Cuando la mente está activa, tenemos pensamientos; cuando
está quieta, los pensamientos se evaporan. Muy pocos han alcanzado alguna vez,
conscientemente, esta completa quietud del estado natural de la mente, y por lo
tanto, son pocos los que realmente saben qué cosa es en verdad. Yoga en su
mejor sentido, es simplemente el intento deliberado por lograr esto, y así el
hombre adquiere conciencia del llamado "inconsciente".
¿Quién no se ha perdido
alguna vez en un agradable recuerdo, o se ha sentido completamente absorbido
por un trabajo intelectual grato? ¿Quién no ha perdido entonces toda noción del
tiempo, hasta de las circunstancias exteriores, olvidándose además de sus preocupaciones,
y hasta dejando de percibir un dolor físico? Esto alguna vez le ha sucedido a
casi todos. En momentos así, han estado practicando, sin saberlo, la
meditación. Ya hemos dicho en otra parte que este tipo de experiencias son
realmente los principios de la experiencia yogi, sólo que en el yogi es una
experiencia deliberada y controlada, mientras que en el caso común al que hemos
hecho referencia, se trata de algo involuntario y que se puede controlar. Esto
indica que cuando estamos totalmente envueltos en nuestro propio yo, con
exclusión de las cosas, personas y acontecimientos que nos rodean, y con
nuestra mente concentrada en alguna idea análoga, tendemos a aceptar a las
ideas como única, realidad. Ya he dado, en tres libros anteriores, las
instrucciones detalladas de la práctica de este arte de la meditación, de modo
que resulta inoperante describirlas nuevamente aquí. Pero desde que esos libros
fueron escritos, he adquirido mayor experiencia estudiando cuidadosamente los
esfuerzos y resultados acumulados y observados entre numerosos estudiantes de
todo el mundo, todo lo cual me permite aclarar ciertas normas, corregir algunos
equívocos, y subrayar unos pocos principios rectores, en un breve resumen de
este arte que todavía es poco familiar y bastante abstruso para el común de los
estudiantes. La clave del éxito en yoga depende, en parte, de la natural
capacidad para la concentración, en parte, de la energía que apliquemos, pero
muy especialmente, del repetido y regular auto-entrenamiento. Para decirlo con la
suprema autoridad de Buda: "No sé de nada que, con la práctica, resulte
más inflexible que la mente; no sé de nada que, con la práctica, pueda llegar a
ser mas flexible que la mente". La teorización es inútil; uno debe
sentarse a practicar diariamente esta meditación. Si se lo hace correcta y
regularmente, incluso durante sólo seis meses, se lograrán buenos resultados.
Hay que convencerse suficientemente de que poniendo en práctica las reglas de
yoga se llegará a gozar los frutos de yoga.
Pero la meditación exige un
lugar y un momento adecuados: debe convertirse en un hábito. tan regular y
agradable como el hábito del comer. Esta práctica no puede quedar librada a momentos
casuales o a aquellas horas en que no sabemos qué hacer. Es necesario hacer un reajuste
del programa diario. Es posible que esto ocasione algunas molestias al
principio, pero los resultados serán una recompensa de gran valor. El hábito
rige la vida humana. El hombre que ha aprendido el secreto de crearse nuevos
hábitos, está capacitado para controlar aquello que controla la vida. Y la
meditación está entre los mejores hábitos que el hombre pueda adquirir. No sólo
recalcaremos sino que lo haremos con gran énfasis, el valor y urgente necesidad
de introducir este hábito en la vida moderna. Por supuesto que habrá dificultades
para conseguir un poco de tiempo. La mayoría de las personas ha construido una
red de actividades y placeres de la cual no es fácil escapar. Pero si bien
algunas de estas actividades son fundamentales, otras no lo son. Es necesario
desarrollar un sentido de la proporción. El mismo hombre que se queja de que
después de un día de trabajo ineludible y urgente, está muy cansado como para
dedicarse a la meditación, nos dirá, cuando le propongamos que lo haga por la
mañana, que entonces está demasiado ocupado en vestirse y en tomar su desayuno.
£Al final, llegará a la conclusión de que nunca puede dedicarse a esa
meditación! Pero no bien alguien le asegura beneficios positivos, esa persona
se las arregla para conseguir un poco de tiempo. Eliminará alguna actividad superflua,
o se levantará más temprano, o hará alguna otra cosa. Lo fundamental es que se entregará
gustoso a esas prácticas. Pues ellas resultan aburridas cuando no se alcanza
una recompensa rápida o tangible. Por consiguiente, es necesario un cambio de
actitud mental hacia esas prácticas. Estos ejercicios deberían realizarse, al
principio, a diario, y en el mismo lugar y a la misma hora, pero cuando no ha
alcanzado un cierto progreso, puede transgredirse esta norma y practicar
meditación en cualquier lugar y momento. No es necesario el monasterio. Es
mejor una habitación en la que a solas pueda entregarse a este ejercicio
durante media hora de la mañana o de la tarde. El progreso que se logra en un monasterio,
muchas veces es ilusorio, y no soporta la prueba del mundo exterior, mientras que
los adelantos que se obtengan en medio de la vida y obligaciones habituales, y
a pesar de la oposición del medio ambiente, son persistentes y duraderos.
Hay ciertos estorbos
físicos que perturban estos ejercicios y que mientras están presentes pueden
atraer la atención, alejándola del verdadero propósito. El primer estorbo es el
ruido. Todo sonido exterior resulta magnificado durante la interna quietud de
la meditación. Es por lo tanto indispensable encontrar un lugar silencioso. El
hombre que medita debe aislarse para alcanzar sus metas superiores. El segundo
impedimento es el movimiento activo, y la repentina irrupción de otras
personas. No debe ser perturbado durante estas prácticas, y lo mejor será
encerrarse con llave en la habitación. Estas normas se refieren, claro está, a
los primeros esfuerzos del aspirante. A medida que avance, estos estorbos irán
perdiendo importancia. El tercer estorbo es el balanceo del cuerpo, que resulta
más perturbador cuando es la cabeza la que se balancea. Es necesario, pues, mantener
derecha la columna vertebral. Si se utiliza un banco o una silla, deben tener
la altura adecuada como para que los pies apoyen firmemente en el piso. La
espalda debe estar apoyada en el respaldo de la silla o en la pared. Esto es
indispensable, porque cuando se alcanza la etapa más elevada de la meditación,
es necesario tener el cuerpo firme, pues la conciencia entra en un estado
delicado y sensible en el que el más mínimo movimiento del cuerpo puede
desbaratar los logros. Ésta es la razón por la cual los yogis indios del Himalaya
adoptan la postura de piernas cruzadas con los tobillos entrelazados. Es una postura
que proporciona un asiento firme cuando la conciencia está parcialmente desprendida
de los cinco sentidos, y cuando la fluctuación del cuerpo provocaría el regreso
de la conciencia al mundo sensorial. En el caso de estos yogis, también se
busca que la columna vertebral esté muy derecha, pues así la fuerza vital latente
en los órganos sexuales sube a lo largo de la médula espinal hasta la parte
superior de la cabeza, sublimándola y espiritualizándola.
El cuarto impedimento es
una salud endeble. Los dolores, la inquietud y el mal funcionamiento del
cuerpo, pueden ser lo suficientemente fuertes como para distraer la atención,
de modo que resulte imposible la meditación. Los modernos estudiantes que tengan
este problema, deberán echar mano de toda la ciencia actual, y de los conocimientos
y ayuda ortodoxos y heterodoxos, sin olvidar que en esta región el karma personal
es frecuentemente muy activo. Sin embargo, paradójicamente, muchas veces ha sido
la enfermedad del cuerpo la causa de la dedicación a estas prácticas
meditativas.
A veces, pero no siempre,
estos obstáculos físicos son más fáciles de remediar que los emocionales. Los
trastornos emotivos, los estados de ánimo de depresión o desesperación, los
sentimientos de pasión o amargura, incluso una imaginación demasiado errátil;
todas estas cosas pueden interferir en la meditación. Por consiguiente, el
estudiante debe al principio de su práctica, procurar apartarse de todo
pensamiento acerca de sus asuntos personales, excluir toda clase de recuerdos,
agradables o dolorosos, apartar la atención de los negocios e intereses del
día, y universalizar su enfoque durante el período dedicado a la meditación.
Un común obstáculo entre
los trabajadores de la ciudad, como reacción frente a la velocidad, el barullo
y el ajetreo del día, es el agotamiento mental. Aunque algunas personas
encuentran que su misma fatiga es una ayuda que facilita la meditación, porque les
proporciona el descanso y relajación necesarios, otros encuentran que una mente
cansada no les permite lograr esta meditación. En ese caso es mejor abandonar
el ejercicio hasta sentirse plenamente restablecidos, o si no les es posible
lograrlo, será necesario abandonar por ese día dicha práctica. Un medio ~til de
restablecimiento consiste en descansar por unos pocos minutos acostado en una
superficie completamente lisa, con las piernas y los brazos totalmente
relajados, respirando pausada y rítmicamente, y aspirando profundamente. No
debe usarse almohada ni ning~n otro apoyo para la cabeza.
Otro impedimento físico es
la impaciencia. Los primeros ensayos en meditación transcurren tan lentamente y
producen tan pocos beneficios, que la mayoría de los novicios pronto abandonan
la práctica. Dicha impaciencia surge naturalmente del conflicto de verse tironeando
en dos direcciones opuestas al mismo tiempo. Sus pensamientos no están acostumbrados
a dirigirse hacia adentro concentrándose en algo que parece vago, remoto e
irreal ya que, por el contrario, están muy acostumbrados a dirigirse hacia
afuera concentrándose en el mundo de las cosas definidas y bien recortadas. Es
más fácil renunciar a semejante lucha desigual, que continuarla. En
consecuencia, los estudiantes deben adquirir la virtud de la paciencia, si es
que quieren alg~n día gozar de los frutos del conocimiento. Todo aspirante
debe, desde el principio de su práctica, grabar en su mente la segura esperanza
de que si la realiza con profundo interés, es seguro que los resultados sobrevendrán.
Semejante esperanza no es absurda. La mayoría de los esfuerzos realizados durante
el noviciado no producen grandes resultados, son a menudo aburridos, pero con
el tiempo se vuelven agradables, espontáneos y hasta interesantes. Cuando
alguien aprende los fundamentos de un nuevo arte, como el de andar en
bicicleta, hay muchos detalles característicos que lo asemejan a los comienzos
de un nuevo arte como el de la meditación. Así como la bicicleta corre hacia
atrás y hacia adelante, de un lado para el otro, a pesar de los esfuerzos por
guiarla, y a pesar de la dirección voluntaria que el que la maneja quiere
imponerle, así también los pensamientos van de un lado al otro, saltando de un
objeto a otro objeto durante la meditación, a pesar de los esfuerzos y de la
voluntad del aspirante. La monótona necesidad de repetir la práctica, el
inevitable dolor de las caídas, que caracterizan los rudimentarios intentos de
manejar una bicicleta, tienen su contraparte mental en las características de
los rudimentarios intentos para practicar la meditación. Pero llega el día
feliz en que, como por magia, el practicante de una de estas artes, descubre
que puede manejar con seguridad y en forma recta su máquina, y el practicante
del otro arte descubre que puede controlar sus pensamientos, concentrarlos y orientarlos
de manera firme. Así, pues, con el tiempo, una tarea infructuosa diariamente ejercitada
en la quietud mental, se transforma en algo fácil y natural.
La primera y ~ltima etapa
del yoga son etapas de concentración. La perfecta concentración de la atención
es una de las claves esenciales del éxito. Cada nuevo logro ha sido el resultado
de un pensamiento intensificado y de un esfuerzo unitario. A menos que el pensamiento
y el sentimiento se orienten en canales bien definidos, son como el vapor que
se esparce en el aire en todas direcciones, en lugar de ser el vapor que
impulsa una locomotora de cien toneladas. El ingeniero intenta orientar la
energía del vapor en unas cuantas direcciones determinadas. De esta manera,
dicha energía alcanza una mayor intensidad y es más ~til que si estuviera
diseminada en muchas direcciones. Esta simple lección técnica encierra una
verdad analógica para el estudiante de la mente. Éste debe aprender cómo
enfocar la energía de su propio pensamiento en una sola dirección, aumentando
así su intensidad y su influencia. Un vidrio ahumado puede concentrar los rayos
del sol en un solo punto de una hoja de papel, hasta que ésta se enciende. He
aquí también un buen símil de qué tiene que hacer el estudiante en estos
ejercicios. La serpiente que intensamente observa a su presa hechizada,
proporciona un ~ltimo ejemplo del tipo de concentración que el estudiante debe
adoptar. Si no le es fácil alcanzar este punto de perfección, es porque su
corazón está en otra parte. Por lo tanto, hasta tanto no comprometa todo su
interés, su ejercicio de concentración será un fracaso. Es poco útil adoptar un
ejercicio determinado, sólo por el hecho de que otra persona ha tenido éxito.
Por lo tanto, el estudiante
deberá elegir aquellos ejercicios que le interesan y que despiertan su
imaginación. Así, no tendrá que probar deliberada o artificialmente la concentración
sino que se sentirá arrastrado espontáneamente a una natural absorción en
la materia.
Puede comenzar enfocando su
atención en cualquier punto, ya sea un objeto externo, una idea interna, o
simplemente su yo interior. Debe tener bajo control a su conciencia, y sostenerla
sobre un pensamiento o serie de pensamientos, sobre una cosa o el detalle de una
cosa, excluyendo todo lo demás. Debe mantener sujetos sus pensamientos como un elefante
salvaje atado por una cuerda, a la estaca de un solo objeto o asunto elegido,
no permitiéndoles correr sin rumbo de aquí para allá. Será inevitablemente
necesario volverlos a traer una y otra vez, porque los pensamientos intentarán
vagar, y esto requiere un manejo diestro y una perseverancia esperanzada. Así
como fijar la vista en un punto situado al frente puede ayudar eventualmente a
un ciclista inexperto, a mantener el equilibrio y a convertirse en un ciclista
adiestrado, también puede ayudar eventualmente al estudiante el fijar la
atención en una sola serie de pensamientos, mientras aprende a concentrarse, de
modo de mantener fuera todos los otros pensamientos. Pero un objeto físico
puede ser sólo un punto de partida para aprender a reunir y mantener quietos
sus pensamientos fluctuantes. Tarde o temprano deberá reparar en las cosas
exteriores y así se quiebra el momento de meditación. Con esto el estudiante
termina la primera etapa (concentración) de! yoga, y entra en la segunda
(meditación propiamente dicha).
Metafísicamente, el yoga es
en realidad la retracción de la conciencia del no ser al ser, el apartamiento
de todos los pensamientos perturbadores y las ideas interferentes, que oscurecen
la auténtica auto-conciencia. Esto se logra manteniendo firme un solo hilo de pensamiento,
a través de un supremo esfuerzo de concentración en una idea, que al principio
puede ser cualquiera, pero que al final tiene que ser una idea espiritual. Ya
que la meditación debe tender siempre a concentrarse en una aspiración cada vez
mayor, hacia algo más divino que el mero pensar, hacia un acto final de sagrada
comunicación con nuestro mejor yo. La definición que el diccionario da de la
meditación es: "Pensamiento continuado o ceñido", pero es mucho más
profundo el significado que le da el misticismo. El estudiante debe ahora
cerrar sus sentidos al mundo exterior, y su atención a los pensamientos y fantasías
dispersas. Aunque esto resulte difícil, puede lograrse con el esfuerzo
paciente.
Esta etapa es un proceso
por el cual se contrarresta el efecto de los cinco sentidos, una operación que
determina eventualmente la pérdida de contacto con el mundo exterior, un vagar
más allá de ese mundo, en una región interior de rapto recordatorio, donde no
hay sensaciones físicas si bien el pensamiento está a~n activo. Durante todo el
día se produce un asedio continuo de percepciones sensoriales. Sólo en el
dormir profundo o en la experiencia mística, el hecho se ve libre de esta
guerra de nervios interminables. Así, pues, todo el poder de una atención
concentrada en un solo punto debe orientarse profundamente hacia adentro del
ser propio, y debe cultivarse un estado de ánimo de rapto absorbente. Sólo si
el estudiante persiste en esto, sólo si resiste el arrastre del contorno
exterior, y domina el movimiento sensorial de los pensamientos dispersos, sólo entonces
conseguirá penetrar en el n~cleo místico de la conciencia que se encuentra en
el umbral del verdadero "yo". Alcanzará por fin el glorioso clima de
todos estos esfuerzos por la gracia del Yo Superior. En ese memorable día la
tensión que inevitablemente caracteriza su actitud posesiva frente a la vida,
se reflejará s~bitamente. La tensión que acompaña su existencia cargada de
deseos, se relajará al mismo tiempo. Descenderá sobre él una beatitud, y cuando
la meditación alcanza su punto extremo, yoga pasa su tercera octava (contemplación).
Cesa entonces el razonamiento intelectual y ya no aparecen las imágenes mentales.
Entonces la atención se desprende espontáneamente de todos sus objetos, salvo
la conciencia, y se concentra en el corazón, no en la cabeza. Así, de un
pensamiento concentrado voluntariamente, el estudiante pasa gradualmente a una
recepción pasiva, de la actividad mental, se sumerge hacia adentro en la quinta
esencia relajada. Es particularmente en esta tercera etapa que es necesario
mantener el cuerpo absolutamente quieto, porque a~n la más mínima perturbación
muscular, o el más pequeño cambio de posición, producirá una reacción
totalmente desproporcionada y puede fácilmente perturbar o interrumpir la
contemplación.
Una buena concentración
insume alrededor de dos minutos y medio. Esto mantiene la mente
ininterrumpidamente sujeta a un solo objeto, punto o pensamiento. El tiempo establecido
no incluye el usual período preliminar requerido por los novicios, para acomodar
el cuerpo, aquietar las emociones, desprenderse de los pensamientos extraños, y
lograr el estado adecuado, período que bien puede insumir la tercera o cuarta
parte del tiempo de concentración. Una buena contemplación insume cerca de
veintiséis minutos.
Este período es el máximo;
nada más puede obtenerse de un tiempo mayor. Es innecesario y por cierto muy
difícil, extender la contemplación más allá del tiempo establecido.
Además, en la técnica
filosófica se considera que no es aconsejable hacer un hábito de semejantes
prolongaciones, porque pueden provocar la apatía social y un estado psicológico
negativo. Sin embargo, no es posible asignar una medida determinada de tiempo
para una buena meditación, porque ésta puede extenderse desde unos pocos minutos
hasta, en casos muy excepcionales, unas cuantas horas. Un término medio adecuado
sería el de media hora. Una vez que la facultad de atención ha sido entrenada
de esta manera, puede concentrarse a voluntad sobre cualquier cosa, objeto o
idea.
El arte, su apreciación o
creación, la Naturaleza, su amor o compañía, constituyen asimismo modos de
acercamiento al estado místico. Hemos dado instrucción práctica del uso de estos
dos medios con propósitos místicos, en nuestra obra La B~squeda del Yo
Superior.
Para quienes pueden entrar en
estos caminos naturalmente, resultan tan importantes como los senderos
convencionales del yoga. Toda vez que estas personas se dejan llevar por unos
preciosos segundos quedando absorbidos en un hermoso paisaje, en alguna deliciosa
obra de arte, o en alg~n afecto personal puro, tocan los bordes del estado místico.
La atracción que sienten hacia las cosas hermosas es un anticipo de la
atracción que sentirán más adelante frente a la Belleza misma, que es etérea y
no física, hacia el Espíritu carente de forma. Quienes no comprenden qué quiere
expresar la teoría mística, pueden entenderlo más fácilmente recordando el
encanto indefinible de estos momentos de gozo espiritual. La contem-plación se
propone recuperar sus almas, unirlos en un estado de ánimo, y convertirlos en
una parte integrante de la vida com~n diaria.
El artista procura
presentar a los otros sus imágenes mentales, ya sea en forma de sonido melodioso,
ya sea en forma de piedra tallada, o como pintura coloreada, o a la manera de palabras
poéticas. En consecuencia el imaginar es la primera parte de su obra. Mientras está
comprometido en dicha actividad, estas imágenes asumen completa y vivida
realidad para él. Por lo tanto, todo artista que merezca el nombre de tal, es
un mentalista, ya sea que conozca o no la metafísica del mentalismo, pues si
así no fuera, su impulso creativo carecería de valor. El genio artístico o
inventivo generalmente desarrolla un temperamento introvertido, distraído,
ausente, cuando sus ideas germinan o cuando se pone en actividad su capacidad
creadora. Este estado de ánimo es por cierto la característica principal del carácter
del artista. Pero por lo que el genio desarrolla inconsciente y
esporádicamente, el místico lo desarrolla consciente y regularmente. Y mientras
el genio convierte en último objeto de su contemplación, a la producción de una
obra exterior, el místico considera como objeto ~ltimo de su propia práctica,
el completo abandono de toda experiencia exterior y la creación de una
experiencia interior. Si bien la creación artística o la apreciación estética
son forma de meditación, no son formas supremas. Sin embargo, están lo
suficientemente cerca de un tipo de experiencia suprema, como para capacitar al
artista inspirado o al amante de la Naturaleza a gozar tanto como el místico,
de la bendición de la contemplación. Esto puede lograrlo el artista solo si, en
el momento supremo del rapto estético y de la intensidad concentrada de la
atención, abandona el tema o materia que produjo su rapto, para descansar
suspendido, por así decirlo, en el sentimiento puro.
Deben abandonarse todos los
pensamientos de la "cosa" física, conservándose únicamente la
"Idea" superfísica. Si logra hacer esto, el trastorno emocional se
convertirá en una inmensa y exquisita serenidad. Pues al abandonar el objeto
externo que despertó su rapto interior, por el rapto mismo, abandonará, en
lenguaje teológico, la Materia por el Espíritu.
Así, una completa
experiencia psicológica reemplazará a la experiencia mixta, mitad mental, mitad
física. Así también, el arte se convertirá en un medio de evocación de aquello
que está por encima del arte, y cada creación artística se transformará en un símbolo
de algo superior a la cosa creada.
Una forma poco com~n pero
inolvidable de experiencia mística puede ocurrir en un momento de fatal
alejamiento de una persona amada, como si se oyera una melancólica música
interior. Esto sucede cuando el karma fuerza la separación a beneficio del
progreso espiritual del uno o del otro. Esa m~sica indescriptiblemente triste no
puede captarse a través de los oídos corporales, pero se la siente de una
manera misteriosa y clara, dentro del corazón. Esto no significa que se trate
sólo de una alucinación. Las notas hermosas pero tristes sonarán en todo el ser
interior. La experiencia durará unos pocos minutos, y será seguida por una gran
depresión, pero imprimirá profundamente una cierta instrucción espiritual, que
el tiempo jamás podrá destruir.
Incluso el crítico más
acervo de la religión, el más cínico burlador de la Deidad, el más tenaz defensor
del nacionalismo, que haya estado de acuerdo con su generación y haya caído preso
de las espirales del cinismo materialista, comenzará a desprenderse de esas
espirales, ante semejante presencia seráfica que aparece durante la contemplación
mística. Desde el momento en que experimenta por primera vez esa presencia, el
hombre renueva su vida. Pero aparte del lugar importante que la meditación
tiene en esta b~squeda del Yo superior, también posee un valor utilitario
propio, en la com~n vida cotidiana de la humanidad. La paz y despreocupación
que un hombre puede desarrollar gracias a estos momentos, deliberadamente se
apartan de su existencia cotidiana, porque se convierten en un propósito
valioso. Es por lo tanto lamentable que su práctica deliberada haya pasado a
ser, en la actualidad, posesión casi exclusiva de monjes y ascetas, y que esté
tan poco de moda en Occidente en comparación con Oriente. En gran parte nos
hemos propuesto siempre introducir este arte en un círculo más amplio. Todo el
mundo ³y no sólo unos pocos ermitaños enclaustrados³ debería aprender a
meditar. Demasiado tiempo el mundo moderno occidental ha sido víctima del
enfoque desequilibrado en el que la vida sólo ha desarrollado acción; demasiado
tiempo se ha entregado únicamente a lo que concierne a la vida exterior, y sólo
por casualidad, en el caso de tener unos minutos para perder, a veces ese mundo
occidental ha dedicado unos pocos pensamientos a los eternos temas, pero siempre
como un mero paréntesis. Una sociedad masiva y con los nervios a flor de piel,
que ha perdido su sentido de la proporción, y que cree que es suficiente para
el hombre, oír sólo el ruido de máquinas y el clamoreo de ciudades atestadas,
que vuelve la espalda con impaciencia cuando oye la serena voz de su yo
interior, o la profunda música de la vida orquestada por artistas inspirados, o
la rica quietud de las majestuosas sombras de un bosque: una sociedad así es un
miserable caso patológico. Su vida cotidiana es demasiado extrovertida. Esta condición
desequilibrada e insensible es tenida por "natural". Pero el estado
introvertido no es antinatural, como lo piensan muchas personas tontas y muchos
científicos de mente estrecha. El estado introvertido es por cierto una parte
de lo que debería constituir el estado completo de un hombre normal. La salud
de la sociedad occidental puede prevenir únicamente de una sabia restauración
de la perdida integralidad. Por consiguiente, dicha sociedad tiene que recurrir
a la técnica de la meditación, para restablecer su roto equilibrio.
Lo que el místico común
trata de conseguir es precisamente lo que el místico filósofo procura lograr.
Pero en este punto deben separarse. El último aprecia plenamente el significado
de lo que el místico común logra, pero sabe que si sólo ha alcanzado una zona de
existencia marginal, sobre la cual soplan extraños vientos del Infinito, esto
no es lo mismo que el Infinito mismo. El místico filósofo no sólo ve que a
partir de donde el místico común nada ve, se abre un sendero yoga superior,
sino que además percibe que la meditación es sólo una de las etapas que debe
transitar. Así pues, la última etapa posee un carácter triple, y su
integralidad total es lo único que garantiza el título de filosófica.
En La Oculta Enseñanza Más Allá del Yoga hemos
puntualizado las razones por las cuales son necesarias las formas superiores de
la contemplación, pero desarrollaremos en los próximos capítulos, los motivos
más importantes. Por el momento digamos que la filosofía no es tan tonta como
para despreciar ninguno de los resultados valiosos de las etapas inferiores del
yoga. Por el contrario, las incluye y asimila, relacionando estos resultados
con sus propios procesos superiores. Sólo le pide al aspirante que persista en
su trabajo hasta alcanzar la otra ladera de la montaña, en la que aparece la
iluminación total, sin detenerse a mitad de camino, donde sólo hay vislumbres.
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